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Lo esperado: Cámara demócrata, Senado republicano

Durante meses se ha hablado de la «ola azul» que barrería a los republicanos en estas elecciones legislativas de mitad de mandato. Sin embargo se le ponía un pero, y es que el mapa de las elecciones al Senado favorecía claramente al partido de Donald Trump. De modo que la sabiduría convencional venía a decir que los demócratas recuperarían la Cámara de Representantes ocho años después de perderla en las legislativas del primer mandato de Obama, pero que el Partido Republicano conservaría el Senado. Y así ha sido. Es la magnitud de las victorias de unos y otros lo que consumirá los próximos días y semanas de la actualidad política estadounidense.

El habitual recuento lento no permite aún unos resultados definitivos, de modo que es difícil evaluar quién sale mejor respecto a las previsiones y a los resultados históricos de las primeras legislativas de presidencias anteriores. En el caso de Obama, las elecciones de 2010fueron las de la eclosión del Tea Party y le permitieron al Partido Republicano ganar 63 congresistas y 6 senadores, pero aquellos fueron también unos comicios fuera de la norma: la media desde 1910 es una pérdida de 30 congresistas y cuatro senadores para el partido del presidente. Este año la mayor parte de los senadores en riesgo de perder su cargo estaban en estados que votaron a Trump, de ahí que salvo que la ola azul se transformara en un tsunami era prácticamente imposible que los republicanos perdieran el Senado y esperable que ganaran un puesto o dos, ampliando la mayoría de 51-49 que venían ostentando hasta ahora.

En estos momentos es seguro que los senadores demócratas de Dakota del Norte, Misuri, Florida e Indiana han perdido frente a sus rivales republicanos. Se trata de cuatro senadores vulnerables que votaron contra el juez Brett Kavanaugh, cuya nominación ha sido un revulsivo que parece haber animado a muchos votantes de derecha a acudir a las urnas. En cambio, el también vulnerable senador por Virginia Occidental Joe Manchin, que votó a favor del juez, ha mantenido cómodamente su cargo. Por contra, el senador republicano Dean Heller ha perdido en Nevada. Quedan por decidir las elecciones en Montana y Arizona, además de otro escaño en Misisipí​ que será republicano con seguridad pero que se decidirá a final de mes. El rango irá por tanto del actual 51 a 55 senadores para los republicanos, que va desde lo esperable a lo sobresaliente y permitirán a la Cámara Alta funcionar de forma unipartidista sin que las esperables defecciones de los moderados en algunos asuntos supongan poner las votaciones en peligro.

Las elecciones a la Cámara de Representantes son más complicadas, porque cada dos años se ponen en juego toda la Cámara que tiene 435 representantes. Los demócratas necesitaban 23 asientos para hacerse con la mayoría, una cifra por debajo de los 30 que recupera de media el partido que ha perdido las presidenciales dos años antes. Aunque aún llevará tiempo saber los resultados definitivos parece claro que estarán por encima de esa media, aunque no por mucho. Todo parece indicar que ambos partidos, por tanto, podrán reclamar la victoria con buenos argumentos para respaldarse.

Las consecuencias de que la Cámara de Representantes cambie de manos es la casi total seguridad de que no se controlará el déficit y la deuda pública y que no se aprueben iniciativas legislativas concernientes a ninguno de los grandes problemas de Estados Unidos, que requieren mayoría en ambas cámaras, salvo un improbable acuerdo bipartidista. Además, cabe esperar que el Partido Demócrata convierta la Cámara en un escenario de ataques legales continuos contra la Administración Trump, con investigaciones en asuntos como el pago a la actriz porno Stormy Daniels, declaraciones juradas de miembros del gobierno casi a diario y en general la aportación constante de carnaza para sus medios, que son casi todos. Si creían que habíamos tenido dos años de crispación inaguantable, esperen a los dos que nos esperan. En cuanto a lo que significan estos resultados de cara a la reelección de Trump en 2020, es difícil concluir nada tan pronto, pero el presidente tiene razones para estar satisfecho.

 

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