OEA: La batalla diplomática del siglo en América Latina

Se trata del control de la OEA.

El uruguayo Luis Almagro tratará en marzo de reelegirse como Secretario General de la OEA. Ojalá lo logre. Es un abogado que procede de la izquierda. Fue canciller de Uruguay en el gobierno de “Pepe” Mújica. Esa circunstancia desmiente que sea un representante de la rancia derecha latinoamericana o un hombre al servicio de la CIA. Incluso, fortalece su posición frente a la dictadura de Nicolás Maduro, su defensa de los más de cuatro millones de exiliados venezolanos y sus denuncias a los asesinatos y la represión de Daniel Ortega.

Su más dura contendiente es la ecuatoriana María Fernanda Espinosa, nacida en 1964, excanciller de Rafael Correa. Esta dama, graduada de la Universidad Católica de su país, es una ficha clave en la diplomacia del “Socialismo del siglo XXI” bajo la discreta tutela de La Habana. Como afirma el politólogo boliviano Carlos Sánchez Berzaín, es asombroso que quien maneja una parte sustancial de la OEA sea un país que desprecia a la organización y que no pertenece a ella.

La señora Espinosa es la mujer de Eduardo Mangas, nicaragüense sandinista nacido en 1974 e ideólogo de la secta. Graduado de la UCA en Managua —un vivero de la izquierda totalitaria y colectivista desovado por los jesuitas en Centroamérica— ha sido asesor de Ricardo Patiño, también canciller de Ecuador durante el largo gobierno de Correa.

Patiño es un viejo y leal colaborador de los servicios cubanos. No puede ignorarse que Ecuador es de las naciones más penetradas por “los cubanos”, como describiera Enrique García cuando se exilió, exoficial de inteligencia de La Habana destacado en ese país. Hubo un periodo en el que Cuba subsidiaba prácticamente a todas las grandes formaciones políticas de Ecuador, menos a los socialcristianos.

No se trata, pues, de la competencia legítima entre dos diplomáticos con carreras parecidas respaldados por países que procuran el desarrollo de los pueblos de acuerdo con un modelo objetivamente probado.

Almagro es un hombre de izquierda que responde a los principios de la democracia liberal —transparencia, separación de poderes, honradez administrativa, elecciones plurales y periódicas, democracia representativa—, mientras Espinosa es cautiva de las supersticiones del Socialismo del Siglo XXI: gobiernos de mano dura, control de los otros poderes, nada de respeto por los derechos humanos, el Estado como centro y objeto de las transacciones económicas, gasto público excesivo, inflación galopante y el resto de las señas de identidad de ese tipo de gobierno antioccidental y autoritario.

Mientras Almagro es respaldado por el Uruguay presidido por Lacalle Pou, a Espinosa la rechaza Ecuador, que prefiere a Almagro, acaso porque Lenin Moreno, el presidente de Ecuador, conoce muy de cerca al matrimonio Espinosa-Mangas y quiere ahorrarle a América la subordinación de la OEA a los dictados de Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Argentina y México —claro— son los sostenedores de la candidatura de Espinosa, acompañados por varios de los islotes del Caricom, mientras Estados Unidos, Canadá, Brasil, Chile y el resto de las naciones del Grupo de Lima (con la dubitativa excepción de Panamá), están por Almagro. Pero tal vez la clave del resultado electoral esté en las manos de Carlos Trujillo, embajador de Estados Unidos ante la OEA, abogado norteamericano de padres cubanos.

Trujillo, que ha demostrado sus habilidades diplomáticas, tiene la obligación de hablar con cada una de las cancillerías involucradas en la votación para explicarle que estos comicios no son inconsecuentes. Cada país tendrá que tomar su decisión y pechar con ella. En estas elecciones se juega algo extraordinariamente importante: la alineación del máximo organismo regional ante la disputa entre dos concepciones opuestas de la organización de la sociedad que están a punto de chocar. Por eso le han llamado la batalla diplomática del siglo. El asunto es muy serio.

 

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