Quimera liberticida: Pobreza y redistribución

Leí en El Periódico de Guatemala una entrevista con Edgard Balsells, economista, exministro y fundador en su país de Flacso, que durante muchos años ha alojado a intelectuales de la izquierda en América Latina.

Deja claras sus ideas antiliberales porque, simplemente, es incapaz de concebir la libertad:

El crecimiento económico no lleva necesariamente a una reducción de la pobreza. Hay que ver cómo se distribuyen los frutos del crecimiento. La pobreza solo se combate con redistribución y seguridad social. Y eso solo se puede hacer con impuestos.

De entrada, naturalmente el crecimiento económico reduce la pobreza: el profesor Balsells simplemente podría mirar las cifras de crecimiento de los países donde han disminuido los pobres y verá que en ninguno de ellos el PIB ha decrecido. Por añadidura, los casos en que el PIB sube pero la pobreza no baja avalan las tesis liberales, contrarias a las suyas. En efecto, si una economía crece y la pobreza permanece estancada es porque no hay nada de libertad económica y nada de mercados abiertos: por ejemplo, una dictadura comunista como Corea del Norte.

Esto desmonta también la tesis siguiente de don Edgard, porque es precisamente en los regímenes antiliberales donde «hay que ver cómo se distribuyen los frutos del crecimiento», porque, al no funcionar el mercado, la distribución opera con criterios políticos, por ejemplo, se beneficia a los jerarcas del Partido Comunista o a los amigos de Chávez. En países democráticos, la redistribución que «hay que ver» también es la que se aparta del mercado libre, a saber, la que favorece a los políticos y los grupos de presión, como los sindicatos o los empresarios subvencionados.

Pero si las mujeres y los hombres pueden invertir y trabajar más o menos libremente, no «hay que ver» nada de la distribución del crecimiento que produce su labor. Esto es así porque la producción libre genera su propia distribución: mi vecina trabaja mejor que yo, y por tanto gana más que yo. Si mi vecina es una profesional o una empresaria innovadora y exitosa, su gran productividad le brindará normalmente unos ingresos mayores que los míos. Y no «hay que ver» nada de eso, porque, al ser libre, es un resultado justo.

Por supuesto, no es esta perspectiva la que reina en el pensamiento único, ni en la mente del señor Balsells, que es tan refractario a la libertad que llega a afirmar que «la pobreza solo se combate con redistribución», algo que es completamente falso. Tenemos ya una historia suficientemente larga que prueba que la pobreza se combate en primer lugar con el esfuerzo de los propios pobres en dejarla atrás, lo que han conseguido en grandes cifras, que podrían haber sido incluso más grandes si sus derechos y libertades hubieran podido ser ejercidos con menos cortapisas. El que un intelectual progresista, supuesto amigo de los pobres, no sea capaz de reconocer sus méritos, y no los conciba nada más que como receptores pasivos del dinero que el poder extrae coactivamente a sus súbitos mediante impuestos, es bastante revelador.

Por desgracia, no desbarra solamente a la hora de ponderar a los trabajadores. Reclama, como es habitual, «un modelo empresarial productivo», y para concretarlo, ¿qué cree Ud. que propone hacer con los empresarios? ¿Dejarlos en paz? Por supuesto que no. Lo que quiere hacer este pensador con los empresarios es… ¡subvencionarlos!

 

 

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