Es común calificar al liberalismo clásico (en su sentido europeo, no americano) como un movimiento a favor de los empresarios y en contra de los empleados. Marx así lo sostenía y lo mismo han hecho los movimientos socialistas desde entonces. Es cierto que el liberalismo valora la importancia del empresario capitalista como agente fundamental de innovación y desarrollo; es cierto que considera la propiedad privada como una institución indispensable para la preservación de la libertad y el crecimiento económico. Pero no es correcto afirmar que el liberalismo privilegia a los capitalistas.
Ludwig von Mises (1881 – 1973), en su libro Liberalismo afirma que “[h]istóricamente el liberalismo fue la primera orientación política que se preocupó del bienestar de todos y no del de determinados estamentos sociales” . Como el mismo Mises hace notar, tampoco es cierto “que los empresarios y capitalistas tengan particular interés en preferir el liberalismo. Su interés en preferir el liberalismo es idéntico al de cualquier otro individuo”. Y como cualquier otro individuo, asociación o gremio, intentan (cuando se les permite) obtener privilegios por parte del Estado. Los gremios empresariales buscan obtener del Estado subsidios, protección contra la competición extranjera, tasas de interés preferenciales, créditos estatales que muchas veces no pagan, obtención de monopolios y otros beneficios cuya otorgación va en perjuicio del resto de la población. La frase “privatizar las ganancias y socializar las pérdidas” es sinónimo de esa actitud aprovechadora y antiliberal común en los empresarios.
Los movimientos de izquierda han hecho una buena labor en vender esta situación como liberalismo y hay que admitir, que los movimientos políticos de supuesta tendencia liberal han colaborado a reforzar este error conceptual. El liberalismo condena estas prácticas, como condena cualquier privilegio sectorial o corporativo.
Esta crítica no intenta condenarlos, ni tomar la actitud simplona de clasificarlos entre buenos y malos empresarios. Más bien pretende hacer notar que el marco institucional afecta el comportamiento de los individuos. La misma actitud que, bajo cierto marco institucional, hace del empresario un agente de innovación y desarrollo, bajo otras condiciones institucionales lo convierte en un buscador de rentas y privilegios a costa de otros. Pretender que el empresario (y casi cualquier persona en el planeta) no piense en la ganancia es negar su naturaleza. Pero esa búsqueda de riqueza puede ser beneficiosa o perjudicial para la sociedad dependiendo de las instituciones que la misma sociedad construya. En realidad, no existe motivo para limitar el análisis al empresario. La misma actitud se aplica a los obreros, profesionales, campesinos, maestros o cualquier sector. Estos sectores también buscan conseguir privilegios sectoriales en detrimento del resto de la sociedad.
El problema no radica en que ciertos sectores intenten obtener privilegios del Estado, sino en tener un Estado institucionalmente débil y proclive a otorgar dichos privilegios.