El muy destacado escritor e intelectual israelí Amos Oz defendió en el periódico El Mundo:
El tercer camino está entre el capitalismo darwinista y el comunismo dictatorial y brutal. Creo en la solidaridad social.
Ésta es una idea antigua, que ya planteó Harold Macmillan en su libro The Middle Way en 1938, fue recogida por los peronistas en mi Argentina natal y aparece reiteradamente en escritos vinculados con la Doctrina Social de la Iglesia. En general, se trata de un pensamiento poco riguroso, y de consecuencias posiblemente peligrosas.
Presentar como razonable y moderado un punto central es distorsionar la venerable noción aristotélica, cuyo justo medio virtuoso depende crucialmente de que equidiste de dos extremos análogamente viciosos. Y si no, no.
El comunismo es, sin duda, «dictatorial y brutal». Veamos el otro extremo con el que Amos Oz pretende compararlo, el «capitalismo darwinista». Dentro de su vaguedad, sospecho que la idea que quiere transmitir, un mundo capitalista tan letal y destructivo como el comunismo, no tiene nada que ver ni con el capitalismo ni con el darwinismo.
Por un lado, Darwin no se refirió a la mera aniquilación de las especies sino a la selección de las mismas según su aptitud, no su simple fuerza, como a veces se piensa. Si el capitalismo puede ser calificado de darwinista, porque la competencia del mercado efectivamente suprime empresas y empleos que no son eficientes, no se deduce de ahí que sea destructor de la riqueza. La verdad es, en cambio, que la aumenta muy considerablemente. Si no fuera así, si la destrucción de empresas y empleo fuera irreversible, los países capitalistas jamás habrían registrado ningún incremento en su prosperidad; y el empleo, de hecho, habría desaparecido.
Lo que sucedió, como todos sabemos, es que el capitalismo acabó con muchas empresas y puestos de trabajo en sectores importantes, desde las diligencias hasta las máquinas de escribir. Le resultará difícil a don Amos Oz demostrar que habríamos estado mejor manteniendo esas actividades y empleos y prohibiendo las empresas y los artículos que las reemplazaron.
Hay algo más: ¿dónde estará mirando el destacado intelectual para comparar seriamente el comunismo con el capitalismo? ¿Realmente se pueden comparar los males que padecen los coreanos del Norte y del Sur? ¿Realmente da lo mismo ser un trabajador en Cuba que en Canadá? ¿Realmente son comparables los males que sufre la población en las tiranías islamistas que en su propio Israel?
No son comparables, en verdad, y por ello su extremo capitalista es inválido.
Por último, tras constatar la falacia del problema que plantea, veamos ahora su solución de la «solidaridad social».
Veo dos posibilidades en esa expresión. Una es que se refiera a la supresión de la coacción política y legislativa, y el establecimiento de una sociedad de mujeres y hombres libres. Temo, empero, que esto es más bien una expresión de mis deseos.
La posibilidad más probable, a tenor del razonamiento del propio señor Oz, es que pretenda combinar «lo mejor de los dos mundos», como tantas personas de buena voluntad que aspiran a algo parecido a lo que tenemos en Occidente, es decir, un sistema híbrido de libertad y coacción, de capitalismo y socialismo. Si Amos Oz no quiere eso, que ya es bastante deficiente, sino que quiere aún más impuestos y más coerción, y llama a eso «solidaridad», entonces las consecuencias de sus ideas serían aún más peligrosas.