La política keynesiana de intentar incrementar la demanda total, o sea, la demanda “agregada” – bien mediante el gasto gubernamental, bien mediante reducciones de impuestos para dejar más dinero en los bolsillos de la gente en la esperanza de que se lo gastarán – para revivir la economía, nunca funciona. El último caso de fracaso keynesiano es la reducción de impuestos sobre la nómina.
Al igual que sus predecesores, como era de prever, este “estímulo”, que estaba dirigido a poner dinero en los bolsillos de la gente, fracasó. La economía no se vio afectada y de hecho parece estar frenándose de nuevo, como el informe de desempleo del día 4 subraya.
Esta no fue la primera vez que el estímulo keynesiano fracasó en su empeño de estimular la economía.
Recordemos que el keynesianismo también falló en revivir la economía en la época de la Gran Depresión, durante la cual el gasto del gobierno se incrementó en los años 30 pero el desempleo siguió en tasas de doble dígito; fracasó en 2001 cuando el presidente Bush intentó estimular la economía y sacarla de la recesión con unos descuentos fiscales; falló con el presidente Bush una segunda vez en 2008 cuando el gobierno gastó cientos de miles de millones de dólares; y fracasó en 2009 con el presidente Obama después de que gastáramos la mayor cantidad de dinero en nombre del keynesianismo –unos $800,000 millones– para revivir la economía. La única cosa que se puede decir del estímulo keynesiano es que es bipartito – fracasa con los republicanos tan eficazmente como con los demócratas..
A pesar de haber fallado siempre, nuestros solones acordaron intentar el método keynesiano otra vez más a finales de 2010. El acuerdo al que se llegó a mediados de diciembre fue que, a cambio de no subir los impuestos a los ricos, tendría lugar, empezando en enero de 2011, un “estímulo” de un año, un recorte de dos puntos en los impuestos sobre la nómina.
La extensión temporal de las reducciones de impuestos de Bush a los dos tramos superiores de ingresos no fue un estímulo tampoco. Ni era su intención. No se redujeron los tipos impositivos. Más bien, impedir que esos tipos aumentaran previno que una subida de impuestos debilitara aún más la economía.
[La Oficina de Análisis Económico (BEA)] informó de que su primera estimación para el crecimiento del PIB real del [primer trimestre de 2011] fue 1.8%. Esto representa una drástica bajada desde el crecimiento del 3.1% del cuarto trimestre de 2010 . . .. En el primer trimestre de 2011, este estímulo supuso unos $110,000 millones (anualizados), o cerca del 0.73% del PIB. Dada la creencia keynesiana en los “multiplicadores”, el resultado debería haber sido un incremento del PIB real del primer trimestre de 2011 significativamente superior al del cuarto trimestre de 2010. En vez de eso, el crecimiento real cayó, dando por tanto una prueba más del mundo real de que el estímulo keynesiano no funciona.
Esto no es sorprendente. La política del estímulo keynesiano se edifica sobre el supuesto de que el gasto gubernamental tiene un efecto multiplicador sobre la economía, lo que significa que $1 gastado por el gobierno añade más de $1 a los ingresos nacionales totales. El error está en ignorar el hecho de que para que el gobierno recaude dinero para gastarlo con déficit, primero debe retirar ese dinero de la economía privada a través del endeudamiento, resultando en un multiplicador reductor de igual magnitud. Los dos conjuntos de multiplicadores se cancelan entre sí. No hay incremento neto de la demanda total.
La misma lógica se aplica a las reducciones de impuestos de estilo keynesiano dirigidas a poner dinero en los bolsillos de la gente: si el gobierno no aumento el gasto pero reduce los impuestos, sigue teniendo que pedir prestado dinero de la economía privada para financiar sus niveles actuales de gasto. Así, quitar dinero de la economía para financiar los recortes deja la demanda total inalterada.
De todas maneras, aunque las reducciones de impuestos para elevar la demanda agregada son ineficaces como estímulo económico, las clases adecuadas de recortes pueden ser estimulativos. Las reducciones de impuestos con tal efecto deben reducir los tipos fiscales en la actividad económica marginal – el tipo impositivo en el último dólar ganado– ya que es esto sobre lo que los agentes económicos toman decisiones de inversión y esfuerzo laboral. Y los recortes deben ser permanentes.
Por ejemplo, si los ingresos de alguien son suficientemente altos como para que se vea incluido en el tramo del 35% (actualmente la más alta tasa impositiva individual), entonces pagará $35 de los siguientes $100 que gane. Si ese tipo tributario se recorta a, digamos, el 25%, entonces esa persona pagará $25 –y ganará $10 adicionales– por los siguientes $100 que gane. El incentivo es entonces mayor para crear $100 adicionales de riqueza.
Aunque las rebajas de impuestos de 2001 que tenían por objetivo elevar la demanda fracasaron en revivir la economía, se rebajó los tipos marginales para individuos. Originalmente, estas reducciones iban a entrar en vigor de forma gradual hasta 2010. Sin embargo, se aceleró el cambio en 2003 y se redujo también los tipos impositivos sobre dividendos y ganancias de capital. Es entonces cuando, no por coincidencia, la economía despegó.
Hoy, ejemplos de dónde este tipo de reducción de impuestos podría estimular la economía incluyen las tasas fiscales de los impuestos de sociedades y la renta personal, así como las tasas aplicables a las ganancias de capital y dividendos. Recortar cualquiera o todos esos tipos impulsaría el trabajo y la inversión, tal como hicieron en 2003. Por supuesto, dados los actuales déficits presupuestarios, reducir los impuestos es especialmente difícil, que es otra desafortunada consecuencia del masivo estímulo de Obama – ha hecho especialmente difícil promulgar estímulos efectivos. De hecho, la Oficina de Presupuesto del Congreso anunció recientemente que el estímulo de Obama subió en realidad el déficit en $840,000 millones, mucho más de lo originalmene proyectado.
Incluso la reducción de los tipos marginales en la nómina ayudarían, no debido a un aumento del flujo de caja de las familias, sino porque da a aquellos con la oportunidad más incentivos para trabajar y producir. Desafortunadamente, incluso este efecto se ha borrado en gran medida de la reducción de impuestos sobre la nómina que ha defendido el presidente Obama, ya que esta reducción fue temporal. El alivio fiscal temporal de casi cualquier clase produce pocos beneficios de crecimiento.
Los que propusieron la reciente medida responden que el keynesianismo no se ha intentado nunca con el vigor suficiente. Después de todo, además de argüir que el gasto del New Deal no fue suficientemente grande en los años 30, arguyen que el estímulo del presidente Obama no fue suficientemente grande. Esperen y verán cómo dicen que este último estímulo del recorte de impuestos sobre la nómina no fue suficientemente profundo tampoco.
¿En qué momento le cortaremos oficialmente la cabeza al argumento de Keynes y enterraremos el concepto del estímulo fiscal keynesiano? Probablemente no hasta la siguiente recesión que ocurra cuando haya una administración comprometida con el gasto público y asqueada con las reducciones de tipos.
© Heritage.org (Versión en inglés) | © Libertad.org (Versión en español)