Venezuela y su satrapía

No me valen las antiguas etiquetas canónicas de dictadura, autoritarismo, totalitarismo, caudillismo, etc. Se necesita una más clásica y exótica, como satrapía, para describir el horror del madurismo de Venezuela, la pequeña Venecia. Así la bautizaron los conquistadores españoles. Supongo que ahora va camino de que le cambien el nombre y pase a ser Bolivareja o algo por el estilo.

Hay que ver lo que era Venezuela hace un par de generaciones: una especie de tierra de promisión por sus ubérrimas cosechas, el maná del petróleo, las ciudades pujantes. Era el sueño que atrajo a tantos emigrantes de muchos países, especialmente de España, canarios y gallegos, deseosos de medrar. Hoy se ha convertido en un erial, un muladar, una ciénaga de despotismo, violencia y miseria. Sigue los pasos de Cuba, donde se perpetúa una tiranía hereditaria, perfectamente aceptada por el mundo llamado «occidental». Seamos realistas: muchos cubanos y venezolanos se encuentran muy conformes con su respectivo régimen político, que ellos entienden como revolucionario y antiimperialista. Con su pan se lo coman.

Tampoco hay lugar para escandalizarse mucho. Una gran parte de los Estados del mundo, aunque presuman de democracias populares, indigenistas o bolivarianas (¡pobre Bolívar!), son realmente inmundas autocracias. En el mejor de los casos pueden pasar por autoritarismos. Lo que ocurre es que a los españoles nos toca más de cerca la situación de nuestras hermanas, Cuba o Venezuela. No es solo la proximidad cultural o idiomática. En España funciona un partido con todas las de la ley, cuyo propósito, de llegar a gobernar, es importar una revolución castrista o madurista. Se presenta con el atroz marbete voluntarista de Podemos. No nos va a engañar con sus manifestaciones en pro de la democracia auténtica o de la gente. También en Venezuela hay elecciones, plebiscitos, parlamentos, estentóreas apelaciones al pueblo y a la paz.

No serían tan malos los dictadores comunistas si al final no trajeran la pobreza más despiadada para la generalidad de la población, al tiempo que sus mandamases se aíslan en la opulencia. Es decir, se cumple la paradoja de que los paladines de la igualdad causan la desigualdad más miserable.

Es inútil discutir si en Venezuela hay o no elecciones democráticas. Ya sabemos que son una farsa, como es sólito en los regímenes comunistas. La mejor prueba es la gran cantidad de venezolanos que votan con los pies, esto es, huyen a otros países. Bienvenidos sean. Algunos serán descendientes de los canarios o gallegos que emigraron a Venezuela hace dos o tres generaciones con el propósito de «hacer la América».

Esta nueva colonia de venezolanos en España nos avisa: cuidado con el partido comumista español Podemos, una monstruosa creación de la satrapía chavista o madurista. No hay más que verlos descamisados y henchidos de resentimiento. Bien es verdad que Maduro acabará pronto como Ceaucescu, pongo por caso. Pero su semilla la tenemos en España y se multiplica a costa del declive del comunismo y el socialismo. Podemos ya ha fagocitado al Partido Comunista y ahora va a por el PSOE. La operación ha sido favorecida económicamente por esos dos modelos democráticos que son Irán y Venezuela. ¡Qué hermosura!

 

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