Por Dr. Theodore Bromund
Estados Unidos, fundado en los principios universales consagrados en la Declaración de Independencia, es una nación excepcional. La Constitución de Estados Unidos aseguró estos principios mediante la creación de un gobierno del pueblo bajo el Estado de Derecho.
Si bien Estados Unidos es excepcional, nunca ha estado solo. Desde el principio, Estados Unidos ha tenido que tratar con otras naciones del mundo. ¿Cómo deben los principios americanos guiar su ejercicio de la diplomacia?
El propósito de la diplomacia americana nunca cambia: Es garantizar los intereses nacionales de Estados Unidos. El interés fundamental americano es asegurarse que Estados Unidos siga siendo independiente y gobernado por el pueblo americano. Pero debido a que Estados Unidos es una tierra basada en principios universales, los diplomáticos americanos también tienen la responsabilidad de hablar en defensa de la libertad por todo el mundo. Los diplomáticos americanos son, constitucionalmente y moralmente, los representantes de la nación americana y de sus principios.
Los intereses materiales americanos nacen de estos principios: La Constitución protege tanto las libertades económicas americanas como sus libertades políticas. Haciendo uso de estas libertades y de la seguridad de la propiedad en virtud de la ley, los americanos comercian a través de toda la nación y por todo el mundo. De hecho los americanos han sido comerciantes más tiempo que Estados Unidos ha sido nación independiente.
Fomentar el comercio está en el interés americano porque la libertad de comercio no sólo promueve la prosperidad. Es una de las libertades protegidas por la Constitución. Los Padres Fundadores reconocieron el valor moral y material del comercio y sabían que para fomentarlo en el extranjero, Estados Unidos necesitaba diplomáticos que negociaran con otras naciones. Como George Washington escribió en su Discurso de Despedida en 1796: “Nuestra política mercantil se debe apoyar en la igualdad e imparcialidad,… estableciendo [relaciones] con Poderes dispuestos; para así dar al comercio un rumbo estable…[1].
Los Padres Fundadores también comprendieron que el comercio y las libertades de las cuales se origina, no podrían prosperar en virtud de la simple protección de la ley. En el mundo tal y como es, la ley sin fortaleza es impotente. Mientras que Washington creía que “La armonía… con todas las naciones [es] recomendada por la política, la humanidad y el interés”, también reconoció que, para dar fuerza a las palabras de la diplomacia, la nación necesitaba un ejército profesional [2]. América no podía fiarse de cualquier otro país para que le proporcione ese ejército porque, en el fondo, ningún otro país velará completamente por los intereses de Estados Unidos.
Pero cuando sirviera a los intereses americanos, Estados Unidos puede formar alianzas con otras naciones. La vida le enseñó a Washington el valor de este tipo de alianzas. Estados Unidos obtuvo su independencia, en parte, debido al apoyo que recibió de Francia en virtud de los términos del Tratado de Alianza de 1778. Este tratado fue pactado por John Adams y Benjamín Franklin, los primeros diplomáticos de la nación. Al igual que otros fundadores que prestaron sus servicios a la nación en el extranjero, ellos creían en la diplomacia pero no como un bien abstracto, sino como la forma de defender las libertades del pueblo americano. Así en 1798, después de la Revolución Francesa, el Congreso anuló el Tratado de Alianza cuando ya dejó de servir a los intereses americanos.
Como Washington escribió a Patrick Henry en 1795 “mi ardiente deseo es… cumplir estrictamente con todos nuestros compromisos, nacionales o extranjeros, pero mantener a los Estados [Unidos] libres de conexiones políticas con cada uno de los demás países” [3]. Washington rechazaba las alianzas que amenazaban la independencia política de América, como el tratado con Francia de 1778 que, por entonces, parecía ser el caso, pero aceptó “compromisos” que servían a los intereses de Estados Unidos. De hecho como primer presidente de América, él nombró a los primeros representantes americanos para las capitales de las potencias europeas.
Los Fundadores no desdeñaban la diplomacia. La practicaron. De hecho, ellos pensaban que era tan importante para la conducción de la política exterior americana que, en la Constitución, quitaron a los estados de la Unión la conducción de la diplomacia y la pusieron en manos del presidente de Estados Unidos.
Estados Unidos fue fundado como una nación excepcional. Pero también fue fundado en un mundo de otras naciones. Los Fundadores querían que Estados Unidos fuera y continuara siendo un ejemplo de libertad para el mundo. Pero también lo querían para crear las instituciones de civilización, instituciones que permitirían a Estados Unidos defender sus intereses e ideales en un mundo incierto. Para los Fundadores, la diplomacia, al igual que el ordenamiento jurídico interno o una legislatura electa, era una institución civilizada.
Cuando Washington renunció a su comisión como Comandante y Jefe del Ejército Continental el 23 de diciembre de 1783, declaró que estaba “contento por la confirmación de nuestra independencia y soberanía y muy feliz con la oportunidad brindada a Estados Unidos de convertirse en una nación respetable” [4]. Para Washington, como para los otros fundadores, parte de ser respetables, independientes y soberanos era entrar en el mundo de la diplomacia.
Los Fundadores reconocieron que la práctica de la diplomacia era más antigua que Estados Unidos. La diplomacia ya era practicada por los emisarios de la Grecia clásica, un mundo que los Fundadores conocían bien. En su forma moderna, entró en vigor varios siglos antes que Estados Unidos fuese fundado. Tradicionalmente, la diplomacia es la forma en que las naciones independientes interactúan entre sí.
Estados Unidos por tanto tiene un gran interés en preservar – y practicar – una diplomacia responsable, precisamente porque Estados Unidos valora su propia independencia. Si la diplomacia se degrada, le pasa lo mismo a la independencia. Cualquier tratado particular puede ser bueno o malo para América. Pero ninguna nación tiene más que perder que Estados Unidos si el mundo se aleja de la diplomacia responsable y la reemplaza por una postura irresponsable que atente contra la independencia americana y que amenace sus libertades.
La diplomacia irresponsable viene en muchas formas. La diplomacia sin fortaleza ni siquiera merece el nombre de diplomacia. Los tratados que no toman en consideración las palabras del presidente Ronald Reagan “Confía, pero comprueba” son temerarios. Los tratados que se negocian sólo para fomentar que los extranjeros tengan mejor opinión de Estados Unidos no son sensatos.
Lo peor de todo es la creencia de que la propia existencia de naciones independientes es un problema que un mundo gobernado por burócratas debe superar. Esta creencia se basa en un rechazo de la diplomacia entre las naciones del mundo. Además esto es antidemocrático e intrínsicamente hostil a los principios fundadores de Estados Unidos. La diplomacia no solamente protege los intereses americanos. Es la manera de dirigir los asuntos internacionales que, si es fiel a sus tradiciones, respeta la soberanía americana.
La diplomacia es por lo tanto demasiado importante como para dejarla sólo en manos de los diplomáticos. Todos los estadounidenses deben desempeñar un papel en ella para asegurarse que respeta aquellas tradiciones. Tampoco la diplomacia americana puede dirigirse simplemente a los diplomáticos de otras naciones. Debido a que Estados Unidos fue fundado en la creencia de que todas las personas tienen los mismos derechos inherentes, los americanos, sus diplomáticos y sus líderes deben hablar a los pueblos del mundo. Esto es diplomacia pública.
La diplomacia pública no es nueva para América. La Declaración de Independencia no iba dirigida al rey Jorge III. Iba dirigida al mundo. La carta americana fue un acto de diplomacia pública, que, debido a “un respeto decente por las opiniones de la humanidad… declaró las causas” de la independencia americana. Desde el momento de su fundación los americanos han servido como embajadores de la libertad. Como soldados, comerciantes y misioneros han demostrado al mundo, de palabra y obra, el valor de los principios fundadores de los americanos. Esto también es diplomacia pública.
Sin embargo la práctica de la diplomacia ha sido a menudo motivo de controversia en América. El presidente Woodrow Wilson exigió “convenios de paz negociados abiertamente” [5]. El presidente Truman criticó a “los chicos de los pantalones a rayas” en el Departamento de Estado [6]. Ambos presidentes desconfiaban del secretismo inherente a la diplomacia y creían que las burocracias diplomáticas frustraban la voluntad del pueblo. Al igual que muchos conservadores, estaban preocupados por que los diplomáticos estuviesen más interesados en conseguir un acuerdo que en asegurarse de que el acuerdo respetase los valores americanos y defendiera sus intereses.
La respuesta a esta seria preocupación no es rechazar la diplomacia. Es la de respetar la sabiduría de los Fundadores y su intención de que la diplomacia americana esté sujeta al consentimiento de los gobernados. Conforme a la Constitución, el Senado aprueba el nombramiento de los embajadores y, más importante aún, tiene el deber de ofrecer su “asesoramiento y consentimiento” sobre los tratados negociados por el presidente. Tanto la Cámara de Representantes, con su poder sobre el dinero, como el Senado también tienen un mayor poder para pedir responsabilidades a los diplomáticos americanos. El presidente, el Congreso y el pueblo americano deben controlar juntos la diplomacia americana. El secretismo en la conducta diplomática no es un error. Lo que sí es un error es no obtener el pleno consentimiento informado del Congreso cuando la Constitución exige este consentimiento.
La diplomacia no es un fin en sí mismo. Es una herramienta para favorecer los intereses americanos. Esta le da a Estados Unidos algunos de los instrumentos que necesita para liderar junto a naciones afines y proporciona un medio por el cual nuestro gobierno aprende sobre otras potencias, habla y negocia con ellas. En la medida en que la diplomacia americana se guíe por los principios universales sobre los que se fundó Estados Unidos, se dedique a los mejores intereses de la nación y reciba el consentimiento del pueblo americano y de sus representantes elegidos en las urnas, será merecedora del respeto que los Fundadores tenían por ella.
Este artículo pertenece a la serie Entendiendo qué es América.
Referencias
[1] George Washington, “Discurso de Despedida”, 15 de mayo de 1796.
[2] Ibid.
[3] George Washington, carta a Patrick Henry, 9 de octubre de 1795.
[4] George Washington, Discurso al Congreso sobre la renuncia a su cargo, 23 de diciembre de 1783.
[5] Woodrow Wilson, “Los Catorce Puntos”, 8 de enero de 1918.
[6] David McCullough, Truman (Nueva York: Simon & Schuster, 1992), p. 747.