Venezuela: A 20 años del triunfo de Chávez

Muchos venezolanos mirarán estos días hacia atrás con melancolía y desazón. ¿Qué hubiera sido de su país, y de sus vidas, si la mayoría hubiera votado distinto? ¿Cómo tanta gente se dejó embaucar por un militarote golpista responsable de varias muertes? Hace 20 años, el 6 de diciembre de 1988, más de la mitad de los electores venezolanos entregaron el mando a Hugo Chávez.

La Venezuela de finales de los 90 era un país con enormes problemas. Años de dependencia del petróleo y exuberancia en el gasto habían dejado una economía sin músculo y un Estado hipertrofiado, a menudo corrupto e ineficaz, que era urgente reformar para salvar al país del colapso. Paralelamente, la explosión demográfica había multiplicado el número de pobres. Las laderas de las colinas de Caracas y otras ciudades se habían cubierto de precarias casitas atestadas de desharrapados, a quienes la Administración no alcanzaba a ofrecer lo mínimo.

En ese río revuelto se había propuesto pescar Chávez, un militar dicharachero y ególatra muy influido por la izquierda castrista, que había empezado a conspirar dentro del Ejército a principios de los años ochenta. Su primer intento serio de hacerse con el poder fue por la fuerza en 1992, y dejó varios muertos. Al mando de Chávez, los militares que le siguieron en el golpe tomaron el Palacio de Miraflores con la idea de matar al presidente. El presidente era Carlos Andrés Pérez, que escapó escondido en el maletero de su coche y logró controlar la situación con un discurso de firmeza desde la televisión.

Pese a su derrota y la mala publicidad que debió haberle dado la sangre derramada, Chávez salió envalentonado del golpe. Justo después de la intentona, el golpista derrotado habla ante las cámaras en nombre de su «movimiento militar bolivariano» para reconocer el fracaso de su misión «por ahora» e insistir en que «el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor». Aunque sabía que le esperaba la cárcel, Chávez se mostraba confiado, arrogante incluso. «Vendrán nuevas situaciones», aventuraba el militar, tocado con después popularísima boina roja de la brigada de paracaidistas a la que pertenecía.

Chávez fue preso por su insurrección, y entre rejas consiguió el capital político que le permitiría ganar las elecciones años más tarde. En la izquierda antisistema de la que provenía, pero también en los salones burgueses que frecuentaban empresarios y políticos, el teniente coronel Chávez había conquistado cierto prestigio. Claro que no era la forma de arreglar las cosas, decían los más civilizados. Pero el gobierno de Carlos Andrés Pérez le había dado innumerables motivos al militar para rebelarse.

El gobierno de Carlos Andrés estaba formado por brillantes tecnócratas aún muy jóvenes que habían estudiado en Estados Unidos con las exitosas becas del Estado del Bienestar petrolero venezolano. Aunque formaba parte del partido socialdemócrata Acción Democrática, Pérez llevaba a cabo un programa de reformas tan ambicioso como inaplazable, y contra él habían jurado odio eterno la izquierda antisistema, la clase política tradicional, de izquierda y de derecha, y casi todos los sectores productivos nacionales. Los dos primeros le acusaban de neoliberal. Los terceros entendían perfectamente la necesidad de modernización. Para todos menos su sector en particular, donde las circunstancias exigían una excepción a la hora de eliminar el proteccionismo. Como había venido a desmontarles el pesebre, a unos y a otros, todo valía contra Carlos Andrés, hasta el golpista Chávez, y acabaron tumbándole.

El peor momento del segundo Gobierno de Pérez (que ya había sido presidente en los años setenta) fue el tristemente célebre Caracazo, ocurrido nada más llegar Carlos Andrés al poder, en 1989. Su iniciativa de reducir los subsidios y controles de precios que el petróleo había permitido aplicar en Venezuela desde mucho antes de Hugo Chávez hicieron subir el precio de los billetes de autobús y otros servicios básicos. Más de lo que podían permitirse los usuarios, pero menos de lo que necesitaban los transportistas. Miles de personas bajaron de los cerros de Caracas para protestar contra los incrementos quemando, saqueando y destruyendo todo lo que encontraron a su paso. El Gobierno desplegó al Ejército, y 276 personas, según el saldo oficial, murieron durante la represión. La misma izquierda de inspiración cubana que había agitado el avispero para encender la protesta tomó el Caracazo como un símbolo que hasta el día de hoy es parte central del discurso del chavismo.

A Carlos Andrés le sustituyó otro clásico de la política venezolana, que al igual que Pérez ya había sido presidente antes. Procedente de las filas del otro gran partido de la democracia venezolana, el socialcristiano Copei, Rafael Caldera había sido uno de los grandes críticos del segundo y último Gobierno de Carlos Andrés, pero una vez llegó al poder se dio cuenta de que había que hacer lo mismo. Para aplicar las políticas de austeridad que antes había saboteado nombró al exguerrillero comunista Teodoro Petkoff, que mucho tiempo antes había abjurado del comunismo y la lucha armada para reciclarse en un socialista democrático que siempre rechazó el chavismo. Como con Carlos Andrés, las reformas daban poco a poco sus frutos, pero Venezuela había perdido demasiado tiempo, y cuando a Caldera se le acabó el mandato las mejoras solo se veían en algunos gráficos.

Al principio de su segunda presidencia, en 1994, Caldera tomó una decisión polémica, que tendría consecuencias dramáticas para la historia de Venezuela. El recién elegido presidente indultó a Hugo Chávez. Después de pasar dos años en prisión el golpista volvía a la arena política, esta vez sin las armas. Lo primero que hizo fue visitar a Castro en La Habana, donde se declaró «un soldado de un latinoamericano entregado de lleno, y para siempre, a la causa de la Revolución de esta América nuestra».

Sembrando sobre el terreno fértil que le daba la desesperación de la gente, Chávez empezó a construir su perfil de candidato, y cuatro años después se presentaba a las elecciones como el candidato favorito para sustituir a Caldera. Su discurso era el de todos los revolucionarios que aceptan el camino de las urnas cuando no tienen más remedio o se ven con opciones: la democracia venezolana bipartidista venezolana era un sistema corrupto y oligárquico, que el líder popular enterraría subido a la ola de indignación y esperanza de la gente. El «candado» constitucional por romper, como dice el comunista español Pablo Iglesias, eran para Chávez las «cadenas» de la democracia bipartidista venezolana decadente y burguesa. El «régimen del 78» del Partido comnista de España, Podemos, era en el discurso del chavismo originario «la IV República», que dio 40 años de democracia a Venezuela y había que eliminar con una nueva Constitución que al fin trajera la democracia de verdad, la del pueblo que entrega su soberanía a quien viene a salvarle.

Chávez elegía el discurso y se disfrazaba de lo que hiciera falta según el escenario y el auditorio. Sobre las tarimas de los barrios pobres, con ese patetismo religioso y cursi de macho providencial que enamoró a los futuros creadores de Podemos, tronaba contra una clase dirigente elitista y culpable a la que le había llegado la hora y prometía a los descamisados la abundancia que se les debía. En los platós en los programas del sistema, con corbata y sin boina y un estilo condescendiente y pedagógico prometía estabilidad y moderación y esquivaba con circunloquios las preguntas más incómodas.

Pese al golpe y a sus muertos y las declaraciones de lealtad a Castro, pese a todas las promesas de revolución y el tono bélico con el que hacía campaña, pese a todo ello, multitud de venezolanos formados e inteligentes y buena parte de las élites creyeron poder utilizarlo o se dejaron cautivar por la energía, la simpatía y la frescura del bravucón con ínfulas, que un día como hoy de hace 20 años ganó las elecciones.

Chávez había dejado claro muchas veces que el suyo no sería un Gobierno más, sino una nueva etapa histórica irrevocable que cambiaría para siempre la historia del país. En otras palabras, el chavismo había llegado para quedarse, y hoy vemos que llegó por las urnas, pero nunca se irá por las urnas.

Entre quienes sí vieron quién era el comandante eterno está una de las que fue sus víctimas, el banquero venezolano exiliado Eligio Cedeño. Así cuenta su impresión inmediata de Chávez en un documental de Jorge Lanata. «Cuando yo conocí a Chávez, antes de que fuera presidente (…) me di cuenta de que era un delincuente perfecto y de que iba a acabar con mi país, porque tenía muchísimo odio (…) Mis orígenes fueron en las zonas populares de Venezuela, y lo comparé siempre, por su forma de ser y su forma de actuar, con los peores delincuentes de donde yo vivía. Su conducta para mí fue muy fácil de determinar. No hay ningún estafador exitoso que no sea simpático».

Igual de claro lo tenía el expresidente Carlos Andrés Pérez 15 días antes de las elecciones que encumbraron a Chávez, y así lo explicó en una entrevista en una de las televisiones que cerró el chavismo; pronosticó con preocupación los resultados y alertó del evidente «autoritarismo» del candidato:

En estos momentos el pueblo desea un cambio profundo y radical, y comete el error en su ceguera de creer que un vengador es quien nos puede venir a resolver las cosas, sin darse cuenta que eso nos va hundir aún en peores circunstancias que las que estamos viviendo actualmente.

«Yo quisiera que los venezolanos se dieran cuenta de que vamos a hundir el país en una tragedia», añadió Carlos Andrés, y pronosticó como consecuencia del triunfo de Chávez «una dictadura»:

Aquí no habrá ley, aquí no habrá derechos de expresión, aquí las cárceles se abrirán para quien no esté de acuerdo con este Gobierno, no se le permitirá a nadie disentir y todos los problemas que hoy vemos y con los que queremos acabar se harán más graves aún.

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