Por Steven Groves
Estados Unidos es una nación soberana.
La soberanía es una idea simple: Estados Unidos es una nación independiente, gobernada por el pueblo americano, que controla sus propios asuntos.
El pueblo adoptó la Constitución y creó un gobierno. Elige a sus representantes y hace sus propias leyes.
Los Padres Fundadores comprendieron que si América no tenía soberanía, no tendría independencia. Si una potencia extranjera puede decirle a América “lo que tenemos o no tenemos que hacer” según escribió George Washington a Alexander Hamilton, eso significaría que “todavía seguimos buscando Independencia y habríamos luchado hasta ahora por muy poca cosa”.
Los Fundadores creían en la soberanía nacional. En 1776 lucharon por ella. Pero, ¿por qué le importa aún la soberanía a Estados Unidos?
La Declaración de Independencia nos dice por qué la soberanía era importante para los Fundadores de la nación.
Cuando Estados Unidos declaró su independencia en 1776, la Declaración describía a los americanos como “un pueblo” que tenía el derecho de “asumir ante las potencias del mundo la separada y equivalente posición a que le dan derecho las Leyes de la Naturaleza y el Dios de la Naturaleza”.
Con estas palabras, Estados Unidos declaró su soberanía. Se convirtió en una nación separada, con derecho a todos los derechos de las naciones existentes. Por tanto, reclamaba para sí “pleno proceder de declarar guerra, firmar paz, contraer alianzas, establecer comercio y todas las otras cosas que los estados independientes tienen derecho a hacer”.
Pero las naciones de entonces eran monarquías en su mayoría. Los Padres Fundadores tenían una visión diferente para América. Estados Unidos era legítimamente soberano, no por decreto de un rey, sino porque en América quien gobierna es el pueblo.
El propósito del gobierno es asegurar los derechos del pueblo. Los gobiernos legítimamente soberanos derivan “sus justos poderes del consentimiento de los gobernados”. Por tanto, la soberanía de Estados Unidos se justifica en el derecho inherente, conferido por Dios, al autogobierno.
La Declaración enumera las formas en que el rey Jorge III infringió las libertades de los americanos y les negó su derecho al consentimiento de las leyes por las que eran gobernados. Mediante sus “repetidas ofensas y usurpaciones que todas persiguen el fin directo de establecer una tiranía absoluta”, el rey había tratado a los colonos americanos como meros súbditos a los que gobernar.
La lista de agravios de la Declaración incluyen:
- “Para transportarnos más allá de los mares, con el fin de ser juzgados por supuestos agravios.”. El rey declaraba tener la autoridad para apresar colonos americanos y forzarlos a someterse a juicio en Gran Bretaña por delitos supuestamente cometidos en América.
- “Se ha asociado con otros para someternos a una jurisdicción extraña a nuestra Constitución y no reconocida por nuestras leyes”. Aunque los colonos americanos eran súbditos británicos, nunca consintieron estar ligados a los mandatos del Parlamento británico, un cuerpo legislativo en el que no estaban representados.
- “Imponernos impuestos sin nuestro consentimiento”. Los americanos estaban indignadísimos por la imposición real de la Ley de Imprenta de 1765 que gravaba a los colonos requiriendo que sus documentos legales, periódicos y revistas se imprimiesen en un papel especial hecho sólo en Londres.
Estos actos impedían la capacidad de los colonos de gobernarse a sí mismos. Un pueblo, sujeto a impuestos foráneos o a ser llevado allende los mares para enfrentarse a acusaciones criminales en una tierra extraña, no es un pueblo verdaderamente independiente. En la Declaración, los Padres Fundadores dieron aviso de que esos ataques a la soberanía americana no se consentirían.
Pero hoy nuestra soberanía se enfrenta a nuevas amenazas. Las organizaciones y cortes internacionales pretenden dar nueva forma al sistema internacional. Se pretende que los países renuncien a su soberanía y sean gobernados por “consenso global”. Las naciones independientes, soberanas, serán reemplazadas por organizaciones “transnacionales” que rechazan el principio de soberanía nacional.
La exigencia de que Estados Unidos ceda a este “consenso global” no respeta la soberanía americana. Las ofensas de las que los Fundadores se quejaban en la Declaración de Independencia tienen ahora un aire internacional. Este nuevo proyecto está repleto de ejemplos de instituciones, cortes e “impuestos” que violan el espíritu de la Declaración:
- En 1998 se creó la Corte Penal Internacional. Tiene poderes para someter a soldados americanos a enjuiciamiento criminal en Holanda por acusaciones de crímenes de guerra y contra la humanidad. Los Fundadores rechazaban que se juzgara a americanos fuera de cortes americanas de justicia.
- En Kioto, Japón, en 1997, y en Copenhague, Dinamarca, en 2010, una conferencia internacional redactó un tratado global para regular el uso de energía en Estados Unidos. Una burocracia internacional controlaría el cumplimiento de los términos del tratado. Los Fundadores rechazaban la idea de que se sometiese a los americanos “a una jurisdicción ajena a nuestra Constitución”.
- En años recientes, organizaciones internacionales y líderes extranjeros han propuesto “impuestos internacionales” a billetes de avión y transacciones financieras — impuestos que serían pagados por empresas y ciudadanos americanos. Lo recaudado sería gastado por organizaciones internacionales sin obligación de rendir cuentas. Los Fundadores rechazaban impuestos sin derecho a representación política.
Esta visión transnacional también conlleva profundas implicaciones para la seguridad nacional de Estados Unidos. Muchos líderes internacionales, e incluso algunos académicos americanos especializados en leyes, creen que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas — y no el pueblo americano, el presidente o el Congreso — deberían tener la última palabra sobre la legitimidad del uso de la fuerza del ejército de Estados Unidos.
Las organizaciones internacionales buscan dictar aspectos fundamentales de la vida personal y profesional de los americanos. Esos comités, cuyos miembros incluyen egregios violadores de los derechos humanos como Cuba, China o Siria, sermonean habitualmente a Estados Unidos para que implemente cupos raciales o de género y dan lecciones a las familias americanas sobre cómo educar a sus propios hijos.
El adecuado ejercicio de la diplomacia por Estados Unidos no amenaza nuestra soberanía. Los Padres Fundadores comprendían el valor de la diplomacia. Escribieron la Constitución, en parte, porque querían que Estados Unidos pudiese negociar tratados con otras naciones. Pero también entendían que, a la postre, la política exterior de Estados Unidos debería ser controlada por el pueblo americano.
Por ejemplo, ésa es la razón por la que el Senado de Estados Unidos debe aprobar los tratados que negocia el presidente. Así es como funciona nuestro proceso diplomático. Pero hoy, la soberanía americana está amenazada por los muchos tratados que procuran quitar poder a las naciones que los negocian. La solución no está en rechazar los tratados o la diplomacia: Está en volver a la visión de los Fundadores y a su creencia en que los americanos tienen un derecho inherente al autogobierno a través de sus representantes electos, derecho que ningún tratado puede abolir.
Los redactores de la Declaración se sorprenderían de ver a sus compatriotas sometiéndose a estas organizaciones internacionales y a las restricciones de su independencia que éstas han generado. Por supuesto, Estados Unidos podría trabajar con otras naciones a partir de sus principios para favorecer sus intereses nacionales. Pero los Fundadores se quedarían con la boca abierta al ver la extensión y profundidad de las amenazas a la soberanía nacional que supone esta nueva visión transnacional.
Los Fundadores no arriesgaron la vida, la fortuna y su sagrado honor al deshacerse del dominio del rey Jorge III para que, doscientos años más tarde, Estados Unidos se sometiese a los caprichos de burócratas extranjeros no electos en las urnas y de abogados internacionales. La soberanía fue esencial para la fundación de América en 1776 y es esencial para América en la actualidad.
Al declarar su independencia del rey Jorge III y del Parlamento británico, la nación americana declaró su soberanía. Dedicándose a los principios de libertad, igualdad y consentimiento popular estableció el estándar por el que todas las naciones soberanas han de ser juzgadas.
Este artículo pertenece a la serie Entendiendo qué es América.