Llegó el castrocomunismo a Estados Unidos

La congresista demócrata Maxine Waters pidió recientemente en un acalorado discurso callejero que los miembros de su partido acosaran de manera pública (restaurantes, tiendas y estaciones de servicio) a los miembros del partido republicano y votantes del presidente Donald Trump. Esto hizo esta señora afroamericana, azuzar a una guerra insensata, y a la violencia cotidiana, por el mero hecho de haber perdido unas elecciones presidenciales.

Este macabro acto de repudio por parte de una congresista negra, miembro del Partido Demócrata, en el más abyecto estilo castrocomunista y dentro de los requerimientos del socialismo chavista del siglo XXI, aconteció en Estados Unidos, después que dos mujeres del partido republicano y miembros del actual gobierno de Donald Trump fuesen despiadadamente vilipendiadas y discriminadas en lugares públicos durante una misma semana: Kirstjen Nielsen, secretaria de Seguridad Interior de Estados Unidos, repudiada y difamada en un restaurante en Washington DC, y Sarah Sanders, vocera de la Casa Blanca, quien fue expulsada de un restaurante en Virginia llamado The Red Hen (claro que con ese nombre a mí no se me hubiera ocurrido entrar de ninguna manera en ese restaurante), cerrado después por causas estrictamente debidas a su mala higiene y al contenido en mal estado de algunos de sus alimentos.

Maxine Waters, tras comprobar la reacción de militantes de su propio partido en contra de sus inadmisibles propósitos y sopesar –supongo– el error, al conocer que una gran cantidad de personas exigía mediante petición popular que fuese expulsada de inmediato del Congreso y de todos sus cargos, recapacitó y ha revenido sobre sus palabras, negando lo que es una evidencia, puesto que el desafortunado vídeo se puede ver en todas las redes sociales, y enredando –más que aclarando– que donde dijo tal cosa dijo la otra, no sin perder ocasión de culpar al presidente Donald Trump por lo que ella afirmó, de lo cual no es más nadie que ella la responsable, ha seguido con su candanga nazi-comunista.

Lo cierto es que Estados Unidos ya lo tiene dentro, el monstruo comunista: el puño en alto, los extremismos, las agresiones hasta la muerte y el exterminio masivo. Es lo que emana de ese rostro lleno de odio de esta mujer negra, que no aprendió nada, pero absolutamente nada, del sufrimiento de sus antepasados.

Algunos lo venimos previendo y anunciando desde hace años: se deben prohibir no sólo los símbolos y partidos comunistas, además sus propósitos enmascarados en cualquier otro tipo de movimiento o partido político. Todo lo que huela, mínimamente, a comunismo debiera ser abolido y penado por la ley, tal como se hizo con el nazismo.

En varios países excomunistas del Este han empezado a tomar medidas firmes, ellos que padecieron el odio comunista saben que es la única forma de salvar al mundo y a la Humanidad de tanta intolerancia y supremacía ideológica totalitaria.

En cuanto a la señora Waters, no sólo debiera ser expulsada de cuanto cargo público goce y se beneficie, además debiera ser juzgada por incitación al odio y por discriminación en contra de personas que piensan distinto a ella y su rebaño, y también por manifestar intenciones terroristas hacia individuos que lo único que han hecho es ejercer su derecho al voto, y elegir lo que ellos creen que será mejor para su país.

Hoy es Maxine Waters, pero, como sabemos, cada día es uno diferente, que quiere imponer su monstruosidad y su pensamiento sucio y único. Son un batallón, y esto es una guerra en la que llevamos ya más de un siglo con demasiadas bajas, y sin el merecido reconocimiento social y humano.

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