La victoria de la derecha en Chile: ¿Auge o espejismo?

Hace poco más de un año en el New York Times el argentino Martín Caparrós cuestionaba el aparente consenso respecto al fracaso de las izquierdas en América Latina, no por el hecho de que aquellas se encuentren perdiendo el apoyo de sus electores, como pueden ser las lecturas de las últimas elecciones en Brasil, Argentina y hace unos pocos días en Chile, sino que por la categorización de lo que son las izquierdas. Caparrós anotaba que en muchos casos, más que ante izquierdas fracasadas deberíamos observar populismos fracasados, corruptelas convencidas de que a sus gobernados se les debe cautivar con subsidios y bonos que los hacen más dependientes de los partidos que ostentan el poder.

Respecto a la candidatura de Sebastián Piñera, han sido no pocos los que han asumido un discurso similarmente crítico al del periodista argentino, quienes han cuestionado la etiqueta de derecha que exteriorizan Piñera y sus partidarios, así por ejemplo lo han hecho saber en el Foro Liberal de América Latina, quienes distinguen entre la buena derecha y la mala derecha, encontrándose el recién electo presidente chileno en la segunda categoría. Aquella visión es compartida por muchos analistas políticos tanto chilenos como internacionales, incluso por excolaboradores de Piñera que lo acusan de asumir como propias las demandas de las izquierdas. Ciertamente queda la sensación de que las izquierdas chilenas en la pasada elección presidencial, no así en la parlamentaria, sufrieron una cruenta derrota electoral, pero la adopción por la derecha de parte del discurso de Michelle Bachelet indica que la derrota política no fue tal.

Si bien para algunos la vuelta del multimillonario chileno al Palacio de La Moneda no significa un triunfo del mundo conservador o de la revolución liberal emprendida hace poco más de cuarenta años en el país, el hecho sí tiene una serie de lecturas positivas para el sector político que se dice representar, siendo una de aquellas que más destaca la que señala que la derecha chilena ha vuelto a tener vocación de mayoría. Sebastián Piñera se convirtió en el presidente de la República electo más votado en 24 años, logrando una victoria holgada, maciza e inapelable, consolidando su liderazgo en el sector, pasando a la historia de la derecha como la persona que le permitió ser gobierno dos veces en menos de diez años.

Otra lectura que sobresale es que el triunfo del abanderado de Chile Vamos también es visto como el emblema del rechazo al discurso progresista y a la radicalidad de los cambios introducidos en el país por Michelle Bachelet y sus adherentes. El país no desea continuar con más retroexcavadoras, sino que ha optado por la moderación y las reformas incrementales. Y ciertamente, el regreso de Piñera significa un triunfo para los chilenos, donde la sensatez se ha impuesto. Testimonio de ello son las claras señales de los mercados, en los cuales muchos indicadores han repuntado, por ejemplo, la valorización del peso chileno sobre varias divisas o la furiosa alza de la bolsa de valores nacional, siendo la mayor en nueve años y la de más envergadura luego de una elección presidencial.

Aunque durante la campaña electoral las opciones de políticas que presentaban Piñera y Alejandro Guillier no diferían mucho, en las que no existió una lucha profunda por grandes ideas, esto en caso alguno significa que al nuevo mandatario chileno no se le presentará un escenario complejo a enfrentar en el mes de marzo cuando asuma nuevamente el mando de la nación. Se debe tener presente que carece de apoyo en el parlamento, siendo la oposición quien poseerá la mayoría a partir del próximo año, lo cual pronostica que las reformas a implementar serán moderadas y casi imposible revertir las legislaciones impulsadas por Michelle Bachelet, las cuales de manera muy astuta la actual mandataria y sus asesores han rotulado como el legado que dejará el gobierno.

Otro desafío que enfrentará Piñera es la fragmentación política de sus adherentes, tres de los cuatro partidos políticos de la coalición que lo apoyan quedaron representados en el legislativo, a diferencia de su gobierno anterior donde solamente era apoyado por dos partidos desde el parlamento, siendo notoriamente las diferencias entre el mundo liberal y el conservador. Finalmente se encuentra la amenaza de la calle, no porque ésta pueda desestabilizar su mandato, sino porque nuevamente pueda guiar la agenda pública, tal como lo hizo en su primer gobierno, donde la captura fue evidente.

No obstante, el mayor desafío de Piñera es consolidar el sector.  Para dejar de ser una anécdota, un paréntesis entre muchos gobiernos de izquierda y transformarse en un proyecto  político cautivante, granítico, lleno de mística, debe empezar a orientar su trabajo por convicciones, dejando de lado las claudicaciones políticas por unos cuantos votos. Debe trabajar con aliados que se encuentren cómodos con un ideario de libertad y responsabilidad, que les ofrezcan a las personas diagnósticos propios y soluciones originales, sin arrebatárselas a las izquierdas. La derecha chilena posee los liderazgos necesarios para lograr aquello y más importante aún, muchos de quienes forman parte de ella entienden que tanto las palabras convicciones y conveniencia tienen siete doce letras, pero solo las cuatro primeras son iguales.

 

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