El éxito de una sociedad debe medirse por la calidad de vida de sus habitantes. El mundo hace mil años tenía una distribución de ingresos mucho más igualitaria que ahora y sin embargo pocos se atreverían a afirmar que aquellas sociedades eran mejores que las actuales. Hace mil años la gran mayoría de la población era muy pobre y solo una pequeñísima casta aristocrática tenía un nivel de vida un poco superior al resto; en una sociedad donde más del 90% de la población era pobre, prácticamente no existía desigualdad. La revolución industrial y tecnológica junto al paradigma liberal que desvalorizaba a las castas aristocráticas y valorizaba el esfuerzo, la creatividad individual y los derechos humanos fueron la génesis y el motor del desarrollo económico y tecnológico del cual nosotros somos beneficiarios.
Hace 1000 años la riqueza estaba determinada por el apellido y la movilidad social era casi nula. Hoy los millonarios de los países capitalistas son en muchos casos personas cuyos padres, abuelos o bisabuelos eran pobres o de clase media. La calidad de la salud, educación, alcantarillado, agua potable y hasta el refrigerador de un albañil en Luxemburgo serían la envidia de un príncipe medieval.
Una sociedad con gran desigualdad de ingresos donde la mayoría puede ganar lo suficiente para alimentar a su familia adecuadamente y darle salud, educación y ciertas comodidades es preferible a una sociedad donde todos son igualmente pobres. La desigualdad es una consecuencia casi ineludible del desarrollo capitalista, pero la desigualdad no es intrínsecamente ni buena ni mala. Lo que la historia demuestra es que la lucha contra la desigualdad es conducente al estancamiento económico, la pobreza, y a los abusos de una casta política casi todopoderosa. ¿Acaso la experiencia comunista en la Unión Soviética, China, Cuba y varios otros países no son ejemplo de ello? ¿Acaso estos experimentos, cuyo ideal máximo era la igualdad, no fueron nefastos y reprochables? ¿Acaso la ola populista actual con sus Estados plurinacionales y socialismos del siglo XXI y sus políticas de igualar para abajo no son otro ejemplo de lo contraproducente de la lucha contra la desigualdad?