Sí al Estado limitado

Existe una infinidad de formas en las cuales los seres humanos se pueden organizar como sociedad. Tales formas están influenciadas por los paradigmas mentales de las personas. Por ejemplo, en un contexto donde se cree mucho en lo místico, la tradición y en castas sociales inamovibles es natural que la forma de gobierno sea una monarquía apoyada bajo la noción de que el monarca es elegido por Dios, como sucedía en la Europa del medioevo.

Pero si nuestro paradigma se basa en la libertad, la dignidad y la igualdad de derechos de todos los seres humanos, un sistema monárquico —e incluso un Estado socialista— es algo incompatible.

El Estado es una organización que ejerce acciones colectivas, que en general involucran a todos o casi todos sus habitantes. Por su naturaleza, el Estado es un ente coercitivo: estamos obligados a cumplir las leyes, aunque no nos gusten. Por otro lado el mercado es el lugar o la acción de entablar transacciones voluntarias entre dos o más partes. Si no existiera el Estado y todas las transacciones fueran voluntarias, tendríamos un estado de anarquía, donde nadie es obligado a hacer nada en contra de su voluntad. Al otro extremo está el Estado que decide todo por el individuo y le confisca su libertad. El extremo del Estado omnipotente es abominable y el extremo anarquista es utópico.

Es difícil imaginar un conglomerado social sin un ente que gestione las acciones colectivas. Por ello el Estado es una necesidad, tal vez un mal necesario, pero en la medida en que valoramos la libertad y la dignidad de las personas, entonces debemos reconocerles el derecho a tener el mayor grado de acción posible dentro de la sociedad. Debemos procurar que en la sociedad predominen los acuerdos voluntarios sobre la acción colectiva del Estado. Pero no debemos olvidar que, al contrario que el mercado que se basa en acuerdos voluntarios y de beneficios mutuos entre partes, el Estado se basa en la imposición, la coerción, el monopolio de la fuerza y la amenaza de multas y cárcel para quienes no cumplen con sus leyes.

El anarquismo es una hermosa utopía, que a mi parecer es impracticable, pero si valoramos la libertad y la dignidad humana, debemos inclinarnos por el lado de menos leyes y menos coerción estatal. Debemos tener un Estado tan pequeño como sea posible y dejar que los acuerdos voluntarios (“el mercado”) primen en las relaciones humanas.

 

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