Simplificando se puede decir que el socialismo es igual a vivir haciendo cola. Una manera gráfica que es obvia para cualquiera es la proliferación de las colas bajo el sistema socialista. Lejanas quedaban en la memoria como parte de la historia del siglo XX, las fimágenes de la Europa del Este, China, la Unión Soviética y otros paraísos socialistas y sus legendarias colas hasta que llegó el socialismo del siglo XXI — que se parece tanto al del siglo anterior.
En el socialismo, las colas las hacen las personas que, una detrás de otra, esperan pacientemente horas —o días— afuera de una tienda para comprar un artículo de primera necesidad. Las colas surgen para acceder a cualquier servicio o para tramitar un documento en una oficina pública. A fin de cuentas, se necesita hacer cola para cualquier cosa. Es una de las consecuencias más visibles de lo que es el socialismo: El resultado del desajuste que causa su implementación debido a su intervencionismo en la economía y el necesario cercenamiento de las libertades individuales.
Como sabemos, los países libres con economías libres logran de mejor manera que los bienes escasos lleguen, prácticamente, a todos los que los demandan. Porque los agentes económicos actuando libremente en el mercado son los que tienen el mejor conocimiento disponible para saber cómo proveer lo que la gente demanda. En las economías libres, la creatividad y el potencial de cada quien, logra expresarse mejor y eso trae la saludable consecuencia de que en las economías libres abundan los bienes y servicios a pesar de los siempre escasos recursos ya que el mercado es el mejor coordinador de la acción humana. Por eso, en el capitalismo generalmente la gente no hace cola para comprar huevos o leche pero sí para comprarse un capricho personal, como por ejemplo, el más reciente iPhone. Pero lo hace en libertad.
En cambio en el socialismo o en economías fuertemente intervenidas, como la de Venezuela, las colas surgen como mecanismo perverso, pero natural, para poder acceder a bienes o servicios. Al limitar o desaparecer la libertad económica y al destrozar el espontáneo sistema de precios que sirve de señal informativa sobre lo que la gente quiere, los agentes económicos se ven en la imposibilidad de recibir las señales informativas de los precios y se trastorna la posibilidad de sacar el mejor provecho de los recursos escasos.
De este modo, al no poder actuar con la libertad requerida para disponer libremente de los recursos económicos para producir un bien o prestar un servicio, disminuye de inmediato la variedad y cantidad de bienes y servicios de los que podría disponer cada persona.
Además de que las colas son la imagen característica del socialismo, también son en sí mismas todo un drama humano. En las colas están los más desfavorecidos de la sociedad. Son las victimas más débiles de la profundización de la escasez que genera el intervencionismo en la economía. En la cola están los asalariados a los que les confiscaron su poder adquisitivo por la inflación que genera el gobierno, que termina siendo un impuesto que penaliza al pobre y beneficia a los políticos que están en el poder. Ellos, en sus pomposos cargos, siguen disfrutando de los privilegios derivados del poder mientras el pueblo sufre las tristes consecuencias de su política
Las colas son un drama porque nos roban tiempo de nuestras vidas. Ese tiempo que perdemos a la espera de conseguir algún bien o servicio. A eso hay que sumarle que hacer una cola no nos garantiza que podamos acceder al bien o servicio, porque, precisamente, es un modo muy imperfecto de distribuir los bienes escasos.
En las colas, a veces, se impone el más fuerte y no el más necesitado. A veces, la autoridad presente privilegia a unos en detrimento de otros. A la sombra de las colas surgen las mafias que pretenden apoderarse de los bienes escasos comprados a bajo precio para luego venderlos a precios más elevados a las personas que quieren evitar tener que hacer cola.
Una de las colas más características y lamentables en estos tiempos de revolución socialista en Venezuela es la cola ante los bancos que los jubilados realizan durante días para retirar su pensión en efectivo. Como el gobierno tiene el monopolio de la emisión de moneda y billetes desquició el sistema monetario del país provocando una inflación descontrolada que ha hecho imposible que los billetes conserven su poder adquisitivo. De inmediato, la realidad es que al no valer nada la moneda, cada vez se necesitaba más dinero para realizar las mismas compras y, por tanto, los billetes empezaron a escasear también. El socialismo venezolano obliga a la gente a hacer cola para obtener los billetes en los bancos y, luego nos obliga a hacer cola para comprar los bienes o servicios que se deseen adquirir.
La gente que disfruta de libertad económica vive con mayor bienestar socioeconómico. Una economía libre logra lidiar mejor a la hora de generar el mayor bienestar y la mayor satisfacción de las necesidades en medio de una realidad de recursos escasos.
Pero el socialismo es enemigo de la libertad económica y eso siempre tiene como consecuencia inevitable el dolor y sufrimiento humanos. El socialismo ha sido y sigue siendo una tragedia porque, a pesar de las manidas buenas intenciones, sus frutos provocan mayores penurias e incomodidades.
El contraste con las sociedades donde hay una mayor libertad económica es abismal. En esas sociedades libres abundan los bienes y la gente tiene algo muy valioso, que cuando se pierde se lamenta muchísimo: Tiempo para dedicarse a otras cosas productivas en la vida. Porque una de las cosas que nos roba el socialismo es el tiempo para vivir una vida plena y cómoda. El intervencionismo socialista se inmiscuye en todo, nos convierte en prisioneros de un sistema que sólo sabe producir colas interminables y nos roba las oportunidades de perseguir nuestros sueños.
José Luis Vallenilla es concejal del Municipio Girardot (Maracay, Venezuela).