Educación: El costo de las ideas

Es común escuchar a diversos líderes políticos de nuestro continente pronunciar un repetitivo discurso en favor de una serie de supuestas bondades de los sistemas de educación escolar dirigidos por el Estado. Estratégicamente este sistema se conoce popularmente como educación pública. Muchas veces oímos arengas pro educación pública amparadas por insignes expertos locales en escolarización. De esta manera se intenta desalentar la libre elección de las familias, en favor de iniciativas escolares que se alejan de las dictadas por los gobiernos de turno, tanto en el fondo como en la forma. Esta dinámica se ve en autoridades de derecha como de izquierda — lo que refleja que, en lo que a educación se refiere, los socialistas están en todos los partidos.

Aquel persistente discurso, reiterado incansablemente, ha acaparado la atención de la ciudadanía y, en parte, ha ocultado las opciones que colocan en el centro del sistema de escolarización no al Estado sino a los alumnos y sus familias.

La izquierda, muy hábilmente, no conforme con lo anterior, además denuncia el sistema de subvenciones escolares —base del financiamiento de las escuelas— con el peyorativo término voucher. Esto induce a que este histórico sistema de financiamiento de la educación, con orígenes a mediados del siglo XIX, se pinte como el último escalafón de la educación de mercado, propio del “modelo neoliberal” (otro término fetiche igualmente poseedor de una connotación despectiva). Así se pretende presentar este tipo de financiamiento como una postura extrema, propia de la derecha, que obliga a transitar hacia un sistema donde el Estado tenga mayor injerencia.

Cuando alguien se atreve a hacer una alocución pública en favor de iniciativas de educación escolar que se alejen del ideal izquierdista, ya sabe lo que le espera: Debe estar dispuesto a someterse a un cruento escarnio público, que en el peor de los casos, deviene en una especie de muerte civil o escrache. En este escenario, el paroxismo perfecto para la izquierda es representado por dos ideas muy concretas, a saber: la educación en el hogar (homeschooling) y los cheques escolares (vouchers), siendo el más atacado el sistema de financiamiento de la educación recomendado por el Nobel de Economía, Milton Friedman.

No es dable predecir con exactitud cuál será el rumbo exacto que adquirirán los sistemas escolares si sus bases gravitasen sobre los graníticos cimientos del libre mercado; sin embargo, el derrotero que se transitará si es fácil de vislumbrar, en atención a las dinámicas generadas en otras industrias cuando han adherido a los valores y principios del libre mercado. Sabemos que se abren a la creatividad, a la variedad de bienes y servicios, a la orientación y satisfacción de sus clientes.

No obstante, eso sería alejarse del dogma izquierdista. Crearía dudas en el discurso aprendido de que más recursos económicos gastados en las escuelas es sinónimo de una mejor educación. Siempre gana el candidato que presenta una oferta más cuantiosa, ya no duplicando o triplicando el presupuesto destinado a educación, sino quintuplicándolo o más.

Pero no hay que perder la fe y hay que seguir dando la batalla de la explicación. Los votantes, tanto los indecisos como los fanáticos, ya no dirán sí automáticamente a todo lo que se les proponga, sino que empezarán a contrastar ideas y a pensar críticamente, en vista y consideración de la evidencia. Hasta se podría derrotar al dogma y hacer ver a los líderes políticos cómo están abiertamente equivocados ante la evidencia de un sistema mejor. Eso es posible. No fácil, pero posible.

 

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