Discurso de Ronald Reagan: La Marcha de la Libertad

 

Londres, 8 de junio de 1982

 

La travesía de la que esta visita forma parte es larga. Ya me ha llevado a dos grandes ciudades de Occidente, Roma y París, y a la cumbre económica en Versalles. Y allí, una vez más, nuestras democracias hermanas han demostrado que incluso en tiempos de severas tensiones económicas, los pueblos libres pueden trabajar juntos de forma libre y voluntaria para abordar problemas tan serios como la inflación, el desempleo, el comercio y el desarrollo económico con un espíritu de cooperación y solidaridad.

Frente a nosotros quedan otros hitos. Más adelante esta semana, en Alemania, nosotros y nuestros aliados de la OTAN hablaremos sobre medidas para nuestra defensa conjunta y las más recientes iniciativas de Estados Unidos por un mundo más pacifico y seguro mediante la reducción de armas.

Cada parada de este viaje es importante, pero entre todas ellas, este momento ocupa un lugar especial en mi corazón y en los corazones de mis compatriotas — un momento de afinidad y de vuelta a casa en estas venerables salas.

Hablando en nombre de todos los americanos, quiero decir lo mucho que nos sentimos en casa estando en su casa. Todo americano lo haría porque este es, como tan elocuentemente se ha dicho, uno de los templos de la democracia. Es aquí donde los derechos del pueblo libre y los procesos de representación se han debatido y refinado.

Se ha dicho que una institución refleja la sombra alargada de un hombre. Esta institución refleja la sombra alargada de todos los hombres y mujeres que se sentaron aquí y de todos aquellos que votaron para enviar a sus representantes aquí.

Esta es mi segunda visita a Gran Bretaña como presidente de Estados Unidos. Mi primera oportunidad de pisar suelo británico ocurrió hace casi un año y medio cuando su primera ministra gentilmente ofreció una cena de gala en la Embajada Británica en Washington. La Sra. Thatcher dijo entonces que esperaba que no me inquietara el que, desde la gran escalera, hubiera mirándome un retrato de su Majestad el rey Jorge III. Ella sugirió que dejásemos correr el agua pasada y, en vista de la notable amistad entre nuestros países en años subsiguientes, añadió que la mayoría de los ingleses hoy se mostrarían de acuerdo con Thomas Jefferson en que “una pequeña rebelión de vez en cuando es algo muy bueno”. [Risas]

Bien, de aquí me iré a Bonn y luego a Berlín, donde permanece indómito un siniestro símbolo de poder. El Muro de Berlín, ese horrendo tajo plomizo que atraviesa la ciudad, está ya en su tercer decenio. Es el apropiado distintivo del régimen que lo construyó.

Y unos cuantos cientos de kilómetros tras el muro de Berlín hay otro símbolo. En el centro de Varsovia hay un letrero que indica la distancia a dos capitales. En una dirección señala a Moscú. En la otra, señala hacia Bruselas, el cuartel general de la tangible unidad de Europa Occidental. El letrero dice que las distancias de Varsovia a Moscú y de Varsovia a Bruselas son iguales. Este letrero deja algo en claro: Polonia no es Oriente u Occidente, Polonia está en el centro de la civilización europea. Ha contribuido enormemente a esa civilización. Lo está haciendo hoy al permanecer magníficamente incompatible con la opresión.

La lucha de Polonia por ser Polonia y por asegurar los derechos básicos que a menudo damos por hecho demuestra por qué nosotros no osamos a darlos por hecho. Gladstone, defendiendo la Propuesta de Ley de Reforma de 1866, declaró: “Uds. no pueden luchar contra el futuro. El tiempo está de nuestro lado”. Era más fácil creer en la marcha de la democracia en tiempos de Gladstone — en aquel momento de apogeo del optimismo victoriano.

Nos estamos acercando al final de un siglo sangriento asolados por una terrible invención política: el totalitarismo. El optimismo surge con menos facilidad hoy en día, no debido a que la democracia sea menos vigorosa sino porque los enemigos de la democracia han refinado sus instrumentos de represión. Sin embargo, el optimismo está justificado ya que día tras día la democracia está demostrando que de ninguna manera es una flor frágil. Desde Stettin en el Báltico hasta Varna en el Mar Negro, los regímenes instalados por el totalitarismo tuvieron más de treinta años para establecer su legitimidad. Pero ninguno —ni uno solo— ha sido capaz todavía de arriesgarse a celebrar elecciones libres. Los regímenes impuestos por bayonetas no echan raíces.

La fuerza del Movimiento Solidaridad en Polonia demuestra la verdad que relata un chiste clandestino de la Unión Soviética. Dice que la Unión Soviética continuaría siendo una nación de partido único incluso si se permitiera un partido opositor porque todo el mundo se uniría al partido opositor. [Risas]

El tiempo que Estados Unidos ha estado en la escena de la historia mundial ha sido breve. Creo que entender este hecho los ha hecho ser siempre pacientes con sus primos menores — bueno, no siempre pacientes. Recuerdo que, en una ocasión, Sir Winston Churchill dijo exasperado sobre uno de nuestros más destacados diplomáticos: “Es el único caso que conozco de un elefante que lleva consigo su propio bazar”. [Risas]

Sir Winston Churchill

Además de ingenioso, Sir Winston también tenía ese especial atributo de los grandes estadistas — el don de la visión, la voluntad de ver el futuro a la luz de la experiencia del pasado. Es este sentido de la historia, esta compresión del pasado, de lo que quiero hablar hoy con ustedes, pues es recordando lo que compartimos como podemos hacer que nuestras naciones hagan causa común para el futuro.

No hemos heredado un mundo sencillo. Si desarrollos como la Revolución Industrial, que comenzó aquí en Inglaterra, y los dones de la ciencia y la tecnología han hecho nuestra vida mucho más fácil, también la han hecho más peligrosa. Ahora hay amenazas a nuestra libertad, de hecho a nuestra propia existencia, que otras generaciones nunca podrían haber imaginado.

Primero está la amenaza de la guerra global. Ningún presidente, ni Congreso, ni primer ministro, ni parlamento, pueden pasar un día completamente libres de esta amenaza. Y no tengo que decirles que en el mundo de hoy, la existencia de armas nucleares podría significar, si no la extinción de la humanidad, sí que seguramente el fin de la civilización como la conocemos. Por eso, están en marcha en Europa las negociaciones sobre fuerzas nucleares de rango intermedio y las conversaciones START —conversaciones para la Reducción de Armas Estratégicas— que empezarán más tarde este mes, no son cruciales solo para la política ameicana u occidental, sino que son cruciales para la humanidad. Nuestro compromiso con el éxito temprano de estas negociaciones es firme e inamovible y nuestro propósito es claro: reducir el riesgo de guerra mediante la reducción de los medios de hacer la guerra en ambos lados.

Simultáneamente, hay una amenaza contra la libertad humana debido al enorme poder del Estado moderno. La historia enseña que los peligros del gobierno que se excede — el control político que prima sobre el libre crecimiento económico, la policía secreta, la burocracia autómata, todo ello se combina para cohibir la excelencia individual y la libertad personal.

Ahora bien, soy consciente de que entre nosotros aquí y en toda Europa hay un legítimo desacuerdo sobre el grado en que el sector público debe jugar un papel en la economía y vida de una nación. Pero un punto en el que todos nosotros estamos unidos: nuestro aborrecimiento de la dictadura en todas sus formas, pero más particularmente del totalitarismo y la terrible inhumanidad que ha causado en nuestro tiempo — la Gran Purga, Auschwitz y Dachau, el Gulag y Camboya.

Los historiadores que estudien nuestra época destacarán el consistente freno y las intenciones pacíficas de Occidente. Indicarán que fueron las democracias las que se rehusaron a usar la amenaza de su monopolio nuclear en los años 40 y comienzos de los 50 para conquistar territorios o imperios. Si ese monopolio nuclear hubiera estado en manos del mundo comunista, el mapa de Europa, de hecho el del mundo, sería muy distinto hoy en día. Y desde luego apuntarán que no fueron las democracias las que invadieron Afganistán o que reprimieron al movimiento polaco Solidaridad o que hicieron uso de la guerra química o bacteriológica en Afganistán y el sudeste asiático.

Si algo enseña la historia es que el autoengaño ante los hechos desagradables es una locura. Hoy vemos a nuestro alrededor las marcas de nuestro terrible dilema — predicciones acerca del fin del mundo, demostraciones antinucleares, una carrera armamentista en la cual, por su propia protección, Occidente debe, aunque no quiera, ser participante. Al mismo tiempo vemos a las fuerzas del totalitarismo en el mundo buscando la subversión y el conflicto en el globo para lograr su bárbaro ataque contra el espíritu humano. Entonces, ¿cuál es nuestro rumbo? ¿Debe la civilización perecer en una lluvia de feroces átomos? ¿Debe la libertad marchitarse en un callado y amortiguado acomodo con el mal totalitario?

Sir Winston Churchill se negó a aceptar la inevitabilidad de la guerra o siquiera que fuera inminente. Él dijo: “No creo que la Rusia soviética quiera la guerra. Lo que ellos quieren son los frutos de la guerra y la indefinida expansión de su poder y doctrinas. Pero lo que tenemos que tomar hoy en consideración, mientras quede tiempo, es la permanete prevención de la guerra y el establecimiento de condiciones de libertad y democracia tan pronto como sea posible en todos los países”.

Bueno, precisamente esta es nuestra misión hoy: preservar tanto la libertad como la paz. Puede que no sea fácil de comprender, pero creo que vivimos un momento decisivo.

En un sentido irónico, Karl Marx tenía razón. Estamos siendo testigos de una gran crisis revolucionaria, una crisis donde las exigencias del orden económico están en conflicto directo con las del orden político. Pero la crisis no está sucediendo en el Occidente libre y no marxista sino en la cuna del marxismo-leninismo, en la Unión Soviética. Es la Unión Soviética la que va contra la corriente de la Historia al negar la libertad y la dignidad humanas a sus ciudadanos. También está inmersa en profundas dificultades económicas. La tasa de crecimiento del producto nacional ha estado en constante declive desde los años 50 y está en menos de la mitad de lo que estaba entonces.

La magnitud de este fracaso es sorprendente: Un país que emplea a un quinto de su población en la agricultura no puede alimentar a su propia gente. Si no fuera por el sector privado, el diminuto sector privado que tolera la agricultura soviética, el país estaría al borde de la hambruna. Estos terrenos privados apenas si ocupan el 3% de la tierra cultivable, pero representan casi un cuarto de la producción agropecuaria soviética, y casi un tercio de la producción cárnica y horticultora. Sobrecentralizado, con poco o ningún incentivo, año tras año el sistema soviético utiliza sus mejores recursos para fabricar instrumentos de destrucción. La reducción constante del crecimiento económico combinada con el crecimiento de la producción militar está poniendo una pesada carga sobre los soviéticos. Lo que nosotros vemos aquí es una estructura política que ya no se corresponde con su base económica, una sociedad en la cual las fuerzas productivas se ven obstaculizas por las [fuerzas] políticas.

La descomposición del experimento soviético no debería sorprendernos. Allí donde se compara entre sociedades libres y cerradas, Alemania Occidental y Oriental, Austria y Checoslovaquia, Malasia y Vietnam, los países democráticos son los que prosperan y responden a las necesidades de su gente. Y uno de los simples pero abrumadores hechos de nuestro tiempo es este: De todos los millones de refugiados que hemos visto en el mundo moderno, su lucha siempre ha sido huir de, y no hacia, el mundo comunista. Hoy, en el frente de la OTAN, nuestras fuerzas militares miran hacia el este para prevenir una posible invasión. Del otro lado del frente, las fuerzas soviéticas también miran hacia el este pero para impedir que su gente huya.

La evidencia concluyente del régimen totalitario ha provocado en la humanidad una rebelión del intelecto y la voluntad. Sea mediante el crecimiento de nuevas escuelas de pensamiento económico en Estados Unidos o Inglaterra o la aparición de los llamados nuevos filósofos en Francia, hay un hilo conductor que une el trabajo intelectual de estos grupos — el rechazo del poder arbitrario del Estado, la negativa a subordinar los derechos del individuo al superestado, la toma de conciencia de que el colectivismo asfixia todos los mejores impulsos humanos.

Desde el éxodo de Egipto, los historiadores han escrito acerca de aquellos que se sacrificaron y lucharon por la libertad — la resistencia en las Termópilas, la revuelta de Espartaco, la toma de la Bastilla, el levantamiento de Varsovia en la Segunda Guerra Mundial. Más recientemente, hemos visto pruebas de este mismo impulso humano en una de las naciones en desarrollo de América Central. Durante meses y meses los medios de noticias de todo el mundo cubrieron la guerra de El Salvador. Día tras día recibíamos noticias e imágenes mostrando preferencia hacia los bravos luchadores por la libertad que peleaban contra las opresivas fuerzas gubernamentales en nombre del silencioso y sufriente pueblo de ese torturado país.

Y entonces un día se le ofreció a ese pueblo silencioso y sufriente la oportunidad de votar, de elegir la clase de gobierno que querían. Repentinamente quedó al descubierto quienes eran en realidad esos luchadores por la libertad que estaban en las montañas — guerrilleros patrocinados por Cuba que querían el poder para sí mismos y para sus promotores, no democracia para el pueblo. Amenazaron con matar a cualquiera que fuera a votar y destruyeron cientos de autobuses y camiones para impedir que la gente llegara a las urnas. Pero el día de las elecciones, el pueblo de El Salvador, en una cifra sin precedentes de un millón cuatrocientas mil personas, se enfrentaron valerosamente a las emboscadas y el fuego de las armas y recorrieron con dificultad pero por miles el camino para votar por la libertad.

Estuvieron de pie durante horas bajo el ardiente sol esperando su turno para votar. Los miembros de nuestro Congreso que fueron allí como observadores me contaron que una mujer fue herida por el fuego de un rifle en su camino a las urnas y que se negó a dejar la cola para que le curasen la herida hasta después de haber votado. Una abuela, a quien los guerrilleros le dijeron que la matarían cuando volviera de la votación,  constestó a los guerrilleros: “Uds. me pueden matar a mí, pueden matar a mi familia, matar a mis vecinos, pero no pueden matarnos a todos”. Los verdaderos luchadores por la libertad en El Salvador resultaron ser la gente de ese país — los jóvenes, los mayores y todos los demás.

Extraño, pero en mi propio país ha habido poca cobertura, si alguna, sobre la guerra desde las elecciones. Ahora bien, quizá dirán que es porque… bueno, porque hay nuevas guerras en este momento.

En distantes islas del Atlántico Sur hay jóvenes luchando por Gran Bretaña. Y sí, se han levantado voces de protesta debido a su sacrificio por unas cuantas rocas y una tierra tan lejana. Pero esos jóvenes no están luchando meramente por bienes inmuebles. Luchan por una causa — por la creencia de que no se debe consentir que la agresión armada tenga éxito y que la gente debe participar en las decisiones del gobierno, [aplausos], las decisiones del gobierno bajo el imperio de la ley. Si hubiera habido un apoyo más firme para este principio hace unos 45 años, quizá nuestra generación no habría sufrido la sangría de la Segunda Guerra Mundial.

En Oriente Medio una vez más suenan las armas, esta vez en el Líbano, un país que durante demasiado tiempo ha tenido que sufrir la tragedia de la guerra civil, el terrorismo y la intervención y ocupación extranjeras. Todas las partes deben dejar de luchar en el Líbano e Israel debería llevarse sus tropas a casa. Pero esto no es suficiente. Todos debemos trabajar para erradicar la plaga del terrorismo que, en Oriente Medio, hace de la guerra una amenaza permanente.

Pero más allá de los focos de conflicto hay un patrón más profundo, más positivo. Alrededor de todo el mundo, la revolución democrática está haciendo acopio de nuevas fuerzas. En India se ha superado una decisiva prueba con el pacífico cambio de partidos políticos en el poder. En África, Nigeria, de forma destacada e inconfundible, está avanzando para forjar y fortalecer sus instituciones democráticas. En el Caribe y América Central, dieciséis de veinticuatro países tienen gobiernos libremente elegidos. Y en Naciones Unidas, ocho de cada diez naciones en desarrollo que han ingresado a este organismo en los pasados cinco años son democracias.

También en el mundo comunista, el deseo instintivo del hombre por la libertad y la autodeterminación surge una y otra vez. No cabe duda que hay macabros recordatorios de cuán brutalmente el estado policial intenta acabar con esta búsqueda del autogobierno: 1953 en Alemania Oriental, 1956 en Hungría, 1968 en Checoslovaquia, 1981 en Polonia. Pero la lucha continúa en Polonia. Y sabemos que incluso hay quienes se esfuerzan por la libertad y sufren por ella dentro de los confines de la misma Unión Soviética. Cómo nos comportemos aquí en las democracias occidentales determinará si esta tendencia continúa.

No, la democracia no es una flor frágil. Pero necesita que la cultiven. Si en lo que resta de siglo se ve el crecimiento gradual de la libertad y los ideales democráticos, debemos actuar para ayudar en la campaña por la democracia.

Algunos arguyen que deberíamos favorecer el cambio democrático en las dictaduras de derechas pero no en los regímenes comunistas. Bueno, aceptar ese disparate —algo que algunas personas bien intencionadas han hecho— es una invitación al argumento de que una vez que los países alcanzan una capacidad nuclear, se les debería permitir que impusieran impertérritos un reino del terror sobre sus propios ciudadanos. Rechazamos este rumbo.

Por lo que se refiere al punto de vista soviético, el secretario general Brezhnev ha enfatizado reiteradamente que la competencia de las ideas y sistemas debe continuar y que esto se completamente compatible con la relajación de tensiones y la paz.

Bueno, nosotros solo pedimos que estos sistemas empiecen a estar a la altura de sus propias constituciones, que obedezcan sus propias leyes y cumplan con las obligaciones internacionales a las que se han comprometido. Solo pedimos un proceso, una dirección, un código básico de decencia, no exigimos una transformación instantánea.

No podemos ignorar el hecho de que, incluso sin nuestro aliento, ha habido y habrá repetidos estallidos contra la represión y las dictaduras. La misma Unión Soviética no es inmune a esta realidad. Cualquier sistema que es inherentemente inestable al no tener medios pacíficos para legitimar a sus líderes. En dichos casos, la represión misma del estado ultimadamente lleva a la gente a resistirse, si es necesario, a la fuerza.

Aunque debemos ser cautos en lo referente a forzar el ritmo del cambio, no debemos dudar en declarar nuestros objetivos finales y tomar pasos concretos para avanzar hacia ellos. Debemos ser firmes en nuestra convicción de que la libertad no es la prerrogativa única de unos cuantos afortunados, sino el derecho inalienable y universal de todos los seres humanos. Así lo dice la Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones Unidas, que, entre otras cosas, garantiza elecciones libres.

El objetivo que propongo es bastante simple de enunciar: fomentar la infraestructura de la democracia, el sistema de una prensa libre, sindicatos, partidos políticos, universidades, que permiten a la gente elegir su propio camino para desarrollar su propia cultura, para reconciliar sus diferencias a través de medios pacíficos.

Esto no es imperialismo cultural; es suministrar los medios para la genuina autodeterminación y la protección de la diversidad. La democracia ya prospera en países con culturas y experiencias históricas muy distintas. Sería condescendencia cultural, o incluso peor, decir que algún pueblo prefiere la dictadura a la democracia. ¿Quién elegiría voluntariamente no tener derecho a votar, comprar folletos de propaganda del gobierno en vez de diarios independientes, preferir el gobierno a sindicatos controlados por los obreros, optar por que la tierra esté en manos del Estado en vez en manos de los que la trabajan, querer la represión del gobierno a la libertad religiosa, un partido político único en vez de la libre elección, una rígida ortodoxia cultural en lugar de tolerancia democrática y diversidad?

Desde 1917, la Unión Soviética ha dado entrenamiento y asistencia política encubiertamente a marxistas-leninistas en muchos países. Por supuesto que también ha promovido el uso de la violencia y la subversión por estas mismas fuerzas. Durante las últimas décadas, europeos occidentales y otros socialdemócratas, demócrata cristianos y líderes han ofrecido abiertamente ayuda a instituciones fraternales, políticas y sociales para suscitar un progreso pacífico y democrático. En consecuencia, para una nueva y vigorosa democracia, las fundaciones políticas de la República Federal de Alemania se han convertido en una importante fuerza para esta iniciativa.

Nosotros en Estados Unidos ahora tenemos la intención de tomar medidas adicionales al igual que muchos de nuestros aliados ya lo han hecho, a fin de lograr el mismo objetivo. Los presidentes y otros líderes de las organizaciones nacionales del Partido Republicano y del Partido Demócrata están comenzando un estudio con la base política bipartita americana para determinar cómo Estados Unidos puede contribuir mejor como nación a la campaña global por la democracia que ahora está cobrando fuerza. Tendrá la colaboración de los líderes del Congreso de ambos partidos junto con representantes del mundo empresarial, sindicatos y otras importantes instituciones de nuestra sociedad. Espero recibir sus recomendaciones y trabajar con estas instituciones y el Congreso en la tarea común de fortalecer la democracia en todo el mundo.

Es hora de que nos comprometamos como nación —tanto en el sector público como en el privado— para cooperar en el desarrollo democrático.

Planeamos consultar con los líderes de otras naciones también. Hay una propuesta ante el Consejo de Europa para invitar a parlamentarios de países democráticos a una reunión el próximo año en Estrasburgo. Esa prestigiosa reunión podría estudiar formas de ayudar a los movimientos políticos democráticos.

Este noviembre, en Washington, tendrá lugar una reunión internacional sobre elecciones libres. Y la siguiente primavera habrá una conferencia de autoridades mundiales en constitucionalismo y autogobierno que organizará el presidente de la Corte Suprema de Estados Unidos. Autoridades de varios países en desarrollo y desarrollados —jueces, filósofos y políticos con experiencia— han accedido a explorar cómo hacer práctica de los principios e impulsar el Estado de Derecho.

A la vez, invitamos a la Unión Soviética a considerar con nosotros cómo se puede llevar a cabo de forma pacífica y recíproca la competición de ideas y valores — que se han comprometido a apoyar. Por ejemplo, estoy preparado para ofrecer al secretario general Brezhnev una oportunidad de hablar al pueblo americano en nuestra televisión si él me permite la misma oportunidad con el pueblo soviético. También sugerimos que grupos de periodistas aparezcan periódicamente en la televisión de uno y otro para discutir grandes acontecimientos.

Ahora bien, no quiero parecerles demasiado optimista, pero la Unión Soviética no es inmune a la realidad de lo que ocurre en el mundo. Ha sucedido en el pasado — una pequeña élite gobernante o bien intenta, erróneamente, atemperar el malestar doméstico con mayor represión y escapadas al exterior, o elige un camino más razonable. Comienza a permitir que su pueblo decida sobre su propio destino. Incluso si este último proceso no se pone en marcha prontamente, creo que la renovada fuerza del movimiento democrático, complementado por una campaña global por la libertad, fortelecerá las perspectivas para el control de armas y un mundo en paz.

Ya he hablado en otras ocasiones, como en mi discurso del 9 de mayo, sobre los elementos de las políticas occidentales hacia la Unión Soviética para salvaguardar nuestros intereses y proteger la paz. Lo que estoy describiendo ahora es un plan y un deseo a largo plazo: La marcha de la libertad y la democracia dejará al marxismo-leninismo en el basurero de la historia, como ya ha dejado a otras tiranías que asfixian la libertad y amordazan la expresión del pueblo. Y por eso necesitamos continuar con nuestras iniciativas para fortalecer la OTAN incluso a medida que avanzamos con nuestra iniciativa de opción cero en las negociaciones sobre fuerzas de rango intermedio y nuestra propuesta para la reducción en un tercio de las ojivas de misiles balísticos estratégicos.

Nuestra fuerza militar es un prerrequisito para la paz, pero que quede claro que mantenemos esta fuerza con la esperanza de no tener que utilizarla nunca ya que el factor determinante decisivo en la lucha que se desarrolla ahora el mundo no serán ni bombas ni cohetes sino una evaluación de voluntades e ideas, una prueba de cometido espiritual, de los valores en que creemos, de las creencias que atesoramos, de los ideales a los cuales estamos entregados.

El pueblo británico sabe que, con firme liderazgo, tiempo y un poco de esperanza, las fuerzas del bien finalmente se consolidan y triunfan sobre el mal. Aquí entre ustedes está la cuna del autogobierno, la madre de los parlamentos. Aquí está la perdurable grandeza de la contribución británica a la humanidad, las grandes ideas civilizadas: la libertad individual, el gobierno representativo y el imperio de la ley al amparo de Dios.

Me he preguntado con frecuencia sobre la timidez de algunos de nosotros, en Occidente, acerca de alzarse en defensa de estos ideales que han hecho tanto por aliviar el sufrimiento humano y las tribulaciones de nuestro mundo imperfecto. Esta reticencia a usar estos vastos recursos a nuestra disposición me recuerda a una señora ya mayor cuya casa fue bombardeada durante el Blitz. Cuando llegaron los rescatadores, encontraron una botella de brandy que ella había guardado detrás de la escalera y que fue lo único que quedó en pie. Y como ella se hallaba casi inconsciente, uno de los trabajadores destapó la botella para que ella bebiera un sorbo. Se recuperó inmediatamente y dijo: “Tranquilo, tranquilo, ponga eso de vuelta en su sitio. Es para un caso de emergencia”. [Risas]

Bien, la emergencia ha llegado. No seamos tímidos ya. Usemos nuestra fortaleza. Ofrezcamos esperanzas. Contémosle al mundo que una nueva era no sólo es posible, sino probable.

Durante los tenebrosos días de la Segunda Guerra Mundial, cuando esta isla ardía en valor, Winston Churchill exclamó acerca de los adversarios de Gran Bretaña: “¿Qué clase de personas se creen que somos?” Bueno, los adversarios de Gran Bretaña descubrieron lo extraordinario que es el pueblo británico. Pero todas las democracias pagaron un precio terrible por permitir que los dictadores nos subestimasen. No podemos cometer el mismo error otra vez. Por tanto, preguntémonos, ¿qué clase de gente creemos que somos? Y  respondámonos: “Gente libre, merecedora de la libertad y decidida no solo a seguir siéndolo sino también de ayudar a otros igualmente a ganar su libertad”.

Sir Winston lideró a su pueblo a una gran victoria en la guerra y luego perdió unas elecciones justo cuando se iba a empezar a disfrutar los frutos de la victoria. Pero dejó su cargo con honor y, como luego resultó, temporalmente, sabiendo que la libertad de su pueblo era más importante que el destino de cualquier líder. La historia recuerda su grandeza de una manera que ningún dictador alguna vez podrá. Y nos dejó un mensaje de esperanza para el futuro, tan oportuno ahora como cuando lo pronunció por primera vez como líder de la oposición en los Comunes hace casi veintisiete años al decir: “Al recordar todos los peligros que hemos atravesado, a los poderosos enemigos que hemos vencido y también todos los tenebrosos y mortíferos planes que hemos frustrado, ¿por qué deberíamos temer por nuestro futuro?” Y dijo: “Sin duda, hemos superado lo peor”.

Bueno, la labor que aquí he expuesto superará en mucho el tiempo de vida de nuestra propia generación. Pero juntos también hemos sobrevivido a lo peor. Demos inicio a una importante iniciativa para asegurar lo mejor — una cruzada por la libertad que atraiga la fe y fortaleza de la siguiente generación. Por la paz y la justicia, avancemos hacia un mundo en el cual toda la gente pueda por fin ser libre de elegir su propio destino.

Gracias.

 

© Traducido por Libertad.org