Por Brett D. Schaefer
Los Fundadores creían que los países deberían tratar de trabajar de manera amistosa en pos de objetivos comunes y en defensa de intereses mutuos. Como George Washington aconsejó a los americanos en su Discurso de Despedida, «Respetad en buena fe y justicia a todas las naciones; cultivad paz y armonía con todos».
No obstante, los Padres Fundadores también sabían que las naciones tenían prioridades rivales y que, a medida que surgieran nuevas inquietudes, el empuje de los objetivos e intereses comunes podrían debilitarse o desaparecer. Por tanto, las alianzas eran transitorias por naturaleza.
Como Alexander Hamilton señaló en El Federalista Nº 15:
No hay nada absurdo ni irrealizable en la idea de una liga o alianza entre naciones independientes para ciertos fines determinados, enunciados con precisión en un tratado que reglamente todos los detalles de tiempo, lugar, circunstancias y cantidades; sin dejar nada al azar ni que su cumplimiento dependa de la buena fe de las partes.
Hamilton, al igual que los otros Fundadores, creía que una alianza es como un contrato: Hecho entre determinados estados con un propósito definido. Los Fundadores no se oponían a las alianzas. Por el contrario, apreciaban las alianzas cuando eran ventajosas, como lo demuestra el Tratado de Alianza con Francia negociado en 1778. Pero, al igual que un contrato, las cláusulas de la alianza tenían que ser explícitas. Hamilton advirtió en El Federalista Nº 15 que un tratado impreciso con objetivos poco realistas, no es ejecutable y motiva a los firmantes a violarlo.
Al principio del siglo actual hubo en Europa como una epidemia por esta clase de pactos, en los que los políticos de entonces pusieron alegremente sus esperanzas pero que nunca se materializaron. Con vistas a establecer… la paz en esa parte del mundo, se agotaron todos los recursos de negociación y se formaron triples y cuádruples alianzas; pero se rompieron apenas formadas, dando una provechosa pero penosa lección al género humano de cuán poco debe fiarse uno de tratados que no tienen más sanción que las obligaciones de la buena fe y que oponen las consideraciones generales de la paz y la justicia a los impulsos de la inmediatez de intereses o pasiones.
La guerra entre Gran Bretaña y Francia durante la última década del siglo XVIII y las complicaciones que acarreó para Estados Unidos debido a su Tratado de Alianza con Francia, llevó a los Fundadores a ser cautelosos con las alianzas que buscan ser vinculantes para siempre. En 1798, el Congreso anuló el Tratado de Alianza con Francia. Washington, criticó el Tratado en su Discurso de Despedida, advirtiendo que:
Nada es más esencial que las antipatías permanentes, inveteradas, contra naciones particulares y las pasiones por otras sean descartadas. … Teniendo siempre el cuidado de mantenernos de forma adecuada en una respetable postura defensiva, podremos confiar con seguridad en alianzas temporales para emergencias extraordinarias.
Washington no exhortó a que Estados Unidos se aislara del mundo, pero advirtió contra vínculos y alianzas permanentes.
Hamilton creía que el éxito de la cooperación se produce cuando hay beneficios mutuos y cuando una falta de cooperación dañaría a todas las partes. Desafortunadamente, la mayoría de las organizaciones internacionales sufren de los problemas que Hamilton atribuyó a los pactos poco realistas.
Al igual que las alianzas, las organizaciones internacionales por lo general se establecen mediante un tratado. Pero a diferencia de una alianza, las organizaciones internacionales se presuponen permanentes y no pueden ser anuladas por Estados Unidos. Se componen de estados con intereses encontrados y, con frecuencia, sus propósitos están mal definidos y sus responsabilidades son imprecisas. La labor de las organizaciones internacionales a menudo dependen principalmente de la «buena fe» que Hamilton consideraba poco fiable. Los costos por violar esa buena fe son generalmente nimios.
La organización internacional con la que los americanos están más familiarizados es Naciones Unidas, pero está lejos de ser la única. Estados Unidos pertenece a más de 50 organizaciones internacionales que van en gran parte desde instituciones técnicas como la Oficina Internacional de Pesas y Medidas a organizaciones diplomáticas regionales como la Organización de Estados Americanos (OEA) o instituciones financieras como el Banco Mundial.
Aunque la mayoría de las organizaciones internacionales fueron creadas después de 1945, hay otras más antiguas, como la Unión Internacional de Telecomunicaciones creada en 1865 que establece normas para facilitar las comunicaciones electrónicas. Las organizaciones más antiguas suelen tener un alcance limitado que les permite resistirse a la politización y crean beneficios tangibles que dan a las naciones un incentivo para participar en su trabajo y cumplir con sus acuerdos.
Esto entra en contraste con Naciones Unidas. Estados Unidos jugó un papel decisivo en la fundación de la ONU y el preámbulo de la Carta de Naciones Unidas se hace eco de la Declaración de Independencia de Estados Unidos. Los presidentes Franklin Delano Roosevelt y Harry Truman vieron el establecimiento de Naciones Unidas como una forma de difundir los singulares ideales americanos a otras naciones.
Pero como Hamilton podría haber predicho, las aspiraciones de la ONU han fracasado a menudo debido a los intereses nacionales en conflicto de sus miembros. A pesar del apoyo político y financiero que Naciones Unidas ha recibido de Estados Unidos y de su influyente posición como miembro permanente del Consejo de Seguridad con derecho a veto, Estados Unidos a menudo ha salido decepcionado debido a lo díscolo de sus estados miembros y porque muchos no cumplen con los principios consagrados en la Carta de la ONU. De hecho, los propósitos fundacionales de Naciones Unidas se olvidan con demasiada frecuencia por la prisa en abordar, en palabras de Hamilton, «los impulsos de la inmediatez de intereses o pasiones”.
Como el presidente Ronald Reagan señaló en su discurso de 1985 ante la Asamblea General de la ONU:
La visión de la Carta de Naciones Unidas —evitarles a las siguientes generaciones el azote de la guerra— sigue vigente. Todavía nos emociona el alma y entusiasma nuestros corazones, pero también exige de nosotros un realismo duro como una roca, lúcido, firme y seguro — un realismo que comprenda que las naciones de Naciones Unidas no están unidas.
Sin duda, algún bien hace la ONU. Ciertamente, podría abordar más problemas si sus países miembros estuviesen de verdad unidos. Pero sólo por el mero hecho de crear una organización internacional y afirmar que sus miembros comparten objetivos y metas comunes no lo convierte en realidad.
Los conflictos de intereses y valores entre naciones siempre impedirán la acción colectiva para abordar la paz y la seguridad internacionales, fomentar los derechos humanos o facilitar un mejor nivel de vida. Peor aún, los estados miembros a menudo abusan de las organizaciones internacionales para socavar la paz y la libertad y las propias organizaciones tratan cada vez más de quebrantar la soberanía nacional, algo que es un atentado contra los derechos de la gente en naciones democráticas de todo el mundo.
El respaldo a organizaciones internacionales no está extento de consecuencias. Es una carga, aunque a veces es una carga que vale la pena. Pero negarse a reconocer las limitaciones de las organizaciones internacionales y su potencial para causar daños perjudica al pueblo americano que a menudo paga por la mayor parte de las actividades de organizaciones internacionales, tanto por las beneficiosas como por las perjudiciales.
Si Estados Unidos no quiere socavar sus propios intereses, debe abandonar su posición automática de apoyar e implicarse con organizaciones internacionales sin tomar en cuenta su desempeño. En vez de eso, Estados Unidos debe evaluar honestamente si cada una de esas organizaciones funciona, si su misión está bien enfocada y es realizable, que no depende de una “buena fe” inexistente y si propulsa los intereses de Estados Unidos.
Esta evaluación no es un llamamiento a la violación de las obligaciones de Estados Unidos, un rechazo a la diplomacia o una manifestación de aislamiento. Constituyen un privilegio y una responsabilidad que son fundamentales en un gobierno soberano y democrático. Como el senador Jesse Helms vívidamente lo expresara ante el Consejo de Seguridad:
[Todos] nosotros queremos unas Naciones Unidas más efectivas. Sin embargo, para que Naciones Unidas sea «efectiva», debe ser una institución que las grandes potencias democráticas del mundo necesiten. … El pueblo americano quiere que Naciones Unidas sirva al propósito para el cual fue diseñado: quiere que [la ONU] ayude a los estados soberanos a coordinar la acción colectiva… quiere que [la ONU] proporcione un foro donde los diplomáticos puedan reunirse y mantener abiertos los canales de comunicación en tiempos de crisis; quiere que [la ONU] proporcione a los pueblos del mundo importantes servicios, tales como el mantenimiento de la paz, inspecciones de armas y ayuda humanitaria….
Pero si la ONU… busca imponer el poder y la autoridad de la ONU sobre los estados-nación, yo le garantizo que Naciones Unidas se topará con la férrea resistencia del pueblo americano. … La ONU debe respetar la soberanía nacional. La ONU sirve a los estados-nación, no al revés. Este principio es fundamental para la legitimidad y la supervivencia final de Naciones Unidas y es un principio que debe protegerse.
Las organizaciones internacionales son una herramienta para alcanzar un objetivo, no un fin en sí mismas. Son una vía para que Estados Unidos defienda sus intereses y para buscar cómo abordar problemas en concierto con otras naciones. Pero no es la única opción y se debe comprender claramente sus puntos fuertes y débiles.
Estados Unidos no debería ser parte de una organización internacional simplemente porque exista. Si una organización internacional está abordando eficazmente un problema y potencia los intereses americanos de forma inequívoca, Estados Unidos debería respaldarla. Pero si por el contrario la organización es irrelevante, deficiente o va en contra de los intereses americanos, Estados Unidos no debería premiar a esa organización con su apoyo financiero o con su participación ya que, al hacerlo, le conferiría un prestigio y credibilidad que no merece.
Aunque que los Fundadores de Estados Unidos no vivieron en una época de organizaciones internacionales, sí querían que la nación se autogobernase, que practicara la diplomacia y tratara de vivir en armonía con otras naciones. En la medida en que las organizaciones internacionales contribuyan a estos fines, entonces son valiosas. Si no lo hacen, son destructivas y el pueblo americano debería tratar de modificarlas o retirarse de ellas y, si fuera necesario, fundar nuevas organizaciones que contribuyan con mayor eficacia a nuestra seguridad y felicidad.
Este artículo pertenece a la serie Entendiendo qué es América.