Los estudiantes y el alarmismo climático

“Menos exámenes y más activismo» proclamaba el cartel de un estudiante de secundaria en una de las manifestaciones que acompañan a la huelga estudiantil por el cambio climático. La idea de sustituir las clases por las calles y el estudio por la protesta viene de una adolescente sueca, Greta Thunberg, que se ha hecho tan famosa que ha sido propuesta para el Nobel de la Paz. Se podría pensar, sin embargo, que no sólo no hay ninguna contradicción entre los exámenes y el activismo sino que, por el contrario, lo mejor que podría hacer un estudiante es remangarse y ponerse a estudiar como un descosido ciencias e ingeniería de la energía para contribuir a que surja un sistema energético alternativo al actual, igualmente eficiente pero con menos impacto con el medioambiente. Por ejemplo, con más energía nuclear.

Miles de jóvenes sistemáticamente engañados por sus profesores, organizaciones ecologistas y medios de comunicación están realmente convencidos de que al mundo le quedan solo diez años antes del Apocalipsis climático. Ante dicha perspectiva tan negra, ¿quién en sus cabales querría seguir siendo un estudiante cuando lo que se necesitan son guerreros contra el Verano del CO2 en plan émulos de Jon Nieve contra el Invierno zombi.

La alucinación de Greta Thunberg, que ve las calles en llamas, se ha trasladado con fervor religioso e histeria de masas a unos jóvenes secundados por los habituales caraduras que se apuntan a cualquier excusa para faltar a clase. Esta campaña alarmista, histérica y sobredimensionada tiene su bastión mediático en el periódico británico The Guardian, que proclama sin tapujos que la expresión «cambio climático» es demasiado objetiva y neutral para su propósito de manipulación emocional, a la que llaman «concienciación», así que van a usar términos más contundentes e hiperbólicos como «crisis climática». Ya puestos les recomiendo «Armagedón del CO2«.

Fue Platón en La República el que primero justificó que las mentiras se podían usar en política cuando son pretendidamente nobles. Es decir, que en aras de un fin superior se pueden usar medios miserables. Una vez que la teoría científica se ha transformado en religión cientificista por parte de los cambioclimatistas, a los escépticos se les trata como herejes, tratando de negarles la participación en el debate ya que no se trata de discutir hipótesis y verificar datos sino de implantar dogmas y hacernos comulgar con ruedas de molino.

Platón fue el teórico de la justificación de la mentira pero el marxista Antonio Gramsci planteó la conversión de la mentira en adoctrinamiento masivo a través del sistema educativo, para conseguir una homogeneidad conceptual y emocional. Defendía Gramsci, frente a los que trataban de que los niños expresasen su propio idiosincracia y su pensamiento propio, que «Renunciar a formar al niño no significa otra cosa sino permitir que se desarrolle su personalidad acogiendo caóticamente del ambiente general todos los motivos que han de formar su vida». Donde dice el comunista italiano «caóticamente» quiere decir «libremente» y por «formar» lo que quiere decir es «lavar el cerebro».

Por lo que al cambio climático respecta, en una formación desde la crítica aristotélica (el filósofo griego defendía que la verdad y la justicia vencerían en un debate libre sin necesidad de recurrir a las malas artes platónicas) y no desde la homogeneización gramsciana se trataría de que leyesen a autores que defienden puntos de vista contrapuestos sobre los datos científicos del IPCC. Que leyesen, por un lado, a The Guardian y The New York Times, pero también a Bjorn Lomborg y Daoiz Velarde. Que pusieran en la balanza a Vicente Lozano y a Luis Gómez. Que, por supuesto, leyesen ciencia económica como la del Nobel Nordhaus para el que el asunto del cambio climático no es una cuestión de blanco renovable o negro carbón.

En definitiva, hay que animar a los estudiantes a que sean realmente críticos y se instruyan, no a que falten a clase ni que cambien la ciencia por la militancia. Sobre todo a no se dejen manipular por los que confunden la tarea del profesor con la del sacerdote o el propagandista. Menos adoctrinamiento, más educación.

 

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