La podredumbre de Hollywood

Si algo tienen en común las gentes del cine y la televisión a ambos lados del Charco es su militancia mayoritariamente izquierdista, su visión altamente positiva de sí mismas como expertos en política y economía y su empeño en emplear la popularidad obtenida mediante su arte en apoyar todo tipo de causas de izquierdas. Son la izquierda caviar, la que acusa de egoísta al dueño de un bar que trabaja catorce horas al día por no querer que le suban los impuestos mientras reserva una planta entera de un hospital privado para el parto de su hijo sin que se le ocurra, ni por un instante, que quizá otros se beneficiarían mucho más de ese dinero si fuera realmente generosa y lo donara a caridad.

Esa izquierda ha sufrido en Estados Unidos un golpe extraordinariamente duro. Harvey Weinstein es un personaje que hasta hace dos semanas pocos conocían, pero ha sido quizá el productor cinematográfico más influyente de las últimas dos décadas. Junto a su hermano fundó Miramax en 1979, y con el tiempo lograron convertirla en una máquina de hacer dinero. Pese a que Disney comprara la productora en 1993, siguieron al frente hasta 2005, y además de producir algunas de las películas más exitosas de los noventa fueron quienes profesionalizaron el marketing para lograr que sus filmes triunfaran en la noche de los Oscar, hasta el punto de lograr que algo tan mediocre como Shakespeare in Love ganara la estatuilla. Es quizá el hombre que más agradecimientos ha recibido en la ceremonia. Y su éxito ha continuado en The Weinstein Company (TWC) hasta hoy.

Pero Weinstein abusó sexualmente de decenas de actrices durante décadas. Y todo Hollywood lo sabía. Seth McFarlane bromeó durante la presentación de las nominaciones de 2013 que las cinco actrices seleccionadas «ya podían dejar de fingir que Harvey Weinstein les gusta». Uno de los personajes de la serie 30 Rock decía que no tenía miedo de nadie en el mundillo, hasta el punto de que había rechazado a Harvey Weinstein «en no menos de tres ocasiones… de cinco». Todo el mundo pilló los chistes, pero nadie denunció nada. Incluso Girls, la serie feminista por excelencia de los últimos años, rodó una escena del episodio donde la protagonista se enfrenta a un depredador sexual… a la puerta del apartamento de Weinstein. Tarantino, a quien Weinstein ha acompañado siempre desde Pulp Fiction, ha reconocido que debió hacer más porque sabía que aquello era mucho más que rumores. Y cuando alguna actriz de renombre se ha hecho la sorprendida muchos más la han llamado a capítulo: todos lo sabíamos. Todos lo sabíamos y no hicimos nada porque, bueno, ya sabéis cómo es Harvey.

El feminismo nos dirá que esto pasa en todos lados y que el caso Weinstein no es sino un ejemplo más del ambiente sexista y del abuso que deben soportar las mujeres en todas las empresas y sectores. Y tienen razón, hasta cierto punto. Hay, y desgraciadamente habrá, hombres que abusen de su posición para obtener favores sexuales. ¿Pero de verdad alguien se va a creer que un empresario exitoso en cualquier sector podría ejercer estas prácticas durante décadas con el conocimiento y aquiescencia de todos sus competidores y sus empleados sin que nadie dijera ni hiciera nada?

Poco después de destaparse el caso Weinstein, el jefe de Amazon Studios, responsable de películas como Manchester frente al mar y series como The Man in High Castle, ha dimitido tras ser acusado por otra productora de comportamientos, digamos, poco edificantes hacia ella. Ese caso sí es, desgraciadamente, más común. Pero lo de Harvey Weinstein no es ya otra liga; es otro jodido deporte. Pertenece a un universo donde el intercambio de favores sexuales por buenos papeles tiene hasta nombre propio, el casting couch, cuyo uso habitual no sólo denota lo frecuente que es, sino lo enormemente aceptado que está. Hollywood no es un ejemplo más. Está en la cúspide de la pirámide.

Harvey Weinstein tenía todas las ideas correctas. Recaudó millones para Obama y Hillary Clinton, quienes por razones obvias tardaron una eternidad en condenarlo. Cuando se destapó el escándalo, recurrió a su abogada feminista Lisa Bloom y lanzó un comunicado en el que poco menos que venía a decir que todo esto era una conspiración porque tenía intención de hacer una película contra Trump. ¿Fue quizá por eso que los que alardean de decirle la verdad al poder se callaron? Esos que miraron para otro lado durante décadas, ¿no son los mismos que nos dan discursos henchidos de superioridad moral cuando recogen un premio o dan una entrevista? Los que nos regañan por no ser suficientemente compasivos, inclusivos, tolerantes. Por votar a la derecha, que es para ellos el peor de los pecados. Por lo que se ve, de lejos mucho peor que los de Weinstein. Recuérdenlo cuando vuelvan a intentar exhibir su complejo de superioridad moral.

 

© Libertad Digital

 

Otros artículos de Daniel Rodríguez Herrera