Podría parecer que defender el libre mercado laboral va en contra de los asalariados. Por ejemplo, ¿cómo puede ser que permitirle a un empleador despedir libremente a sus empleados pueda ser beneficioso para los empleados? La razón radica en que el libre mercado dinamiza la economía, obliga a las empresas a ser eficientes y de esa manera incrementa las tasas de crecimiento de un país. Sólo en la medida en que una empresa se vuelve más eficiente y genera mayores ingresos, es que puede pagar mayores salarios.
La rigidez del mercado laboral tiene consecuencias similares en los asalariados porque crea incentivos para trabajar menos, a sabiendas de que no importa si son flojos o son esforzados, su empleador no los puede despedir. La rigidez del mercado laboral disminuye la productividad de una empresa, disminuyendo a su vez la capacidad de pagar salarios. Por otro lado, siempre me pareció ilógica la noción de que hay que proteger las fuentes de trabajo de las garras de los avaros capitalistas. Incluso aceptando la noción de que el capitalista es avaro y solo le interesa hacer dinero, tenemos que reconocer que para hacer dinero es necesario atraer y retener a buenos trabajadores, por ende está en el mejor interés del capitalista el retener a sus buenos trabajadores y darles un trato y una paga que evite que cambien de trabajo. Por otro lado, un mercado laboral flexible genera mayores opciones de trabajo y reduce las tasas de desempleo, lo cual beneficia a los asalariados.
Si la explicación teórica precedente no es suficiente para convencer al lector que la libre contratación y despido de trabajadores en un marco de libre competencia es la mejor forma de mejorar las condiciones laborales, tal vez la realidad sirva de argumento. No es en los países socialistas donde los asalariados disfrutan de las mejores condiciones de trabajo, sino en los países más capitalistas. Por citar un ejemplo específico, los sueldos de un chofer de tráiler en Estados Unidos rondan los setenta mil dólares más beneficios, mientras que en Bolivia, un chofer que trabaja más horas que su homólogo americano, con caminos más difíciles y peligrosos, con suerte llega a ganar ocho mil dólares al año. Y así podemos hablar de mineros, mecánicos, secretarias, empleadas domésticas, etc. cuyos salarios en Estados Unidos y Europa les permite tener casa, vehículo y una alimentación adecuada, mientras sus homólogos del segundo y tercer mundo trabajan para apenas escapar de la miseria y el hambre.