Che: La fría máquina de matar

Cuando algunos celebramos los cincuenta años de la muerte de un psicópata que usaba la ideología para encauzar lo mucho que le gustaba matar (sus propias palabras, no las mías), hay partidos con representación parlamentaria en España que aún se atreven a celebrar su figura:

Hoy se cumplen 50 años del asesinato de Ernesto ‘Che’ Guevara.
«Seguiremos adelante, como junto a ti seguimos…»#50siempreElChe 
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— Izquierda Unida (@iunida) October 9, 2017

¿Pero quién fue realmente el Che? ¿Un icono de rebeldía o un psicópata? Parece razonable pensar que la mejor manera de responder a esta pregunta es leer atentamente lo que el comunista argentino dijo y escribió y luego sacar conclusiones. Podemos empezar, por ejemplo, con su diario de viaje, ese que quedaría tan romántica como falsamente retratado en la hagiográfica película Diarios de Motocicleta, incluía pasajes tan racistas como el siguiente, que por alguna extraña razón no entraron en el metraje:

Los negros, esos magníficos ejemplares de la raza africana que han mantenido su pureza racial gracias al poco apego que le tienen al baño, han visto invadidos sus reales por un nuevo ejemplar de esclavo: el portugués. El desprecio y la pobreza los une en la lucha cotidiana, pero el diferente modo de encarar la vida los separa completamente; el negro indolente y soñador, se gasta sus pesitos en cualquier frivolidad o en ‘pegar unos palos’ (emborracharse), el europeo tiene una tradición de trabajo y de ahorro que lo persigue hasta este rincón de América y lo impulsa a progresar, aún independientemente de sus propias aspiraciones individuales.

Su racismo y el de otros revolucionarios castristas quedó reflejado en la continua discriminación que han sufrido los negros bajo el régimen comunista cubano. Y no sólo. También organizó la construcción del campo de trabajos forzados de Guanahacabibes, destinado originalmente a homosexuales y cuyo lema, inspirado en el de Auschwitz, rezaba «El trabajo los hará hombres», tal y como se relata en el documental Conducta impropia.

Pero eso vendría más tarde. Así describía Guevara su primer asesinato en la época de la guerrilla:

Acabé el problema dándole en la sien derecha un tiro de pistola [calibre] 32, con orificio de salida en el temporal derecho. Boqueó un rato y quedó muerto. Al proceder a requisarle las pertenencias no podía sacarle el reloj amarrado con una cadena al cinturón, entonces él me dijo con una voz sin temblar muy lejos del miedo: ‘Arráncala, chico, total…’. Eso hice y sus pertenencias pasaron a mi poder.

Los hagiógrafos se empeñarán en argumentar que oye, que aquello fue una necesidad militar. Pero refiriéndose a ese primer asesinato, el Che le escribió a su padre en una carta: «Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar«. Muy adecuado para un ídolo de camisetas…

Todo aquel que quiera ir más allá de la foto de Korda (ver arriba) sabe que lo primero que hizo Guevara después de hacerse con el poder fue dirigir una prisión. En una comparecencia por el canal 6 de la TV en febrero de 1959, el Che declaraba que «en La Cabaña todos los fusilamientos se hacen por órdenes expresas mías». Fueron varios centenares de fusilamientos en juicios sumarios que se llevaron a cabo, por supuesto, sin garantía de ningún tipo para los condenados, lo que los convierte en asesinatos puros y duros. En aquellos días le dijo a José Pardo Llada, que lo consigno en su libro libro Fidel y el Che, que «para enviar hombres al pelotón de fusilamiento, la prueba judicial es innecesaria. Estos procedimientos son un detalle burgués arcaico. ¡Esta es una revolución! Y un revolucionario debe convertirse en una fría máquina de matar motivado por odio puro«.

Por cierto, que en ese mismo libro se consigna una frase del Che sobre la libertad de prensa que podría haber firmado con orgullo el líder del partido comunista español Podemos, Pablo Iglesias:

Hay que acabar con todos los periódicos, pues no se puede hacer una revolución con libertad de prensa. Los periódicos son instrumentos de la oligarquía.

El grado del fanatismo del Che se reflejaba en su vida personal. Como diría Thomas de Quincey, se empieza por asesinar y se acaba por faltar a la buena educación y dejar las cosas para el día siguiente. En uno de los párrafos de la carta de julio de 1959 a su madre escribió:

Soy el mismo solitario que era, buscando mi camino sin ayuda personal, pero tengo el sentido del deber histórico. No tengo casa, ni mujer, ni hijos, ni padres, ni hermanos, mis amigos son mis amigos mientras piensen políticamente como yo.

Habrá quien piense que, bueno, que sí, que era un criminal y posiblemente un psicópata pero al menos luchó por los derechos de los trabajadores y por eso se merece un reconocimiento. No obstante, cuando ya era ministro de Industria, en una alocución televisiva el 26 de junio 1961 dijo:

Los trabajadores cubanos tienen que irse acostumbrando a vivir en un régimen de colectivismo y de ninguna manera pueden ir a la huelga.

Vale, sí, que quizás muy sindicalista no era. Pero ¿acaso su efigie no se ha transformado en sinónimo de paz? Puede ser, pero no será por lo que hizo y dijo en vida. Tras la crisis de los misiles, la edición del 21 de diciembre de 1962 de Time recogió las declaraciones a Sam Russell, del periódico socialista londinense Daily Worker, en las que lamenta no haber tenido la oportunidad de desatar una guerra nuclear:

Si los cohetes hubiesen permanecido, los hubiésemos utilizado contra el mismo corazón de los Estados Unidos incluyendo a Nueva York. Nunca debemos establecer la coexistencia pacífica. En esta lucha a muerte entre dos sistemas tenemos que ganar la victoria final. Debemos andar el sendero de la liberación incluso si cuesta millones de víctimas atómicas.

Nunca dudó en defender sus crímenes públicamente en cualquier foro donde se le escuchara, por lo que resultaría extraño entender la adoración pública por el personaje, a no ser que la ideología los ciegue y les haga justificarlo todo, como fue el caso del propio Guevara. Por ejemplo, el 11 de diciembre de 1964, durante su segunda intervención en la Asamblea General de las Naciones Unidas dijo:

Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, que la hemos expresado siempre ante el mundo: Fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte.

Como además de todas sus carencias personales, Guevara era completamente inútil en ninguna labor de Gobierno, Castro lo envió de guerrilla tanto a África como a Bolivia, donde demostró que tampoco eso se le daba muy bien que digamos. Lo ejecutaron en el país sudamericano el 9 de octubre de 1967, pero ese mismo año dejó una suerte de testamento político en su mensaje a la Tricontinental, una organización dedicada a expandir el comunismo. Fue ahí donde escribió su famosa frase sobre crear «dos, tres, muchos Vietnam», empeño en que fracasó personalmente, como en todos los demás:

El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal.

Hay que reconocerle al Che que al menos fue sincero: siempre reconoció que la instauración del comunismo implicaba necesariamente violencia, aunque muchos hoy día lo sigan negando, pese a las evidencias históricas. En el primer aniversario de su muerte, la revista Verde Olivo que él había ayudado a crear publicó estas «edificantes» palabras:

El camino pacífico está eliminado y la violencia es inevitable. Para lograr regímenes socialistas habrán de correr ríos de sangre y debe continuarse la ruta de la liberación, aunque sea a costa de millones de victimas atómicas.

Este personaje es el que ha idealizado la izquierda durante las últimas décadas porque salía guapo en una foto. El que sigue poblando las camisetas de medio mundo. Al que los comunistas siguen rindiendo homenaje una y otra vez. Una foto es todo lo que ha hecho falta para convertir a un psicópata en un icono de rebeldía juvenil y hasta de lucha por, no se rían, la libertad.

 

© Libertad Digital

 

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