El muro y la política

El nuevo año 2019 arrancó con el gobierno federal cerrado debido al desacuerdo por el financiamiento del famoso muro en la frontera mexicano-americana, que se ha convertido en la manzana de la discordia entre demócratas, republicanos y el presidente Donald Trump.

Aunque nos limitáramos a pensar logísticamente, el muro es ya una necesidad imponderable, pero la negativa demócrata y de muchos republicanos a la hora de mejorar las estructuras construidas, así como terminar por fin las porciones descubiertas de la franja fronteriza, obedece más al sucio juego político que a los verdaderos intereses de la nación americana y sus ciudadanos. Para la imperante filosofía progresista de esta nueva horda política, la regla parece ser: «todo para los ilegales y nada para los legales». Estados Unidos necesita y quiere inmigrantes, pero es imperativo que sea de forma legal y ordenada y que sirva a las necesidades de la nación. En términos humanitarios, Estados Unidos tiene una generosa política de asilo, que da la bienvenida a los que sufren persecución.

Sin embargo, desde hace un buen tiempo, los demócratas sueñan y luchan por una frontera abierta que permita un flujo incontrolable de inmigrantes porque esto modificaría irremisiblemente la composición del voto en el Colegio Electoral y con ello se favorecería sustancialmente la elección de candidatos demócratas concediéndoles el poder a perpetuidad en todos los círculos políticos, desde ciudades hasta estados y naturalmente la presidencia. California y Nueva York son dos vivos ejemplos de ello. No les importa cuál sería el costo para la nación. Lo que realmente les interesa es que esa masa de inmigrantes sería la llave al sueño demócrata de un gobierno extenso y perpetuo.

La agenda del Partido Demócrata ahora es abiertamente marxista como es el caso de políticas como Maxine Waters, Nancy Pelosi o Elizabeth Warren, sin olvidar la nueva legión de declarados socialistas como Alexandria Ocasio-Cortez que exhiben una marcada preferencia por lo extranjero y desprecio por lo nacional.

La tesis de fronteras abiertas también tiene numerosos entusiastas en el Partido Republicano, que siguen haciendo guiños a la Cámara de Comercio, hambrienta de mano de obra barata sin beneficios con la cual engrosan las arcas de los cabilderos que siguen llevándolos al terreno de la política en estados y ciudades donde también han construido un feudo electoral. No importa que esto deprima los sueldos de las minorías en Estados Unidos, como los latinos y los afroamericanos. Lo que importa es aumentar el voto para alcanzar nuevas cotas electorales.

Los datos del Centro de Estudios Migratorios calculan que unos 147 millones de personas podrían mudarse a vivir en Estados Unidos en menos de 3 meses si se aprobara el ansiado sueño demócrata de una ley de fronteras abiertas. Semejante cifra sería suficiente para crear un caos nacional y  obligaría al Congreso a crear nuevas leyes de asistencia social que llevarían al país a una regresión económica sin precedentes, porque sencillamente, el gobierno NO produce dinero sino que se lo quita a los contribuyentes con altos impuestos.

La oposición a la propuesta de Donald Trump de construir un muro más moderno que permita un control migratorio más eficiente es la piedra en el zapato de las aspiraciones globalistas de la nueva tendencia del Partido Demócrata. Estos políticos vienen trabajando en ese proyecto desde hace mucho tiempo y nada como las fronteras abiertas para lograrlo. Si lo lograran, su mantra cambiaría hacia la cacareada justicia social para entonces repartir pobreza, de la cual los políticos escaparían porque ellos siempre acaban siendo millonarios en un periodo relativamente corto. Allí están como destacados ejemplos vivientes de ello, entre otros, Barack Obama, Bill y Hillary Clinton.

Lo que menos se toma en consideración en esta ecuación azul/demócrata es la seguridad nacional, el bienestar general de los ciudadanos y la prosperidad que siempre identificó a Estado Unidos de América. Lo que cuenta es sacar ventajas políticas a explotar en los medios de comunicación. Para los demócratas, Trump es el peligroso enemigo que les arrebató la victoria en 2016 y al que hay que parar a toda costa y a todo costo.

El gobierno cerrado no impide que la vida americana continúe porque el sector privado y los servicios fundamentales como hospitales, policía, bomberos y seguridad nacional continúan sus labores con total normalidad. El presidente Trump deberá mantenerse firme sin importar el tiempo que tome. Como dijo anoche en su alocución desde la Oficina Oval: «Necesitamos el muro no poque odiemos a los que vienen de fuera sino porque amamos a los que están adentro».

Más que una simple barrera, el muro ayuda a proteger el principio de soberanía nacional y a facilitar la inmigración legal y ordenada. El problema del sistema migratorio actual es que está caduco porque sus leyes son de la década de los 50 y necesitan una urgente modernización que sirvan a los intereses de la nación. Pero a muchos políticos les interesa que el sistema siga estando caduco. Aunque el muro no lo es todo, sí hace parte de la modernización que Trump busca para proteger la seguridad nacional y el sentido de nación que hizo y hace grande al país. Puede que el experimento americano sea un milagro, pero no es un casualidad.

 

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