El socialismo monopoliza la moral

El liberal del XXI vive condicionado por un fuerte halo de tristeza, tristeza sempiterna de una sociedad falaz que, entre otras incongruencias crónicas, relaciona fascismo con neoliberalismo, o progresismo con nacionalismo xenófobo; una sociedad hostil a la verdad, a la libertad, al verdadero progreso y a la justicia.

El socialismo, la moral socialdemócrata, ha conseguido abrirse paso en el corazón de todas las grandes naciones del siglo XXI, y con sus políticas públicas no ha hecho más que crear vagancia, mediocridad y corrupción.

Es lógico que el movimiento socialista naciese hace casi doscientos años, como consecuencia de la profunda desigualdad existente entre una burguesía triunfante, una burguesía que era la verdadera representación de la revolución, y un proletariado cuyas condiciones de vida eran realmente infrahumanas. Es lógico que el socialismo surgiera con el objetivo de hacer justicia, de subvertir tal situación. De cualquier modo, el socialismo sólo debía servir como medio, como medio para que tal desigualdad se rectificase, y se pudiese alcanzar así una situación de cierto equilibrio entre clases, entre burguesía y obreros. Pero el problema del socialismo es que no ha surgido únicamente con esa función de medio, sino que ha tomado las riendas de su propio destino al erigirse como un fin, como un sistema nuevo, como un nuevo modelo de vida, un nuevo modelo de relacionarse entre seres humanos. Craso error. Porque el socialismo es la antítesis del gran triunfador, del individualismo sano, del humanismo, del ansia de conocimiento, del racionalismo, de la idea de progreso, de la espiritualidad.

Todo hombre nace bajo una idea de individualidad y egoísmo racional que, por mucho que les pese a los progres, a los sentimentalistas, a los Robin Hoods posmodernos, supera con creces a la idea de colectividad. Y no por ello se debe despreciar a la colectividad, pues el hombre es un ser sociable indudablemente, nace en comunidad y debe participar de ésta, debe relacionarse socialmente en virtud de su propia naturaleza humana. Pero, por mucho que le pese a la izquierda, tan políticamente correcta desde sus inicios, la individualidad pesa más que la colectividad en el alma humana, y eso ningún gulag podrá destruirlo.

Ha sido el occidental, el heredero de Grecia y Roma, de las grandes civilizaciones de la Antigüedad, el verdadero impulsor de ese maravilloso y genuino espíritu individualista, potenciado fuertemente por la concepción moral del protestantismo –hibridación exitosa de las ideas de trabajo y esfuerzo individual con la de espiritualidad profunda–, dando lugar a un nuevo sistema de valores en el que el liberalismo y el capitalismo se establecieron como los mejores sistemas ideológicos y económicos para garantizar el progreso de los pueblos. Por ello, frente al monopolio de la verdad que ha construido el socialismo a lo largo de los últimos decenios, por no decir siglos, me atrevo a elogiar sin miedo aspectos como el individualismo y el egoísmo racional, como principal parte de nuestra naturaleza humana.

Negarnos a nosotros mismos es negar la propia existencia, y el potenciamiento de los Estados del Bienestar a través de sus políticas públicas no son más que la consecuencia, por un lado, de una historia en la que el intervencionismo de los poderes políticos y económicos ha sido protagonista esencial, situación que el ciudadano del siglo XXI tristemente carga como lastre, y por otro lado del sentimentalismo de los políticos, intelectuales y demás que demuestran una adoración desmesurada por unas medidas cargadas de idealismo y buenas intenciones. Pero cuidado, que de sueños no se vive, y ya lo podemos ver en medio mundo, en universos de corrupción, dictaduras y fuerte descontento social.

Citando al gran Winston Churchill, “el socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”. Porque el socialismo no es más que eso, fracaso, pobreza, retroceso, ignorancia, y envidia, pura y deplorable envidia al que tiene éxito, al que se esfuerza, al que intenta alcanzar la mejor de las metas. Y es que es el comunismo una utopía que, aunque noble, atenta fuertemente contra la naturaleza humana, y por desgracia esa forma errada de asumir la realidad ha influido demasiado, aunque parezca que no, en las mentes de los hombres de éste y el pasado siglo, por desgracia… ¿Y es que cómo diantres quieren combatir el abuso de poder o la corrupción si los izquierdosos desean aumentar todavía más el estado? Paradójica reflexión, piénsenlo y mediten por unos segundos, y verán con claridad la falacia del socialismo.

 

© El Club de los Viernes

 

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