Este viernes pasado, miles de jóvenes de todo el mundo se han manifestado coincidiendo con la IV Asamblea de la ONU sobre Medio Ambiente (UNEA), que se reunía en Nairobi. Las crónicas hablan de más de 1,800 marchas en más de un centenar de países. Contra quién, no está claro. En principio podría pensarse que contra los políticos, si no fuera porque el 99% de los líderes occidentales (y no occidentales) han salido corriendo a cortejarlos. ¿Contra las empresas? Pues tampoco deberían: el último Foro de Davos, el símbolo máximo del poder económico, tuvo como invitada estrella a la sueca Greta Thunberg que tan famosa se ha hecho en los últimos meses. Entonces, ¿se manifestaban contra el clima? Puede ser. Es lo que decían las pancartas. Aunque tampoco sea fácil saber qué significa eso exactamente.
El caso es que van de rebeldes y de antisistema, pero no hay nada más sistema ahora mismo que una manifestación contra el cambio climático. Porque se quejan de los políticos, pero han comprado el 100% del mensaje que les vende la organización más política-burocrática-elitista que podamos imaginar: la ONU. La propaganda que estos tipos han diseminado (y que ha calado muy fuerte entre los jóvenes, en esto hay que felicitar a los alarmistas) se resume en tres puntos: la Tierra está en un peligro extremo; el ser humano es el culpable; y el crecimiento económico, la razón que se esconde tras ese riesgo que amenaza a la humanidad y (todavía más importante, por lo que parece) al resto de las criaturas del planeta.
Todo es mentira. Y todo sirve a oscuros intereses económicos. Para empezar, los de los trabajadores de los organismos internacionales que organizan saraos como el que esta semana ha tenido lugar en la capital de Kenia.
Cuando digo que todo es mentira no me refiero a cuestiones climáticas. Eso lo dejo a los científicos. Sobre todo, a los que miran al pasado con perspectiva y los que miran al futuro conscientes de sus propias limitaciones y, al mismo tiempo, de la enorme capacidad de la especie humana para superar los desafíos que se le han ido presentando.
Lo falso es lo otro. La imagen de un planeta envuelto en humo («Déjenme respirar» decían algunas pancartas) y al borde del desastre ecológico. La idea de que el crecimiento económico es insostenible; de que los millones de seres humanos que nacen cada día suponen un problema; de que no podemos permitirnos su entrada en la clase media y su equiparación a los patrones de consumo occidentales; de que está mal comer animales (en lo que se mezcla un extraño panteísmo posmoderno y un creciente desprecio de la dignidad y valor del ser humano); o de que debemos renunciar a nuestra forma de vida porque no podemos permitírnosla.
Hace ya más de 200 años que el reverendo Thomas Malthus inició el ciclo de predicciones catastrofistas. Todas se incumplieron. Todas fallaron. Pero los que las hicieron nunca cejaron en su empeño. No es que no pidieran perdón (que no lo hicieron). Es que cada error fue seguido de nuevas advertencias. Si de verdad la ONU quiere contribuir a que estos jóvenes conozcan el mundo y la economía a la que ahora se incorporan como adultos, lo que les debería enseñar son otros datos. No lo harán. Por dos razones: en primer lugar, porque su sueldo y su poder actuales dependen de negarlos; y en segundo, porque su sueldo y su poder futuros dependen de que los chicos que este viernes llenaban nuestras calles se crean de verdad que los necesitan para algo.
$605 – 1,100 millones de habitantes
El primer par de cifras que todos los jóvenes deberían tener en la cabeza. Son la renta per cápita en 1820 (fuente, OCDE Better Life) y el número de habitantes del planeta en aquel año. Sí, en aquel momento, y a pesar del incremento de la riqueza en Europa tras unos siglos de crecimiento económico y con la Revolución Industrial dando sus primeros pasos, la renta per cápita mundial era de $605 (en dólares reales de 2010), apenas lo mínimo para alcanzar el nivel de supervivencia.
Es decir, los poco más de mil millones de habitantes que poblaban el planeta no eran capaces de producir más allá de lo necesario para sobrevivir.
En 2015, la población mundial rondaba los 7,300 millones de personas. Y la renta per cápita mundial ya supera los 10,000 dólares. Somos muchos más y somos mucho más ricos. Sí, el ser humano ha sido capaz no sólo de generar riqueza, sino de que esa riqueza llegue cada vez a más población. El número de personas que vive en extrema pobreza cae cada año (si hay un gráfico que todos esos jóvenes deberían tener en la cabeza es éste, de Our World in Data). La idea de que el mundo va cada vez peor es mentira.
Y el crecimiento de la población no sólo no es malo, es que es una gran noticia. De hecho, el principal motor del crecimiento no son los recursos naturales, es la imaginación del ser humano: esos niños africanos que se ven en las fotos no son sólo bocas que alimentar, como parece leyendo los informes de esos organismos internacionales (en teoría muy solidarios, en la práctica muchos de ellos rozan la eugenesia), sino potenciales empresarios, científicos, comerciantes… que nos ayudarán en los retos que se nos presenten en los próximos años.
Energía
Con respecto a la energía, sería interesante que los expertos se lo explicaran a los jóvenes. Por ejemplo, como la mayoría de los países ricos, consume menos energía ahora que hace 10 años. La razón fundamental es la mejora constante en la eficiencia energética.
Y en esto no estamos solos. La demanda primaria de energía está cayendo en los países de la OCDE al mismo tiempo que mejora la eficiencia en el uso de esa energía (datos en el informe sobre eficiencia energética de la IEA).
Esto debería ser un recordatorio de que no es la pobreza ni el estancamiento económico lo que generará un mundo más limpio, sino la riqueza. Son la tecnología y la imaginación del ser humano las que nos proporcionarán las herramientas para mantener nuestro nivel de vida limitando las emisiones y sus efectos negativos (que los hay, aunque menos importantes que los positivos). De hecho, ya lo están haciendo.
Todas esas novedades que tanto reclaman los manifestantes de esa semana, desde las energías renovables hasta el movimiento ecologista, son producto de la riqueza y el desarrollo económico. No sólo nuestro mundo es sostenible (en muchos aspectos, más que el de nuestros antepasados agricultores, que arrasaban con lo que se les ponía por delante para obtener nuevas tierras de cultivo), sino que lo es y lo será cada día más gracias al crecimiento que, en buena parte debemos agradecer a la Revolución Industrial y al uso de la energía.
La ONU debería explicar a los jóvenes que no es que consumamos menos energía que hace 10 años. Ahora debería ir a los números absolutos porque eso es computadoras que se encienden, quirófanos que se ponen en marcha, escuelas que se calientan en invierno, aviones que nos llevan de vacaciones, ropa que nos compramos… Consumir energía no es malo, como no lo es el crecimiento que lleva aparejado. La esperanza de vida ha crecido más de 40 años desde comienzos del siglo XX. ¿Qué pensamos: que la energía no tiene nada que ver con esto?
De todos los equívocos relacionados con el medioambiente el más dañino es el que demoniza nuestro actual estilo de vida y, al mismo tiempo, idealiza el de nuestros abuelos pre-industriales. Pues no. La vida en 1800 era más corta, brutal, violenta, injusta, desigual… que en 2019. Y la revolución tecnológica que trajo consigo la Revolución Industrial ha sido clave en la mejora de todos los indicadores de calidad de vida. Si nos ponemos en plan reduccionista, con uno de esos lemas facilones que tanto gusta usar en las manifestaciones, lo que hay que decir es que los coches son buenos; y el consumo de carne, también; y los aviones que no quiere usar la tal Greta, fantásticos; y el petróleo, una maravilla.
A ver qué se creen todos esos que se manifestaban el viernes. Cuando leen proyecciones que dicen que 1 de cada 2 jóvenes nacidos en el año 2000 (es decir, ellos) llegará a los 100 años de vida (y lo harán), cuál piensan que es la razón: pues sí, las calorías que consumirán y la variedad de alimentos a los que tendrán acceso, la energía que soportará los avances tecnológicos que permitirán mantener el crecimiento económico, los derivados del petróleo con los que se producirán muchos de los aparatos que les curarán…
1968
La siguiente cifra es la de un año, 1968, que marca un punto clave y de no retorno de los profetas del catastrofismo. Hace ya más de medio siglo que el Club de Roma comenzó a equivocarse en sus predicciones. Hablaban entonces de «los límites del crecimiento» y, a pesar de que todos y cada uno de sus augurios han sido errados, ahí siguen, dando lecciones.
Todos esos chicos que se manifestaban el viernes deberían saber que en los años 60-70, muchos de los que ahora les alertan sobre el calentamiento global hablaban de una nueva edad de hielo. Sí, los mismos. Y sin ruborizarse.
En 1992, un grupo de 1,500 científicos firmaba una carta absurda y catastrofista, en la que alertaban de los riesgos de pobreza, hambre, guerras por recursos naturales, desabastecimiento en grandes zonas del planeta y destrucción medioambiental. Hoy, más de un cuarto de siglo después, ya sabemos que sus advertencias estaban equivocadas (lo explican de forma magistral dos de mis referencias en estos temas, por conocimiento, precisión y rigor: Daoiz Velarde en este hilo y Luis I. Gómez en Desde el Exilio):
- Mejoras sustanciales en lluvia ácida y en el tamaño del agujero de ozono (dos problemas con los que nos aterrorizaban en los 80, revisen las películas de aquellos años y que cada año van a mejor)
- La contaminación está cayendo en todos los países ricos
- El porcentaje de población mundial que tiene acceso a agua potable está por encima del 90% por primera vez en la historia (incluso en los países más pobres, la cifra está creciendo año a año)
- El volumen de pesca en los océanos se ha estancado (gracias, en buena medida al incremento de las granjas de peces, que permiten un mayor consumo de un alimento muy rico en nutrientes como el pescado limitando a un tiempo la explotación marítima)
- La producción de alimentos per cápita se ha disparado, así como el consumo de calorías, lo que ha traído aparejada un desplome de las tasas de desnutrición, sobre todo en las regiones más pobres
- Como decimos, la producción de alimentos se ha disparado, pero no lo ha hecho la superficie cultivada. Somos capaces de proporcionar sustento a una población creciente sin necesidad de incrementar en la misma proporción las tierras de cultivo (que fueron la razón, y no la industria, aunque casi siempre se oculte, de la reducción de la masa forestal en muchos países durante siglos)
- La consecuencia de lo anterior es que la superficie cubierta por bosques en la mayoría de los países europeos se ha doblado desde comienzos del siglo XX, pasando de menos del 10% a alrededor del 20% en la actualidad. En realidad, a nivel mundial, la superficie del planeta cubierta por zonas verdes ha aumentado en los últimos 20 años.
Con esto no quiero decir que el crecimiento no traiga retos aparejados. Y hay que enfrentarlos. De hecho, para la mayoría de los problemas hay soluciones relativamente fáciles y eficientes (y, por cierto, muchas no se ponen en marcha porque limitan el poder político): desde derechos de propiedad mejor definidos a tasas por contaminación bien individualizadas; incentivos para reducir los residuos o para investigar en nuevas tecnologías (por ejemplo, para limpiar los océanos de plástico o reducir las emisiones). La clave es pensar en el futuro, no en el pasado. Buscar soluciones que permitan más y mejor crecimiento económico y tecnológico, no que aboguen por limitarlo. Y no despreciar el papel de la iniciativa privada, también la de carácter altruista, normalmente mucho más eficiente que la burocrática.
Pero siempre con un punto de partida: lo que debemos tener claro es que la visión de un mundo estático, en el que la tecnología no avanza y cada incremento de población o riqueza supone un incremento equivalente de contaminación, emisiones o degradación del medio ambiente es mentira. Pensemos en la Inglaterra del siglo XIX y su consumo de carbón: si alguien hubiera realizado una proyección a futuro y hubiera dicho «Para mantener este crecimiento económico, con una población que se doblará en los próximos cien años [como así ha sucedido] necesitaremos un incremento del consumo de carbón de ¿?». La cifra que hubiera debido ponerse en lugar de los interrogantes habría sido absurda, descomunal, insostenible. Habría supuesto la destrucción física de Gran Bretaña. Ahora sonreímos porque conocemos lo que ha pasado: sí ha habido crecimiento económico y sí ha habido crecimiento de la población, lo que no ha ocurrido es que los ingleses hayan seguido consumiendo energía como entonces. Ahora son más eficientes, han pasado de una sociedad industrial a una de servicios, han encontrado nuevas fuentes de energía menos contaminantes… Por qué pensamos que eso no ocurrirá en el futuro.
La clave es qué habría que hacer para alcanzar ese futuro más verde, más próspero, más rico, menos pobre…cuál es la receta. ¿La que se intuye tras los informes de la ONU que demonizan el crecimiento y a las sociedades más avanzadas? ¿O la que ha permitido la enorme (e inesperada) creación de riqueza de los últimos dos siglos?
Cómo enfrentarse a los retos de ese crecimiento económico. ¿Con un catastrofismo paralizante, diciéndoles a los países más pobres que dejen de crecer o de usar las herramientas que tienen a mano para mejorar las vidas de sus habitantes? ¿O animándoles a que se parezcan a ese Occidente cada vez más eficiente, limpio y sostenible? ¿De verdad alguien piensa que lo ocurrido en los últimos 200 años está mal? ¿Ésa es la idea que queremos que tengan los chicos de 20 años? ¿Que se sientan culpables cuando viajen en avión o coman carne? Pues eso es lo que les estamos diciendo. Por eso celebran como «comprometida» a Thunberg: es el modelo en el que les dicen que tienen que mirarse. Todo por lo que nuestros antepasados lucharon (sí, también por comer más y mejor, por olvidar el hambre, por tener más variedad de alimentos sobre la mesa) ahora les decimos que está mal. Y lo llaman «futuro sostenible». Es mentira, si hay algo que sería insostenible y que sí podría llevar a la humanidad a un enfrentamiento de consecuencias imposibles de prever… sería hacerles caso.
El futuro sostenible, el de verdad, se llama capitalismo y globalización. Afortunadamente, no todo está perdido. Del dicho de las pancartas al hecho de sus propios actos, hay un enorme trecho: Al terminar la manifestación en Madrid, muchos participantes se acercaron al McDonald’s a comerse un buen (y es que está bueno, hay que reconocerlo) BigMac: quizás entre bocado y bocado alguno de ellos se dio cuenta de que como diversión para un viernes sin colegio puede valer… como proyecto de vida, les están vendiendo una estafa.