Arabia Saudita tiene un príncipe reformista

El príncipe de la Corona saudita, Mohamed bin Salman, es un ambicioso joven con prisa por intentar reformar su propio país y asegurar el rol de liderazgo para su ala de la familia regente.

Vino a Washington hace unos días en busca de ayuda americana para modernizar la economía saudita, para defender sus intereses en Yemen y para poner su granito de arena en hacer retroceder la amenaza iraní.

El príncipe de 32 años de edad, conocido en Washington como MBS por las iniciales de su nombre, sobrepasó por encima a muchos otros príncipes más mayores cuando su padre, el rey Salman bin Abdulaziz al-Saud lo designó como su heredero en junio de 2017.

Un reformista ambicioso

El energético príncipe heredero se ha posicionado como reformista con su programa Vision 2030, un plan para reestructurar la economía saudita privatizando algunos de los activos petroleros del reino, diversificando la economía para reducir su dependencia de los ingresos del petróleo y abriendo Arabia Saudita a la inversión y el comercio extranjeros. La juventud de Mohamed, su relativamente moderada interpretación del islam y su ofensiva para reducir las restricciones a los derechos de la mujer, lo han convertido en líder polémico a los ojos de no pocos árabes sauditas.

Bajo su liderazgo, el gobierno saudita ha aplicado mano dura a la corrupción, ha reducido el rol de la policía religiosa en la nación, cuyo rol es hacer cumplir los valores islámicos, y levantó las restricciones a las mujeres para que puedan manejar automóviles, asistir a eventos deportivos en estadios y participar en el mercado laboral.

Algunos sauditas han criticado como imprudente y desacertada la estricta implementación de algunas de las medidas de política pública de Mohamed, en especial el hacer desfilar en público a funcionarios sauditas sospechosos de corrupción.

Pero lo cierto es que gran parte de sus iniciativas reformistas han atraído a los jóvenes sauditas, en especial al 70% de la población que tiene menos de 30 años de edad.

Mohamed busca liderar una revolución vertical de arriba a abajo, que transforme radicalmente a la sociedad saudita y que modernice su economía. MBS busca no sólo ayuda del gobierno de Estados Unidos, sino también de empresas e instituciones tecnológicas y educativas. Por eso, no visitó sólo Washington sino también Boston, Nueva York, Seattle, San Francisco y Houston entre el 24 y el 30 de marzo.

Cálida recepción en la Casa Blanca

La parada del príncipe en Washington salió bastante bien. El presidente Donald Trump lo recibió cálidamente en la Casa Blanca, donde ambos hablaron sobre asuntos comerciales, cooperación económica en pro de la agenda reformista de Arabia Saudita, cooperación de seguridad para contener las amenazas regionales que representan Irán y la guerra en Yemén. Trump había criticado el bloqueo saudita a Yemén en diciembre pasado y pidió mayor asistencia humanitaria para los civiles atrapados en medio de los combates entre la coalición liderada por Arabia Saudita, que intervino para apoyar al gobierno de Yemen, y los rebeldes hutíes a los que respalda Irán.

Aunque la administración Trump ha redoblado las iniciativas contraterroristas de Estados Unidos contra las fuerzas de al-Qaeda en Yemen, también ha pedido un acuerdo político para resolver el conflicto saudita-hutí, que hasta el momento le ha servido a Irán y al-Qaeda para ganar influencia dentro de territorio yemení.

El mismo día que MBS visitó la Casa Blanca, el Congreso de Estados Unidos también tocó el tema de la guerra en Yemen y decidió eliminar una resolución que habría puesto fin al respaldo de Estados Unidos a la campaña militar saudita, dada la terrible crisis humanitaria allí. Esto indica que Estados Unidos continuará respaldando a las fuerza sauditas en Yemen.

Aunque la administración tuvo éxito cabildeando contra la resolución, el voto debería servir de recordatorio a Mohamed —el cual está concentrando mucho poder en sus propias manos en su país— que en Washington, el poder político está disperso y distribuido en ramas separadas pero en plano de igualdad.

Aún cuando la relación personal del príncipe con el yerno de Trump, Jared Kushner, es óptima y eso le podría dar un empujón a la agenda para Arabia Saudita en Washington, a la larga, los sauditas deberán desarrollar buenas relaciones con todo el espectro de las instituciones de Estados Unidos, muy en especial con el Congreso.

 

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