Por Marion Smith
El éxito del experimento americano en el autogobierno es el resultado de sus principios fundacionales, estipulados en la Declaración de Independencia y protegidos por la Constitución de Estados Unidos.
Las verdades universales y permanentes de igualdad y libertad humanas se conservan en Estados Unidos a través del Estado de Derecho, se reflejan en sus instituciones y son queridas por el pueblo. ¿Será que la dedicación de Estados Unidos a esos principios le confiere un papel especial en el mundo?
Desde los inicios, el propósito de la política exterior de Estados Unidos ha sido defender el sistema constitucional americano y los intereses comunes del pueblo americano. Por tanto, Estados Unidos se ha comprometido a proveer la defensa común, a proteger la libertad de comercio y a buscar relaciones pacíficas con otras naciones. El objetivo más importante de la política exterior americana sigue siendo la defensa de la independencia de Estados Unidos, de forma que pueda gobernarse a sí misma acorde con sus principios y la consecución de sus intereses nacionales.
A la vez, los Fundadores eran muy conscientes del significado universal de los principios americanos y de la responsabilidad única de Estados Unidos a la hora de mantener y promover estos principios. Como Thomas Paine recordaba a los patriotas de todos los lugares durante la difícil época de la lucha por la independencia de Estados Unidos: “La causa de América es en gran medida la causa de la humanidad” [1]. Los Fundadores creían que la idea de la libertad humana y, por consiguiente, del derecho inherente al autogobierno, eran aplicables no sólo a los americanos, sino a la gente de todo el mundo.
La Declaración de Independencia dice que todos los seres humanos están dotados de los mismos derechos inalienables, y que para asegurarlos “se instituyen gbiernos entre los hombres que derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados”. Los Fundadores americanos hablaban de verdades universales y crearon un poderoso modelo de libertad para todo el mundo. Ellos comprendían que el compromiso de Estados Unidos con sus principios — tanto en política doméstica como exterior — tiene profundas consecuencias para la causa de la libertad en todo lugar.
Como observó George Washington: “Mantener encendido el fuego sagrado de la libertad y velar por el destino del modelo republicano de gobierno están justamente considerados como profunda y quizá definitivamente en juego en el experimento confiado al pueblo americano” [2].
El experimento americano era importante en parte porque era un ejemplo para los oprimidos del mundo entero. Después de recorrer Estados Unidos, Alexis de Tocqueville ya advirtió en 1835 que el “principal instrumento” de la política exterior estadounidense es “la libertad” [3]. Quería decir que, en Estados Unidos, la diplomacia no es sólo algo que el gobierno hace. Cuando los ciudadanos estadounidenses proclaman su fe en sus principios y los viven cotidianamente, están ayudando a hacer la política exterior de su nación porque sus palabras y acciones son una lección para el mundo.
Durante la Revolución Griega de 1821 contra el Imperio Otomano, el secretario de Estado de Estados Unidos Daniel Webster se preguntaba “¿Cuál es el alma, el espíritu informador de nuestras propias instituciones, de todo nuestro sistema de gobierno?” Su respuesta: “La opinión pública. Mientras ésta actúe con energía y se mueva en la dirección correcta, el país estará siempre seguro — guiemos la fuerza, la vasta fuerza moral, de este motor para ayudar a otros” [4]. Incluso aunque el gobierno de Estados Unidos no intervenga oficialmente, el apoyo del pueblo americano a aquellos que buscan la libertad es una ayuda valiosa para su causa.
A través de nuestra historia, los ciudadanos americanos se han sentido inspirados por nuestras libertades política, religiosa y económica para actuar como embajadores de la libertad. Como misioneros, comerciantes o médicos, nuestros ciudadanos-diplomáticos han creado escuelas, orfanatos y hospitales. Han traducido obras literarias, han educado niños y han inspirado reformas políticas en países oprimidos y empobrecidos. El “mayor enemigo de la tiranía”, como dijo Webster, es este espíritu republicano de autogobierno. El compromiso cívico de cada uno de los ciudadanos americanos y su compromiso con los principios fundacionales de Estados Unidos son parte vital del papel único de América en el mundo.
Sin embargo, como una nación en un mundo de naciones, Estados Unidos ha tenido también que hacer uso de la diplomacia con otros gobiernos. Los Fundadores comprendían que los principios de América debían verse reflejados en sus relaciones con otras naciones. Para ellos, la diplomacia no era solamente un medio para negociar los intereses de Estados Unidos. También era una herramienta para fomentar la libertad. La libertad siempre ha sido el principio que define a Estados Unidos — no sólo una preferencia política. Estados Unidos, por tanto, envió a algunos de sus más brillantes y más ardientes patriotas — Benjamin Franklin, Thomas Jefferson, John Quincy Adams — como diplomáticos para representar al pueblo americano y las excepcionales ideas de la joven república.
Estados Unidos tiene un inigualable entender del arte de gobernar porque la política exterior americana a través de sus representantes electos siempre debe rendir cuentas al pueblo americano. Las monarquías e imperios de Europa no reconocían los “derechos inalienables” de la libertad humana. Su diplomacia servía los intereses de sus gobernantes y no se basaba en el consentimiento de los gobernados.
Los Fundadores creían que el papel de América en el mundo estaría limitado por el gobierno constitucional. Estaría también inspirado por el sentido de la justicia. Por eso George Washington recomendaba una política exterior de independencia y fortaleza, un política que permitiera a América elegir “la paz o la guerra según nos aconsejen nuestros intereses y nos indique la justicia”.
Al enfatizar la importancia tanto de los intereses como de la justicia, Washington reconocía que no había respuestas simples a las difíciles preguntas de la política exterior. Una política basada sólo en intereses ofendería los ideales de América, mientras que una política basada sólo en ideales ignoraría la realidad del mundo. Por tanto, los Fundadores buscaron aplicar los principios que definen el sentido de justicia de Estados Unidos, a las circunstancias del momento. Este prudente enfoque es esencial para asegurar las bendiciones de la libertad para el pueblo americano en un mundo complicado y a veces hostil.
En este mundo peligroso, Estados Unidos no fue fundado para ser una fortaleza solitaria o para quedarse aislado de los asuntos internacionales. Cuando Washington hablaba de la “posición desligada y distante” de América, estaba reconociendo una realidad geográfica, no definiendo un principio de política exterior. Las primeras acciones de política exterior de Estados Unidos no fueron inherentemente aislacionistas o no intervencionistas; eran acciones prudentes, moldeadas por la necesidad de preservar el autogobierno republicano del país.
La Proclamación de Neutralidad de Washington en 1793 permitió a la joven nación evitar la guerra que había entre Francia e Inglaterra. Estados Unidos era militarmente débil y librar una guerra hubiese puesto en peligro la existencia misma del experimento americano. La Doctrina Monroe de 1823 protegía los intereses de Estados Unidos a la vez que presentaba al mundo los principios de autogobierno y libertad política. La Doctrina no era aislacionista: buscaba defender la independencia de las jóvenes repúblicas de Latinoamérica que acaban de liberarse del dominio español.
“Las llamas encendidas el 4 de Julio de 1776 se han dispersado sobre la mayor parte del universo como para ser extinguidas por las débiles maquinarias del despotismo” señaló Thomas Jefferson al comentar sobre la independencia de estas nuevas repúblicas. “Al contrario, quemarán esas maquinarias y a quienes las operan” [5]. Siguiendo el ejemplo de los Fundadores, los estadistas americanos del siglo XIX hablaron en favor de aquellos en el mundo que intentaban ganar su libertad política y establecer un gobierno basado en el consentimiento del pueblo.
Por ejemplo, el gobierno americano apoyó moralmente a la Revolución Húngara de 1848, que buscaba fundar un estado basado en el principio del autogobierno. Tras el aplastamiento de la independencia húngara por parte de los imperios austríaco y ruso, Estados Unidos trató de proteger a refugiados húngaros. Estados Unidos no declaró la guerra, pero utilizó la diplomacia para defender la libertad.
América es un defensor de la libertad en casa. En el exterior, Estados Unidos mantiene su independencia y persigue prudentemente sus intereses mientras defiende la idea de la libertad política en todo el globo. Al pueblo americano no se le exige arriesgar su sangre y sus bienes en defensa de la libertad de otros. Pero Estados Unidos no puede tener una política exterior que no plasme las verdades políticas que definen el país. Estados Unidos defiende los principios de libertad, independencia y autogobierno y sus intereses se definen y se moldean por esos principios.
América sí tiene un papel especial en el mundo — uno que está moral y filosóficamente fundamentado en los principios de la libertad humana y en su sentido de justicia. Esto significa que la verdadera congruencia de la política exterior americana no se encontrará en sus decisiones políticas, las cuales prudentemente cambian y se adaptan, sino en sus principios guía que son permanentes, inmutables.
Los Fundadores de Estados Unidos ejemplificaron y articularon mejor que nadie el propósito eterno de América en el mundo. John Quincy Adams, el principal autor de la Doctrina Monroe, apuntaba que “la gloria de América no es el dominio, sino la libertad. Su avance es el avance de la mente” [6].
Aunque América “no sale al exterior buscando monstruos que destruir”, proseguía Adams, debemos recordar que Estados Unidos tiene “una lanza y un escudo”. El lema grabado sobre el escudo de América es “Libertad, Independencia, Paz”. Es este lema, concluye Adams, el que “ha sido su declaración: ha sido, en tanto en cuanto permitan las necesarias relaciones con el resto de la Humanidad, su práctica” [7].
La independencia de América y su compromiso con la libertad civil y religiosa han hecho de Estados Unidos una nación próspera y esta prosperidad la ha hecho fuerte. Sus principios la han hecho también una nación justa. Para salvaguardar estas bendiciones de la libertad, Estados Unidos mantendrá su independencia nacional, pero no se arredrará a la hora de identificar y, si fuese necesario, combatir los monstruos del despotismo para así proteger sus intereses, defender la libertad y preservar la paz.
Desde Bunker Hill al Muro de Berlín, el amor de América por la libertad ha inspirado un compromiso para ver que la causa de la libertad triunfe fuera de sus fronteras. Mientras que América se guíe por sus principios, Estados Unidos no sólo continuará disfrutando la bendición de la libertad en casa, sino que también mantendrá su posición de la defensa de la libertad en el mundo.
Este artículo pertenece a la serie Entendiendo qué es América.
Referencias
[1] Thomas Paine, Sentido Común, 1776
[2] Primer Discurso Inaugural de George Washington, 1789.
[3] Alexis de Tocqueville, Democracia en América, Vol. I, Parte II, Capítulo 10.
[4] Daniel Webster, discurso ante la Cámara de Representantes, 19 de enero de 1824.
[5] Thomas Jefferson, carta a John Adams, 12 de septiembre de 1821.
[6] John Quincy Adams, discurso ante el Congreso, 4 de julio de 1821.
[7] Ibid.