Por Mackenzie Eaglen
La Declaración de Independencia nos recuerda que el pueblo tiene derechos inalienables —entre ellos el derecho a la vida, la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Para asegurar estos derechos, la Constitución crea un gobierno del pueblo para «establecer la justicia, asegurar la tranquilidad doméstica, proveer la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros y para nuestra posteridad».
¿Por qué creían los Fundadores que el gobierno federal debía proveer la defensa común?
La debilidad de los trece estados bajo los Artículos de la Confederación, anteriores a la Constitución, convencieron a los Fundadores de que la nación necesitaba un gobierno más fuerte, incluido un ejército más fuerte. Los Fundadores fueron cuidadosos a la hora de conferir al gobierno federal sólo los pocos y limitados poderes necesarios para llevar a cabo sus funciones. Bajo la Constitución, la mayoría de los poderes están reservados a los estados, o al pueblo.
El gobierno federal ha de preocuparse sólo de los asuntos que afectan el bienestar de toda la nación. Tiene el poder exclusivo, por ejemplo, para crear un ejército, declarar la guerra y hacer tratados. De hecho, como dice James Madison en «El Federalista», «las operaciones del gobierno federal serán más amplias e importantes en tiempos de guerra y peligro» [1]. Para los Fundadores, un trabajo central y principal del gobierno federal era «proveer la defensa común».
Los Fundadores se dieron cuenta de que sólo un ejército organizado, profesional, podría responder tanto a amenazas domésticas como extranjeras. Por eso autorizaron la construcción de fuertes, la creación de la Marina (U.S. Navy) y la fundación de la Academia Militar de West Point. En tiempos de paz, Estados Unidos a menudo ha estado tentado de creer que podría desarmarse con seguridad. La experiencia de los Fundadores los convenció de que ninguna paz era tan segura que pudiese dependerse de ella con garantías y que ninguna nación era tan segura que no necesitase mantener unas defensas adecuadas y fiables. América ha tenido que volver a aprender con frecuencia esta lección, a menudo a un alto precio en dinero y hombres.
Pero los Fundadores también eran escépticos respecto a los ejércitos permanentes. Sabían que, en Europa, las monarquías habían utilizado los ejércitos permanentes para oprimir al pueblo. Para evitar este peligro a la vez que se proveía la seguridad de la nación, los Fundadores hicieron de la defensa común una responsabilidad compartida por el Congreso y el Presidente, los poderes elegidos (y claramente separados) del gobierno. Esto aseguraba que el ejército americano sirviera a la nación, no que minase el gobierno del pueblo.
Por tanto, el Congreso declara la guerra y financia las fuerzas armadas: la Constitución da al Congreso el poder de «reclutar y sostener ejércitos» y para «habilitar y mantener una armada». El Presidente dirige las fuerzas armadas y controla sus operaciones: como comandante en jefe está obligado a defender y proteger la nación. En su papel de diplomático principal del país, también busca mantener la paz.
Los Fundadores americanos contemplaban la posibilidad de relaciones más pacíficas entre las naciones. Pero igualmente comprendieron que «la forma más segura de evitar la guerra es estar preparados para la paz» [2]. Como avisó Thomas Paine, no sería suficiente con «esperar cosechar las bendiciones de la libertad». Los ciudadanos tendrían que «soportar las fatigas de defenderlas» [3]. Apoyar la libertad y defender la nación requeriría gastos públicos en fuerzas de defensa de la nación en tiempos de paz. Como el presidente George Washington dijo en su Primer Mensaje Anual, pronunciado en 1790, “el medio más eficaz para preservar la paz” es “estar preparados para la guerra” [4].
Durante su mandato, Washington urgió a no dejar la seguridad de la nación «a la incertidumbre de proveer un aparato de defensa en el momento del peligro público» [5]. Para entonces, puede ser demasiado tarde. En su Discurso de Despedida, Washington recomendó vivamente a sus conciudadanos recordar que “algunos desembolsos para conjurar el peligro con frecuencia ahorran luego mayores desembolsos para repelerlo” [6].
Washington creía que el gasto de defensa era necesario porque él, como todos los Fundadores, conocía la historia de las guerras de Europa y tenía experiencia con los ataques de los piratas norteafricanos contra la marina mercante americana. La generación de Washington sabía que el mundo era un lugar peligroso. Como dijo John Jay, «las naciones generalmente harán la guerra cuando tengan la perspectiva a ganar algo con ello». Además, los dictadores o «monarcas absolutos» frecuentemente harán la guerra «cuando sus naciones no consigan nada con ello, sino por propósitos y objetivos meramente personales» [7].
La mayoría, si no todos los Fundadores, coincidían en que cuando América estuviera amenazada. el país tenía que responder de forma clara y contundente. Después de obtener la independencia en 1787, Estados Unidos perdió la protección de la armada francesa. Pronto, la nación tuvo que defender a sus marineros y comercio contra los piratas norafricanos protegidos por los estados berberiscos de Trípoli, Túnez y Argel. Al principio, el Congreso imitó la conducta tradicional de los países europeos y presupuestó lo que hoy serían millones de dólares como tributos para los piratas. Estos pagos de rescate simplemente favorecían más ataques piratas y más exigencias de dinero.
Urgido por el pueblo, Thomas Jefferson, elegido en 1801, rechazó acceder a las exigencias de Trípoli de un pago inmediato de $225,000 y pagos anuales de $25,000. En vez de eso, Jefferson envió fragatas para defender los intereses de la nación en el Mediterráneo. Túnez y Argel respondieron a la exhibición de fuerza de America rompiendo su alianza con Trípoli. Las hostilidades con este estado terminaron sólo con la toma de Trípoli por fuerzas terrestres, amenazando con la captura de la ciudad y el derrocamiento de su líder.
Este episodio enseñó a América que el soborno y el apaciguamiento alientan a los agresores. Sólo una marina americana, capaz de patrullar por los océanos traería la paz en alta mar. A medida que se han ido expandiendo los intereses americanos y la tecnología ha evolucionado, la nación ha creado ejércitos modernos. Pero la esencia de la política americana no ha cambiado: la fortaleza es el mejor y más seguro camino a la paz y la seguridad.
Los Fundadores de América creían que la paz a través de la fortaleza es preferible – militar, financiera y moralmente – a permitir que la guerra venga por culpa de la debilidad. Por eso, hace más de doscientos años, Thomas Jefferson aconsejó a George Washington que “tener el poder de hacer la guerra a menudo la previene” [8]. Al proveer la defensa común, la meta de los Fundadores era crear unas fuerzas militares lo suficientemente poderosas y capaces como para que los enemigos de América prefirieran no desafiarla. En su Discurso de Despedida, Washington expresó su esperanza en que pronto llegase el día en que las potencias beligerantes, imposibilitadas de hacer conquistas sobre nosotros, no se arriesgarán con ligereza a provocarnos; cuando podamos elegir la guerra o la paz, según lo aconsejare nuestro interés guiado por la justicia» [9].
Los líderes americanos del siglo XX coincidían con Washington y Jefferson y han seguido esa política. El ex presidente, General Dwight D. Eisenhower, enunció en su discurso de despedida a la nación en 1961 que «Un elemento vital del mantenimiento de la paz es nuestro aparato militar. Nuestras armas deben ser poderosas, estar listas para la acción instantánea, de forma que ningún agresor potencial pueda estar tentado de arriesgarse a su propia destrucción» [10].
Como los Fundadores, Eisenhower no quería un «complejo militar-industrial» que dominase a Estados Unidos: al contrario, como los Fundadores, quería unos ejércitos poderosos bajo control civil, junto con un gobierno federal limitado. El pueblo americano ha comprendido y respetado esa sabiduría. En palabras de Ronald Reagan en 1982, «Nuestra fuerza militar es un requisito para la paz, pero dejemos claro que mantenemos esta fuerza con la esperanza de que jamás se usará» [11].
Como Reagan comprendió, la fuerza militar de Estados Unidos está para garantizar las bendiciones de una libertad ordenada para el pueblo. Los derechos establecidos en la Constitución son seguros en la práctica sólo cuando el orden constitucional se defiende con el poder adecuado. Es la responsabilidad del gobierno federal mantener ese poder y convocarlo contra naciones o enemigos que amenacen la seguridad o intereses de la nación, y por tanto sus libertades.
A lo largo de la historia de América, sus ciudadanos han creído que un Estados Unidos capaz de salvaguardar y promover sus derechos y libertades inalienables sería una refulgente ciudad en la colina. Pero, en palabras de George Washington: «Hay un rango para Estados Unidos entre las naciones que se le rehúsará, si no lo pierde completamente, debido a una reputación de debilidad. Si deseamos evitar la injuria, debemos ser capaces de repelerla; si deseamos asegurar la paz, uno de los más potentes instrumentos de nuestra creciente prosperidad, deberá saberse que estamos preparados en todo momento para la guerra» [12].
Según nuestra Constitución, la responsabilidad de garantizar la paz mediante el mantenimiento de las defensas nacionales recae primero en el gobierno federal. La defensa común es por tanto la principal responsabilidad del gobierno de Estados Unidos —una responsabilidad que finalmente posibilita que disfrutemos de nuestras muchas libertades con seguridad. Al proveer la defensa común, la Constitución garantiza los derechos inalienables reconocidos en la Declaración de Independencia: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Este artículo pertenece a la serie Entendiendo qué es América.
Referencias
[1] James Madison, El Federalista: Federalista Nº 45, 26 de enero de 1788.
[2] Joseph Story, Commentaries on the Constitution of the United States, enero de 1833, en https://www.constitution.org/js/js_004.htm (15 noviembre 2010).
[3] Thomas Paine, “The American Crisis, No. IV”, 12 de septiembre de 1777.
[4] George Washington, “Primer Mensaje Anual al Congreso sobre el Estado de la Unión”, 8 de enero de 1790.
[5] George Washington, “Quinto Mensaje Anual” 3 de diciembre de 1793.
[6] George Washington, “Discurso de Despedida”, 15 de mayo de 1796.
[7] John Jay, El Federalista: Federalista Nº 4, 7 de noviembre de 1787.
[8] Thomas Jefferson, En una carta a George Washington, 4 de diciembre de 1788.
[9] George Washington, “Discurso de Despedida”.
[10] Dwight D. Eisenhower, “Discurso de Despedida”, 17 de enero de 1961.
[11] Ronald Reagan, “Promoting Democracy and Peace”, 8 de junio de 1982.
[12] George Washington, “Quinto Mensaje Anual”.