No sólo es improbable que el actual reto de Corea del Norte desemboque en un conflicto militar; antes bien, es probable que todas las naciones involucradas acaben creyendo que cada cual ha logrado ganar algo para su bando. De hecho, ésta podría ser la tormenta perfecta del manejo diplomático de una crisis en la que todos salgan ganando – por ahora.
Pyongyang logra acaparar la atención del mundo. La diplomacia de familia de Kim requiere que el mundo vea su régimen como una amenaza peligrosa e impredecible. De otro modo, ¿por qué se preocuparía nadie de lidiar con la nación más pobre del mundo al otro lado del planeta?
En líneas generales, el desfile militar anual no concita más atención que la de los cómicos de la tele. En esta oportunidad, el medio serio saludo de Kim Jong-un a sus tropas atrajo cobertura mediática mundial. La pregunta para Kim es cómo convertir su táctica del miedo en algún tipo de ventaja estratégica específica.
Seúl y Tokio han obtenido una importante garantía de compromiso de parte de Washington; Estados Unidos se ha apresurado en mostrar a ambos que cumplirá con sus obligaciones de defensa recíproca. Nada expresa mejor cuánto nos importan como el desplegar una armada de buques y una flota de bombarderos con capacidad nuclear.
Pekín ha usado la crisis para establecer un entendimiento con el nuevo presidente americano. En vez de forzar a Donald Trump o ponerlo contra las cuerdas, el presidente Xi Jinping adoptó la postura de “lleguemos a un acuerdo”.
Washington también tiene que lucir fuerte. Durante poco más de una semana, Trump se reunió con importantes líderes extranjeros, incluyendo a Xi; se ocupó de la situación en Corea; y manejó una crisis en Siria. Para una administración principiante, liderada por un presidente con poca experiencia en política exterior, fue toda una actuación muy respetable.
Que Trump haya toreado esta crisis tan bien, al menos por el momento, es un indicador ilusionante de que sabrá llevar una política exterior con madurez y responsabilidad. De hecho, hay señales que apuntan en esa dirección.
Al dar a los participantes el suficiente espacio para que queden bien, Washington ayudó a desactivar una crisis, en lugar de escalarla.
La pregunta es: ¿Qué camino tomar ahora?
Pasar el día sin desatar la Tercera Guerra Mundial no resuelve la amenaza de una Corea del Norte con armas nucleares. La Casa Blanca necesita una política firme y responsable. Los chinos no van a solucionar el problema. Kim jamás renunciará voluntariamente a su arsenal nuclear.
El solo dialogar no nos llevará a ninguna parte. Hace falta un plan serio a largo plazo que podría generar oportunidades futuras para reducir la intensidad del conflicto – algo muy recomendado por el experto Bruce Klingner de la Fundación Heritage, incluso antes de que la reciente crisis diera inicio.
La buena noticia es que Trump ha superado un reto difícil, por el momento. La administración está siguiendo el guión correcto: Máxima presión sin promover cambio de régimen.
Pero hay mucho más por hacer.
A ciencia cierta, Estados Unidos debe enviar señales más claras de que incrementar la tensión no está en sus planes
Aunque la parte anunciada del próximo paso a seguir parece bien, el asunto de las sanciones – incluida la aplicación de la legislación americana vigente – podría congelarse en espera de que China adopte medidas. El problema es que China siempre promete más de lo que cumple. Trump debería apretarle las tuercas a Corea del Norte con sanciones sin esperar mucho por lo que haga China.
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