Hoy, 17 de septiembre, es el Día de la Constitución de Estados Unidos, ese maravilloso documento que es la constitución más exitosa de la historia y la más firme manifestación en defensa de la libertad humana. Lo que hace que la Constitución sea digna de preservarse son los imperecederos principios de la Declaración de la Independencia que la Constitución garantiza.
La historia y el origen de nuestra Constitución son algo muy público. No fue escrita al azar. Según explica el ex procurador de la República, Edwin Meese III, la Constitución de Estados Unidos es un documento cuidadosamente elaborado; los Padres Fundadores propusieron, sustituyeron, editaron y revisaron las palabras del documento con gran cuidado y minucioso detalle. Además, se mantuvo un escrupuloso registro de los debates, los conflictos y compromisos que surgieron durante las Convenciones Constitucionales. El padre de la Constitución, James Madison, escribió informes completos sobre la Convención. La publicación de «El Federalista» fue clave para entenderla y ratificarla. Y otros participantes, los federalistas y los antifederalistas por igual, confiaron al papel y la tinta “sus debates a favor y en contra de la ratificación, así como su interpretación de la Constitución de modo que sus ideas y conclusiones se pudieran distribuir, leer y entender ampliamente”. Por tanto, gracias a los panfletos, las cartas y los bien documentados debates y borradores de la Fundación, el significado de la Constitución es, en realidad, algo conocible.
El Dr. David F. Forte, en la Guía Heritage de la Constitución, sostiene que “el constitucionalismo escrito implica que aquellos que hacen, interpretan y hacen cumplir la ley se deberían guiar por el significado de la Constitución de Estados Unidos –Ley suprema de la nación– tal y como fue originalmente escrita”.
Un enfoque originalista de la Constitución no es algo para los intelectualmente letárgicos. La Constitución es un documento bien trabajado que amerita un determinado planteamiento interpretativo. Según Forte: “Allí donde el lenguaje de la Constitución sea específico, deberá acatarse. Donde haya un consenso demostrable entre los Fundadores y los que ratificaron [la Constitución] respecto a un principio explícito o sobreentendido en la Constitución, deberá seguirse. Donde haya ambigüedad respecto al significado o alcance exacto de una disposición constitucional, se deberá interpretar y aplicar de forma que por lo menos no contradiga el texto mismo de la Constitución”. Los debates más interesantes entonces se centrarán en la aplicación de principios constitucionales, no en si estos principios existen. Este enfoque “no acaba con la controversia o el desacuerdo, pero los confina dentro de una tradición constitucional de principios que materializan el Estado de Derecho”.
Cuando nuestros políticos juran defender la Constitución están asumiendo un gran y noble cometido. Los que intentan utilizar la Constitución para que ésta les surta propuestas categóricas de acción política buscarán en vano en el texto. La Constitución no pretende tener la respuesta a toda interrogante de acción política, sino que responde a la pregunta sobre cómo se deben abordar y solucionar los problemas en una república democrática.
Los políticos deliberan sobre temas difíciles y es preceptivo que tomen en consideración cómo las propuestas que se les presentan concuerdan con la Constitución. Ese venerado documento no es un código legislativo anclado en el siglo XVIII, ni tampoco es un espejo que simplemente refleje los pensamientos y las ideas de los que se colocan ante él. La Constitución es la Ley suprema de la nación que, bajo juramento, se comprometen a respaldar y defender para proteger las libertades de los ciudadanos de Estados Unidos.
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