La estrategia por las tierras del califato

Poco después de asumir el cargo, el presidente Donald Trump ordenó a sus asesores en materia de seguridad que le proporcionaran «una revisión estratégica completa de nuestra política sobre el régimen canalla de Irán». El mes pasado, basándose en esa revisión, el presidente anunció una nueva estrategia para «hacer frente a las acciones hostiles del régimen iraní», como su desarrollo de misiles con capacidad para portar ojivas nucleares, su apoyo a terroristas y sus agresiones neoimperialistas. Esa estrategia afronta su primera prueba este mes.

Irónicamente, es el éxito de Trump a la hora de derrotar expeditivamente al Estado Islámico lo que ha llevado las cosas a un punto crítico. Los territorios que se están liberando son codiciados por la República Islámica de Irán. No hace falta ser Carl von Clausewitz para entender cuáles serían las consecuencias si se permitiera que cayeran en manos de Teherán.

Los gobernantes de Irán son revolucionarios globales y yihadistas; así es como se definen. Su objetivo inmediato es crear lo que Abdulá II, rey de Jordania, llamó una «Media Luna Chií» en Medio Oriente.

Pretenden ser tan poderosos –y tan peligrosos– que ningún gobierno iraquí se atreva a desafiarlos. Bashar Asad, el dictador y asesino de masas al que han rescatado, les servirá como obediente sátrapa en Siria. Hizbolá, su legión extranjera terrorista, mantiene un férreo control sobre el Líbano. Los rebeldes huzis del Yemen dependen de Teherán para recibir financiación, armas y, presumiblemente, instrucción.

Lo que los teócratas de Teherán planean hacer después no es ningún misterio. Amenazarán cada vez más a los países proamericanos de la región, entre los que se cuentan Arabia Saudita, Jordania, Baréin, Emiratos Árabes Unidos e Israel.

Y después está la cuestión de las armas nucleares. ¿Están trabajando los científicos iraníes en ello? No lo sabemos, porque las instalaciones militares de Irán no están abiertas a los inspectores internacionales; pero no hace falta ser el general George S. Patton para sospechar que las instalaciones militares pueden ser un lugar adecuado para desarrollar armas militares.

En cualquier caso, bajo el Plan de Acción Conjunto y Completo (JCPOA), el acuerdo cerrado por el presidente Obama sin la aprobación del Congreso, Irán también tiene una vía paciente para dotarse de armas nucleares. Las restricciones del JCPOA empezarán a extinguirse en menos de una década.

En este momento, el territorio más estratégico de Siria es la provincia de Deir Ezor, que contiene grandes reservas de petróleo y gas y está junto a la frontera iraquí. Si se permitiera a los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica hacerse con ella, establecerán un puente terrestre a través del norte de Medio Oriente que se extendería desde Teherán hasta el Mediterráneo. Hace más de mil años que un imperio persa no controla esas tierras.

Evitar ese desenlace requerirá un continuado compromiso de Estados Unidos con las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), coalición de guerreros kurdos y árabes que han demostrado su coraje en la lucha contra el Estado Islámico. Las FDS necesitarán fondos, el poderío aéreo estadounidense y la ayuda de las Fuerzas Especiales de EE.UU. si quieren vencer a los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, a las milicias chiíes (de múltiples nacionalidades) respaldadas por Irán y a los combatientes de Hizbolá.

Ese compromiso comporta riesgos. Pero también la duda y la vacilación. John Hannah, exconsejero de seguridad nacional del vicepresidente Dick Cheney, informa de que los gobernantes de Irán han estado exhortando a las FDS a que «lleguen a su propio acuerdo con el régimen de Asad y sus defensores ahora, en vez de esperar a enfrentarse solos a ellos después de que Estados Unidos abandone el campo de batalla, lo que, insisten, hará de modo inevitable». Ahmad Jalid Majidiar, investigador del Middle East Institute, escribió el otro día que los oficiales iraníes están diciendo ahora que «la siguiente fase del conflicto en Siria pasa por que las fuerzas de resistencia se enfrenten al Ejército de Estados Unidos y sus aliados en la zona».

Sería útil que el presidente Trump transmitiera que, aunque preferiría resolver los conflictos de manera pacífica y diplomática, los días en que los dirigentes de Irán y sus peones podían amenazar, intimidar e incluso matar americanos con impunidad se han terminado.

Los numerosos críticos de Trump deberían al menos reconocer que esas palabras, dichas por él, podrían resultar creíbles. El presidente Obama, en cambio, podría repetir eternamente que «todas las opciones están sobre la mesa» y jamás lo tomarían en serio.

El actual inquilino de la Casa Blanca ha formado un equipo de asesores de seguridad nacional de primera categoría, que no se llaman a engaño sobre los enemigos jurados de América. Entienden que cuando los líderes de Irán claman «¡Muerte a Estados Unidos!» no están pidiendo que se atiendan sus «legítimas denuncias». Lo que están haciendo es articular un proyecto intergeneracional concebido para reclamar el poder que Irán y el islam perdieron hace mucho tiempo. Estados Unidos, el «Gran Satán», y otros países más pequeños pero no menos satánicos que se apoyan en el liderazgo de EE.UU. representan el principal obstáculo. No hace falta ser Winston Churchill para reconocer que no se puede apaciguar a los líderes de Irán.

El presidente iraní, Hasán Ruhaní, a menudo descrito en los medios como «moderado», ha declarado: «Tenemos que expresar el Muerte a Estados Unidos con hechos». El hecho que tiene en mente ahora mismo es apropiarse para Irán de las victorias logradas por EE.UU. y sus aliados en la lucha contra el Estado Islámico.

El presidente Trump ha dispuesto una estrategia sensata para contener a Irán. La pregunta es si él y los que trabajan para él pueden implantarla con éxito antes de que los dirigentes de Irán creen realidades sobre el terreno que cambien todas las reglas de juego.

Enfrentarse a los enemigos no es una tarea agradable. Pero no hace falta ser Sun Tzu para saber que es preferible hacerlo cuando esos enemigos son débiles. En el pasado, los líderes occidentales han vulnerado este principio. El presidente Trump difiere de esos líderes en muchos aspectos. Pronto sabremos si este es uno de ellos.

 

© El Medio

 

 

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