Durante los últimos meses de su mandato, el equipo de la presidente socialista de Chile, Michelle Bachelet, empezó a hablar del legado que dejaba su gobierno. Algunos analistas han interpretado el hecho como el anuncio de una tercera postulación a la presidencia por parte de la socialista. Independiente de aquello, resulta interesante dilucidar en qué consiste ese legado.
En lo que a materia escolar se refiere, refleja una colosal desconfianza en las familias, los emprendedores de la educación y la coordinación que se produce en la industria gracias a la competencia. Vaya como ejemplo del primer punto las palabras pronunciadas por el entonces Ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre, quien, a poco de asumir el cargo, cuestiona duramente la capacidad de las familias para elegir la escuela de sus hijos.
La suspicacia respecto a los administradores de los colegios se verifica en los controles burocráticos que se les han impuesto, en la intromisión en la gestión de sus unidades, en la obligación de adoptar determinada personalidad jurídica, en los condicionantes para recibir fondos públicos, entre otras.
No se queda atrás la desconfianza en el mercado y la competencia, por ejemplo, en los requisitos establecidos a fin de poder abrir una nueva escuela o en la imposibilidad de seleccionar alumnos en los procesos de admisión.
Todo lo anterior configura un escenario donde la sociedad debe validarse ante el Estado. Las escuelas y las familias tienen la carga de la prueba, debiendo dar testimonio de que no sólo tienen las capacidades para hacer las cosas bien, sino que además deben probar su inocencia.
Otro elemento del legado educativo que deja Michelle Bachelet es la apreciable fe ciega en el Estado y sus burócratas, quienes sostienen que son los mecanismos de comando y control ejecutados a través de una ahogante gestión estatal, los que producirán un desempeño mayor del sistema que el que podrían lograr los privados por sí solos. Esto conduce a la necesidad de proveer una exuberante institucionalidad estatal que permita ampliar lo más posible la influencia del gobierno sobre el sistema escolar: sueldo de los docentes, políticas de inclusión, máximo de vacantes, gestión académica, financiamiento y un largo etcétera.
El legado educativo de Bachelet no deja de ser algo baladí para la nueva administración de Sebastián Piñera. Ante la imposibilidad de modificaciones legales en atención a la minoría parlamentaria que posee el recién asumido presidente, la gestión menos dañina de las reformas heredadas se hace imperiosa, a lo que se debe agregar un trabajo que tienda a devolver la confianza perdida en las escuelas y en las familias, donde lamentablemente no son suficientes los tradicionales eslóganes de campaña con sus frases prefabricadas. Se hace necesario abordar las premisas que le dieron sustento a las propuestas de Bachelet, aquéllas que obtuvieron la venia de la mayoría de los electores hace poco más de cuatro años. Se requiere una narrativa que actúe en el ámbito de los símbolos y la cultura, que penetre en los sentidos e influya en la opinión pública que cada cierto tiempo es encuestada. No abordar estas dos dimensiones significa cederle espacio a la izquierda y gobernar con banderas ajenas.
Pero el legado educativo dejado por Bachelet abre también una gran oportunidad para el nuevo gobierno — la posibilidad de impregnarlo de un sello propio. Las reformas heredadas dan por resuelto gran parte de los últimos debates que mantenían en ascuas al andamiaje escolar chileno. Zanjado aquello, el nuevo presidente Piñera tiene la opción de hacerle frente correctamente a uno de los mayores desafíos del sistema escolar de Chile, a saber, su calidad, convirtiendo este tema en un eje orientador. Lograr aquello resulta bastante simple si el gobierno decide hacer bien las cosas, lo que se traduce en no inmiscuirse en las escuelas, dejando que desplieguen toda su fuerza creadora. Es vasta la literatura que señala que, para un sistema escolar en el nivel de desarrollo como el chileno, los controles obsesivos resultan perjudícales a todos los niveles.
Sinceramente, el legado educativo de Bachelet es inquietante y pone en peligro todos los logros alcanzados por la educación de Chile. Sebastián Piñera y su ministro de Educación tienen por delante un gran desafío, no sólo corrigiendo el rumbo de la anterior administración sino dejando en claro que se acabó el recreo.