Se cumple el primer aniversario de la firma del acuerdo con Irán sobre su programa atómico. Sus defensores, incluida la superministra de Exteriores de la Unión Europea, Federica Mogherini (a excepción del ministro de Exteriores de España, que no ha dicho nada hasta ahora), han manifestado su satisfacción por lo logrado en estos meses. Pero esa retórica optimista nada tiene que ver, desgraciadamente, con la realidad.
Quienes nos opusimos con fuerza a un acuerdo que considerábamos tan malo para los intereses occidentales, la paz en la zona y la estabilidad internacional como para preferir que no se firmara hemos visto reforzados nuestros argumentos en este primer año de vida del llamado, por sus siglas inglesas, JCPOA.
En primer lugar, podemos reafirmarnos al denunciar dicho acuerdo como ilegítimo. No sólo la Casa Blanca ocultó sus continuas concesiones a Irán para arrancar la aquiescencia de los ayatolás, sino que ahora sabemos de mano del principal asesor del presidente Obama, Ben Rhodes, que Washington urdió un argumentario positivo sobre el contenido del acuerdo que nada tenía que ver con la realidad de las negociaciones, y que incluso instrumentó a ONGs, think tanks y periodistas para difundir sus falsedades. De hecho, ya hay miembros del Congreso americano que están demandando una investigación oficial al respecto.
La verdad es que se abandonaron todas las líneas rojas, una tras otra. En lo referente a la duración del acuerdo, a las inspecciones, a la posibilidad de modernizar la infraestructura atómica bajo el propio JCPOA, a la conexión del programa nuclear con otras actividades relacionadas, como las misilísticas. De ahí esa campaña de desinformación y de la negativa de Obama a que el texto fuera discutido y votado en el Congreso, violación sin precedentes del papel del Senado en la aprobación de acuerdos internacionales.
En segundo lugar, podemos seguir afirmando que el acuerdo no impide que Irán continúe avanzado en su programa nuclear. Todo lo contrario. No sólo el JCPOA permite, como ya denunciamos hace un año, continuar con el enriquecimiento de uranio, y así como con la ruta del plutonio, sino que, como acabamos de conocer por el informe anual del servicio de inteligencia interior de Alemania, Irán ha proseguido con sus actividades clandestinas para hacerse con componentes vitales para un arma atómica. Al menos en una media docena de ocasiones agentes iraníes intentaron hacerse con tecnología de compañías alemanas en estos últimos meses. Según este informe oficial, ¨debe asumirse¨ que los esfuerzos iraníes para adquirir clandestinamente lo que le está prohibido por el acuerdo van a continuar.
Los defensores del JCPOA dicen que hoy Irán está más lejos de la bomba que hace un año, pero la realidad es que Irán ha logrado bajo este mal acuerdo acortar el tiempo necesario para fabricar una bomba una vez así lo decida. Obama tenía razón en una cosa el año pasado: al final del acuerdo, en 15 años, Irán habrá acortado ese tiempo a cero. El problema es que Irán no va a necesitar todo el tiempo del acuerdo para alcanzar esa capacidad. Lejos de acabar con el problema, el JCPOA allana internacionalmente el camino a Irán para que se haga con arsenal atómico.
En tercer lugar, el año pasado condenamos la ceguera de la administración Obama (y la de sus seguidores) al desconectar el programa nuclear iraní de otros programas militares, como el misilístico; y el papel desestabilizador de Teherán en la región, así como su apoyo a grupos terroristas de alcance global. En estos doce últimos meses, lejos de normalizarse, el comportamiento de Irán ha vuelto más agresivo. A los pocos días de firmar el acuerdo orquestó una tanda de ensayos de misiles que para muchos violaban tanto el espíritu como el texto del mismo; y tampoco se ha visto una moderación de sus ambiciones hegemónicas en la región. Sus tropas están en Irak y Siria, luchando contra el Estado Islámico pero apoyando a Bashar al Asad y al Gobierno proiraní en Bagdad; sus proxies luchan en Yemen, no sólo contra el Gobierno de ese país sino, en realidad, contra su mayor oponente hoy, Arabia Saudita; y no deja de apoyar con dinero, asesores y armas a grupos terroristas como Hizbolá en el Líbano, Hamás y la Yihad Islámica en Gaza, entre otros.
Es más, el JCPOA, lejos de incentivar un comportamiento normal de Irán, con la lluvia de millones de dólares que permite que lleguen ahora a las manos de los ayatolás, alimenta su capacidad de injerencia directa e indirecta en la escena regional y global. La esperanza de Obama de que esa ayuda financiera moderaría al régimen se ha mostrado falsa. Tan falsa como todas sus mentiras sobre el propio acuerdo.
Un año después, Mogherini puede mostrar sus satisfacción en las redes, a falta de algo real y práctico que vender desde ese monstruo burocrático que es la UE, una Torre de Babel en progresiva descomposición. Obama puede también mostrarse contento. Al fin y al cabo, lo que ha hecho es pasar el problema al siguiente presidente. Y a todos nosotros. Un año después, todo está mucho peor de lo que decía. Mucho peor de lo que debería ser.
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