El caso por los valores judeocristianos – Parte XIII: El significado de la vida

Como ya apunté en una ocasión, hay 3 sistemas de valores compitiendo por el dominio mundial: El islam, el laicismo/socialismo estilo europeo y los valores judeocristianos. Como en Estados Unidos la competición está entre el segundo y el tercero (en Europa los valores judeocristianos están muriendo mientras que el islam está aumentando su influencia) mis artículos se han concentrado en las diferencias entre los valores judeocristianos y los valores laicos.

Quizá la diferencia más significativa entre ellos, aunque raramente sea admitida por los laicos, es la presencia o ausencia del significado final de la vida. A las personas no religiosas —como es muy comprensible— no les gusta tener que reconocer la consecuencia inevitable y lógica de su irreligiosidad: que la vida, en última instancia, no tiene razón de ser.

Dicho esto, las personas laicas y las no religiosas plantean dos objeciones inmediatas:

  1. La gente no religiosa, incluyendo a los ateos, puede tener una vida tan llena de sentido como cualquier persona religiosa. No necesitan a Dios ni el judaísmo ni el cristianismo ni ninguna otra religión para darle sentido a su vida.
  1. Laico y no religioso no son lo mismo que ateo; muchos laicos creen en Dios y por tanto cualquier razón de ser que devengue por creer en Dios, ellos también la tienen. O sea que no necesitan la religión o los valores judeocristianos para darle sentido a su vida.

La primera objeción niega un hecho, un hecho que no es un juicio subjetivo: Si no hay Dios que creara el universo y a Quien le importaran Sus creaciones, al final la vida no tiene razón de ser.

Esto no significa que la gente que no crea en ese Dios no pueda tener sus propios sentimientos, o inventarse una razón de ser y un significado para sus propias vidas. Lo hacen y lo tienen que hacer porque la necesidad de tener una razón de ser es la más grande de todas las necesidades que tiene el ser humano. Es más fuerte aún que su necesidad de sexo. Hay gente que lleva vidas en castidad que logran la felicidad mientras que nadie al que le falte una razón de ser o un significado en la vida puede lograr la felicidad.

Sin embargo, el hecho que la gente sienta que su vida tiene sentido —como padre, encargado, artista, o cualquiera de la multitud de cosas que nos haga sentir que hacemos algo útil— no influye en la pregunta misma de si la vida tiene, en última instancia, una razón de ser. Los dos temas son completamente distintos.

Comprensiblemente, un médico ve la curación de sus pacientes como algo significativo, pero si no cree en Dios, tendrá que enfrentarse honestamente al hecho que aunque curar a sus pacientes del día tenga mucho significado, al final nada tiene significado porque la vida misma no tiene significado. Y en este sentido, para lograr la paz interior como ser humano, es mucho mejor ser un pobre campesino que cree en Dios que ser un exitoso neurocirujano que no cree en nada.

Si no hay un Dios tal y como lo entienden las religiones judeocristianas, la vida es un hecho casual sin sentido. Ni Ud. ni yo tenemos importancia alguna, nuestra existencia no tiene más significado que el de una roca en Marte. La única diferencia entre nosotros y las rocas marcianas es que nosotros necesitamos creer que nuestra existencia humana tiene importancia.

Ahora vamos a la segunda objeción, ésa que dice que Ud. no necesita ni la religión ni los valores judeocristianos, basta con creer en Dios o sino en algo que está muy de moda hoy: la “espiritualidad” para imbuir la existencia con una razón de ser. En teoría, uno puede postular la existencia del Dios de las religiones judeocristianas sin que en realidad tenga que creer en ninguna de esas religiones o en ninguna de sus obras santas. Sin embargo, hay algo de absurdo al creer en el Dios que se ha dado a conocer a través de los textos cuya autenticidad uno rechaza. Decir “Yo creo en el Dios que se dio a conocer al mundo exclusivamente a través del Antiguo Testamento pero no creo en el Antiguo Testamento” no es lógicamente convincente.

Cualesquiera que sean las inconsistencias lógicas o los argumentos teóricos en cualquier dirección, lo cierto es que mientras las personas laicas pueden creer que sus propias vidas tienen significado, el laicismo por definición niega que la vida tenga sentido. Las consecuencias han sido devastadoras para la salud mental y para el orden social.

Entre esas consecuencias encontramos un aumento de la tristeza y la depresión, mayor dependencia de las drogas y entretenimiento aturdidor para que así la gente pueda ir sobrellevando su vida, la confusión moral, el creer en disparates sin sentido (como el marxismo, fascismo, comunismo, pacifismo, equivalencia moral de sociedades buenas y malas…), y quizá lo más omnipresente, el significado de la política como sustituto al significado de la religión.

Dado que la necesidad de significado trasciende todas las otras necesidades humanas, su ausencia simplemente crea el caos individual y socialmente. En el gobierno, el laicismo es una bendición; pero en todo lo demás no lo es.

 

© Creators Syndicate, Inc. (Versión en inglés) | © Libertad.org (Versión en español)

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