Luego de que el expresidente Sebastián Piñera presentara su programa de gobierno y en especial con posterioridad al último debate televisado antes de las elecciones generales, se empezaron a escuchar fuertes cuestionamientos a sus propuestas por parte de algunos referentes de la derecha chilena. Eso incluyendo algunos excolaboradores, quienes no han dudado en calificar las propuestas de Piñera como socialdemócratas, poco audaces o inmaduras. Expresiones que nada tienen de sorprendente, ya que en gran medida el programa de gobierno del expresidente no hace más que mantener las lógicas impuestas por la izquierda nacional y particularmente por el gobierno de Michelle Bachelet, quien consciente de eso y como producto del final de su mandato, ya ha empezado a hablar del legado que le deja al país.
En este escenario, Piñera cae en el error que señalase Jaime Guzmán, fundador del partido conservador Unión Demócrata Independiente, respecto a lo nocivo que es apropiarse de las banderas al adversario, ya que esa estrategia no hace más que golpear duramente la moral de los defensores de una sociedad libre y responsable.
En lo que a educación respecta, los ejemplos abundan. Piñera comienza a tocar el tema en su programa de gobierno señalando lo que cualquier candidato izquierdista a la presidencia de un país diría, a saber: “La educación es la clave del progreso” lo cual da pie a la lógica propuesta de aumentar el gasto en el sector. Esto resulta bastante curioso viniendo de Piñera, exalumno de Harvard, quien debería estar consciente de que la llave al desarrollo no es la educación, sino la existencia de instituciones que favorezcan el libre mercado, como bien lo demostrase, entre otros, Douglass North, Premio Nobel de Economía 1993.
Si bien las reformas escolares impulsadas por el gobierno de Bachelet encuentran espacio para duras críticas en el discurso de Piñera, las propuestas del expresidente conservador revelan que no piensa desmantelar el andamiaje impuesto por la izquierda en Chile. Esta actitud no reconoce la urgente necesidad de implementar una serie de modificaciones que le garantice a las familias su derecho a escoger la educación que desean para los suyos. Como muestra de ello Piñera aduce que se debe “devolver a los padres su derecho a aportar voluntariamente a mejorar la calidad de la educación de sus hijos”. Para lograrlo, propone modificar la ley que regula las donaciones, y que Bachelet le quitó a las familias, mediante la ley 20.845 con la opción de realizar aportes económicos regulares a las escuelas en las cuales se educan los suyos, sistema conocido como copago o financiamiento compartido. La posibilidad de hacer donaciones siempre ha existido.
Nos encontramos ante un programa que en sus ejes prioritarios para la educación escolar (libertad de elección, pluralismo y rol de la familia) no propone avances reales, sino frases tan vacías como los términos comadrejas que utiliza la izquierda, como apuntaba F. A. Hayek.
El candidato de la antigua derecha chilena, devenida por convicción o conveniencia en socialdemocracia, retrocede en temas de pluralismo al colocar como medida concreta el aumentar la presencia del Estado tanto en el sector fiscal como de administración privada de la educación. Incrementa los límites a la libertad de elección al establecer un intrincado sistema de selección en los procesos de admisión escolar y desconoce el rol de la familia al seguir permitiendo que la calidad de la educación sea determinada por los burócratas de turno y no los usuarios del servicio.
Piñera y la coalición que lo apoya ya se han distanciado del discurso defendido por ellos mismos en los últimos años, de los elementos que habían llevado a Chile a tener uno de los mejores sistemas escolares del continente. El candidato conservador ahora nos sugiere no sólo una dudosa estrategia para alcanzar la excelencia escolar sino que parece sumarse a una receta tan fracasada que a comienzos de mes la Unesco la ha puesto como un ejemplo a seguir por otros países. Así las cosas, la eventual presidencia de Sebastián Piñera sugeriría en estos momentos que un regreso a tiempos mejores para la educación chilena sigue siendo un lejano sueño. Sin embargo, los políticos cambian cuando llegan al poder. Por eso, todavía me queda la terca esperanza de que sea para bien.