EE.UU.: Empieza una nueva era

La CNN alucinaba con la posibilidad de que Donald J. Trump fuese asesinado durante la ceremonia de inauguración de su mandato, seguramente porque sus redactores viven más las fantasías de series como Superviviente Designado que la realidad del pueblo americano. Gracias a Dios no ha sucedido nada alarmante durante la ceremonia y Trump es el 45º presidente de Estados Unidos. A tenor de la cara de la exprimera dama, Michele Obama, parecería que el día de la Bestia acababa de llegar. Puede que no estuviera tan equivocada. En realidad, el día ha llegado para la Bestia, pero la Bestia no es Donald Trump, sino Barack Obama.

El ya expresidente Obama no sólo ha dejado a Estados Unidos peor que cuando entró en la Casa Blanca, sino que ha llevado al mundo a un estado de violencia y peligro no visto en décadas. Su legado se evaporará y sus años de división política y racial, de abandono de sus aliados, de renuncias a los intereses de América y de concesiones a sus enemigos sólo pasarán a los anales negros de la Historia.

El presidente Trump ha prometido que comienza una nueva era. En su discurso de inauguración ha dejado meridianamente claro que desprecia Washington y que odia la forma como el establishment ha gobernado el país hasta ahora, defendiendo sus privilegios a expensas de los ciudadanos. Sí, es un discurso que puede ser tachado de populista, pero que no deja de ser cierto. La democracia, al fin y al cabo, surgió como el gobierno del pueblo para el pueblo, algo que, en la actualidad, está muy lejos de ser una realidad en Estados Unidos como en Europa. El gran contrato social de la democracia liberal, a saber, creciente prosperidad, paz y seguridad para los ciudadanos, ha dejado de cumplirse. Por la inhabilidad para lidiar con la crisis, por el pacifismo acomplejado de nuestras élites y por la supeditación de los intereses de los nacionales frente a los inmigrantes.

Llevamos años, si no décadas, soportando líderes light –como dice el expresidente de España, José María Aznar-, descafeinados, sin fuelle, sin principios firmes y sin moral intachable. No es de extrañar que un presidente en la Casa Blanca que denuncia ese vacío político, que rechaza ser prisionero de lo políticamente correcto, que no rehuye fajarse con sus enemigos, sea visto como una amenaza por todo lo institucional, políticos, medios de comunicación y organismos internacionales.

El presidente Trump, en cualquier caso, no lo va a tener fácil. Es verdad, tiene al pueblo americano de su parte, pero el establishment se atrinchera fácilmente. El Congreso, por citar un ejemplo, puede querer frustrar muchas de las iniciativas que proponga. Salvo que convenza a un número significativo de demócratas y republicanos para que le apoyen, tal vez su única alternativa sea socavar ambos partidos y construir su propio partido. ¿Imposible? No, pero será algo que nunca hemos visto antes.

Trump no es Ronald Reagan, es un conservador revolucionario, si se me permite la expresión. Posiblemente sea hoy más como Margaret Thatcher, odiada por todos, pero convencida de tener razón y dispuesta a pagar el precio político para llevar adelante sus ideas (¿recuerdan su lucha con los mineros en sus dos primeros años?).

Yo le deseo lo mejor a Donald J. Trump en su primer mandato. Los americanos necesitan liberarse de los años de Obama y el mundo necesita otro Estados Unidos. Pero tengo suficiente edad, me temo, como para saber que sus planes conllevan tantos cambios que las resistencias serán también enormes. Cuanto antes se ponga manos a la obra menos difícil será. Su propia elección nos tiene que hacer creer que lo imposible es ya posible.

 

© GEES.org

 

Otros artículos de GEES