Yo te doy el Nobel… y tú me dejas la coca. Así fue el negocio entre Santos y las FARC, como ha venido a comprobarse sin género de duda. Lo que no sabía el del Nobel, o aparentaba no saberlo, era que además de la coca entregaba el país.
Dejemos a un lado lo que fueron las intrigas en la ONU para tratar de endulzar las cifras de Simci [Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos] o para manipular su publicación. ¡Para qué! A pesar de todos los pesares, esa organización refrendó lo que todos sabíamos. Colombia es un mar de coca que multiplicó sus mareas altas mientras los secuaces de Santos decían tonterías en La Habana y preparaban el acto final de una traición sin orillas.
El declarado aumento del 52% en los cultivos es una vergüenza de Colombia ante el mundo. Estamos inundando de cocaína todos los continentes, envenenando millones de personas jóvenes y haciendo pedazos este país. Mil toneladas métricas de cocaína en gramos es el peso de nuestro dolor. Apenas somos eso. Fabricantes y proveedores de esa maldición.
Conocidas las cifras, vinieron las disculpas, cuando no hay ninguna valedera, y, como siempre, las promesas. El ministro de Defensa y el vicepresidente Óscar Coca Naranjo salieron a dar por hecho el plan para erradicar cien mil hectáreas este año. Siendo ello tan fácil, ¿por qué habrían dejado producir esta catástrofe? Nada, hombre, que la coca es la contraprestación del Nobel. Nada más que eso.
Es hora de que en Colombia se tome en serio lo que nos ha pasado.
Para empezar, el país quedó convertido en una colcha de retazos. Cada región se atribuye a no importa cuál organización terrorista. De ésta se dice que es del ELN, de aquélla que de las Bacrim, o de los Urabeños, o de las disidencias de las FARC. La verdad es que mandan los bandidos en todas partes, y en todas se multiplican el delito, la violencia, la desmoralización absoluta de una nación hecha pedazos.
Es posible que los muertos sean menos, porque muertos estamos todos. Nos robaron el alma. No hay secuestrados, porque la extorsión basta y es universal. No hay enfrentamientos con el Ejército, porque el Ejército está encerrado en los cuarteles y le han dejado el amargo papel de espantapájaros inofensivo.
Este desastre político y moral llega de la mano de la más pavorosa crisis económica que hayamos padecido. Y que es otra de las vertientes del desastre. Para mantener en silencio esta tragedia, era menester comprar todas las voces. La Mesa de Unidad Nacional se repartió lo que dejaban los narcos. Así desapareció la bonanza petrolera, la mayor de nuestra historia, y así, sin dejar rastro, nos quitaron hasta el último centavo con un endeudamiento feroz, que pagarán por años las generaciones que lleguen a este desolado escenario de latrocinios y torpezas.
Resultado de este robo y de aquella entrega de la tierra a los delincuentes, viene por añadidura la decadencia dramática de la inversión, la ruina de la industria, el empobrecimiento del comercio y, por supuesto, el de la gente. El crecimiento en que vamos, del 1% trimestral, equivale a esa cifra dantesca del 32% de las familias colombianas que tienen hambre y de la mitad de los trabajadores del DANE [Departamento Administrativo Nacional de Estadística] cuya ocupación es el rebusque. A la gente que no se deja morir de hambre la llaman trabajadora informal.
Estamos a un paso de que a las calificadoras de riesgo se les acabe la paciencia y rebajen la calificación a Colombia. Y entonces sabremos lo que es amar a Dios en tierra de paganos. Pero ya empezaron los síntomas. Los bonos del Estado, que llamamos TES tan pomposamente, son los peores de América, hecha la salvedad obvia de los venezolanos. Es el primer contado de lo que se viene.
La cartera bancaria se desfondó y los intereses siguen en las nubes, síntoma de un problema atroz. Los bancos ganan plata, mucha, porque anotan en sus libros los ingresos de intereses que los deudores no pagarán nunca. Así empiezan todas las crisis financieras.
La industria ya no puede maquillar sus miserias. Ni siquiera con la nueva refinería de Cartagena esconde sus penurias. La revaluación del peso y el contrabando, obra de las FARC, terminaron por derrotarla. La construcción se vino al piso porque no hay demanda. La última medida es de una baja del 25% en las licencias. Ya ni permisos piden los constructores.
A corto plazo dejaremos de exportar petróleo y quedaremos listos para importar gasolina. Los verdes, en todas partes comunistas, acabaron con la minería legal, bien hecha, para que las FARC mantengan su negocio del oro y del coltán.
Este Nobel costó un país. La vanidad enferma de Santos está servida. Queda por saber cuánto esfuerzo costará recuperar la Patria que nos robaron en compensación.
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