Tiene cuatro objetivos, seguramente recomendados por los fogueados operadores políticos cubanos:
- Ganar tiempo.
- Terminar con las manifestaciones de rechazo en las calles de todo el país.
- Fragmentar a la oposición entre pactistas e insurgentes.
- Refundar el Estado para eliminar todos los vestigios de democracia liberal enquistados en la Constitución de 1999.
Maduro cree que necesita tiempo para mejorar su imagen. Sigue cayendo en todas las encuestas. La última, la de Hercon, apenas le confiere un 10,9% de respaldo popular. El dato es importante, pero no determina quién mandará. Cuando Lenin se hizo con el poder en el Imperio Ruso, apenas contaba con 50.000 militantes duros para una población de más de ciento treinta millones. Los mencheviques cuadruplicaban ese número. Lenin los barrió. Maduro sueña, además, con que un golpe de suerte (una guerra contra Irán, por ejemplo) aumente los precios del barril de petróleo a más de 100 dólares.
Las protestas callejeras han durado demasiado y los jóvenes opositores se envalentonan en lugar de acobardarse. Llevan más de un mes en las calles. Las de la primavera árabe fueron más breves y triunfaron. Los venezolanos ya van por 35 muertos y los muchachos han aprendido a luchar contra los carros de combate. Entre los cócteles Molotov y los tarros de pintura para cegar los vidrios blindados de las tanquetas, ya saben cómo enfrentarse a esos mortíferos enemigos. Tal vez lo aprendieron, sin saberlo, de la antisoviética revuelta húngara de 1956.
Maduro (y los expertos cubanos) saben que para ellos es vital que la oposición no se una. La infiltran. Siembran calumnias. Dispersan rumores. Construyen falsos líderes. Las redes sociales, que sirven para congregar a los opositores, también son útiles para disgregarlos. La contrainteligencia posee agentes muy diestros en esas labores. Trabajan incansablemente. Cuentan con unidades especiales dedicadas a estos menesteres. Controlar a las sociedades es un arte nauseabundo que ellos conocen. No saben cómo producir bienes y servicios, y mucho menos administrar decentemente, pero conjugan como nadie los verbos dominar y castigar.
El Estado se funda o refunda con una Constitución. La ley de leyes puede ser la expresión de la soberanía popular o el instrumento del grupo dominante. La de 1999 incluía elementos contradictorios, como la separación de poderes o ese artículo 350 que admite la rebelión cuando el gobierno vulnera los principios democráticos. Todo esto es muy peligroso para Maduro. Para establecer un régimen realmente socialista, el chavismo tiene que liquidar ese texto.
Pero tampoco puede decir a las claras cuál es su propósito. El modelo es la Constitución estalinista de 1936. Deben introducir, como en la vigente, derechos económicos (trabajo, vivienda digna, alimentación adecuada y otros cantos de sirena), junto a las libertades fundamentales que todos conocemos (reunión, expresión, etcétera). Pero con una salvedad clave: «Cualquier legislación o conducta estarán subordinadas» a los fines del Estado socialista, a la revolución, a los principios bolivarianos o a la fórmula deliberadamente vaga que se les ocurra. Ése es el lenguaje. Cuanto más vaporoso, mejor será para los jueces militantes, que tendrán que aplastar a los ciudadanos bajo el peso de sentencias draconianas.
¿Cómo pueden los chavistas imponer esas normas con un 80% del país en contra? A otra escala, ya lo hicieron en 1999. Sacaron el 52% de los votos e instalaron al 95% de los constituyentistas. Maduro se propone imponer a la mayor parte de los redactores obviando el sufragio universal y sustituyéndolo por la selección corporativista. Elegirán a dedo a los representantes del campesinado, del proletariado y de las otras invenciones que necesiten. En la España fascista del franquismo, las Cortes, como se le llamaba al Parlamento, estaban integradas por tercios: el familiar, el sindical y el municipal. Y no tenían la facultad de legislar libremente, sino que se limitaban a refrendar las normas pautadas en los Consejos de Ministros presididos por el Caudillo. A ese mecanismo expedito y antiliberal le llamaban democracia orgánica.
Es probable que la oposición esta vez no caiga en la trampa de acudir a una consulta en la que las cartas están marcadas por el chavismo. Con ese CNE y con ese sistema judicial no hay posibilidad de unos comicios honrados. El Estado chavista es una máquina para delinquir, para robar, para traficar con drogas. Maduro no está dispuesto a entregar el poder bajo ninguna circunstancia. «Los cubanos» no se lo permitirían. Raúl Castro se propone pelear hasta el último chavista. Para la dictadura de La Habana también es de vida o muerte.