No hay nada más social que el libre mercado

No hay nada más social que el libre mercado. Veamos por qué.

El libre mercado y el capitalismo

El libre mercado y el capitalismo tienen una imagen muy negativa en muchas sociedades. Son vistos como sistemas avaros, individualistas, egocéntricos, carentes de humanidad y de sentimientos. Por el contrario, el estatismo es visto como algo positivo, solidario, generoso, desinteresado.

Sin embargo hay pocas cosas cuya percepción esté tan desajustada con la realidad.

Pese a esa visión tan negativa, lo cierto es que no hay nada más social que el capitalismo y el libre mercado.

El libre mercado

El libre mercado no puede darse en la soledad, requiere de la participación de otros seres humanos, pero no de cualquier tipo de participación, sino de la participación voluntaria de personas que deciden intercambiar bienes y servicios.

En definitiva, el libre mercado consiste en satisfacer los deseos ajenos ¿acaso hay algo más bello y social?

El estatismo

El estatismo y el socialismo también requieren de la participación de más seres humanos, sin embargo esa participación no es plena, es limitada en el espacio, carece de vocación universal.

El estatismo crea fronteras, aranceles, barreras al intercambio global. Constriñe, limita el alcance de la participación y de la elección humana, las posibilidades de intercambio. Se inclina a la autarquía. Además, la participación humana en el estatismo y el socialismo no se guían por la voluntariedad, sino que impera la coacción.

Ya no hay una relación de bilateralidad y horizontalidad entre dos personas que desean satisfacer sus necesidades mutuamente y que llegan a acuerdos voluntarios, sino que se rigen por relaciones verticales, de jerarquía, de ordeno y mando.

Requiere de señores y súbditos, de gobernantes y ciudadanos.

El socialismo y el estatismo se basan en la obligatoriedad, en limitar la capacidad de elegir en libertad de las personas. Es por ello que dichos sistemas, al ser jerárquicos, son menos sociales, menos morales. Así, esa aparente generosidad no surge del desprendimiento personal, sino de la coacción estatal. Una generosidad impuesta, de redistribución forzosa en base a criterios arbitrarios impuestos desde arriba.

Sufragar servicios no deseados

El estatismo, al efectuar intercambios forzosos, no buscados libremente por los individuos, no satisface de modo óptimo las necesidades de las personas a las que presta el servicio, puesto que el suministro de servicios públicos no son fruto de un intercambio recíproco y buscado, sino suministrados a la fuerza por el Estado, por los burócratas y políticos.

Nos obliga a sufragar servicios no deseados. La solidaridad estatal no es tal, pues consiste en dar a un tercero lo que no es tuyo. No hay solidaridad real allí donde es obligatoria, así que no hay nada de moral en la redistribución estatal.

Nos dicen que es preciso ejercer la violencia redistributiva porque de otro modo no habría solidaridad voluntaria y los necesitados quedarían desamparados, pero la historia nos demuestra innumerables casos de generosidad, obras de caridad y de mecenazgo.

Para paliar esa supuesta falta de solidaridad voluntaria de las personas, el Estado decide imponer la solidaridad forzosa, ignorando que el Estado no es más que una ficción que enmascara lo que hay detrás: personas que deciden por otras personas.

Y presumir que el puñado de personas que dirigen el Estado van a ser más rectas y solidarias que los millones de personas que viven en sociedad, es mucho presumir.

El capitalismo es más social

Que el capitalismo es más social que el socialismo lo da simplemente la comparación entre la imagen de un mercadillo popular y la de las colas para acceder a un servicio público.

La interacción, la búsqueda del acuerdo para el intercambio, la negociación, la variedad de productos y la posibilidad de elección, frente a las frías colas del “espere su turno” para recibir un único servicio de un único proveedor obligatorio, sin posibilidad de elección ni de negociación con el funcionario de turno.

Así que cuando le hablen de políticas sociales, recuerde que las únicas políticas verdaderamente sociales son aquellas que facilitan el intercambio voluntario y colaborativo entre las personas, es decir, las que relajan el corsé normativo y traen aires de libertad.

Porque lo que hoy nos venden como políticas sociales, tienen muy poco de social y mucho de política… Política socialista, por supuesto.

 

© El Club de los Viernes

 

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