La Europa actual es uno de los lugares más abiertos del mundo. Se puede ser creyente o no creyente, católico, protestante, budista, musulmán o ateo, sin sufrir ninguna persecución por parte del Estado. Se puede ser blanco, negro o amarillo y vivir en paz y tranquilidad. La mujer goza de iguales derechos que el hombre y puede vestirse como quiera y hacer el amor con quien quiera, sin ser apedreada. La libertad de expresión es amplia y las personas pueden maldecir al gobierno y al país sin correr el riesgo de ser perseguidas, acosadas o encarceladas por el Estado. En fin, los europeos han aprendido a ser tolerantes los unos a los otros, a aceptar que los seres humanos somos diferentes y tenemos derecho a serlo.
Los europeos han interiorizado una serie de valores como el derecho de cada persona a ejercer su libertad y el respeto y la tolerancia de unos a otros como la base de la convivencia. El fundamentalismo islámico choca frontalmente con estos valores porque sostiene que las personas no tienen derecho a creer en nadie más que en Alá, que es lícito matar infieles, que la mujer tiene menos derechos que el hombre y debe sojuzgarse a él. Esto plantea un problema de convivencia entre dos visiones opuestas e incompatibles. La gente tiene derecho a profesar la fe musulmana como también tiene derecho a ser imbécil, pero no tiene derecho a obligar a otros a serlo. Y si el fundamentalismo islámico utiliza el terrorismo para matar a gente aleatoriamente, dentro de la tolerante Europa, esto plantea serias amenazas a los valores del viejo continente.
¿Cómo luchar contra el terrorismo islámico sin coartar los derechos de los musulmanes pacíficos? ¿Cómo mantener un sistema de tolerancia y libertad y a la vez mantener la seguridad y el orden público en un entorno de amenazas terroristas? ¿Cómo compatibilizar la libertad de expresión con el discurso fratricida y violento de los fundamentalistas? Las respuestas no son sencillas y no hay soluciones mágicas a estas preguntas, por ello, junto con el auge del fundamentalismo islámico, en Europa también surgen movimientos nacionalistas y xenófobos. El terrorismo no sólo pone en juego la vida de las personas, sino un modelo de sociedad pacífico, donde priman el respeto y la tolerancia hacia los otros. El desafío terrorista consiste en exterminar el terrorismo y a los terroristas sin sacrificar los valores de libertad y tolerancia que distinguen a Europa. El desafío es inmenso.