El Estado Islámico y la muy larga guerra contra el terrorismo

Vaya Ramadán hemos tenido. Orlando: 49 muertos. Estambul: 44 muertos. Daca: 22 muertos. Bagdad: 220 muertos. Varios lugares de Arabia Saudita: 7 muertos.

Todos estos atentados han estado relacionados con el Estado Islámico (EI), aunque ha variado su grado de implicación. El terrorista de Orlando fue al parecer radicalizado a distancia, mientras que se cree que los terroristas de Estambul eran una célula del EI procedente de Siria. Salvo en Orlando, en todos estos atentados ha participado más de un atacante. El aterrador grado de coordinación y disciplina ha hecho que algunos hablen de «manadas de lobos» y no de «lobos solitarios».

En todos los casos, excepto en Daca y Orlando, la mayoría de los muertos han resultado ser correligionarios musulmanes. Se dijo que en Daca los terroristas sólo habían matado a los rehenes que no pudieron recitar versos del Corán. En cambio, en el atentado de Bagdad –el peor de todos y el peor que haya ocurrido allí jamás–, todas las víctimas eran musulmanas, que estaban celebrando su liberación nocturna de las restricciones del Ramadán.

Entre los analistas ha sido común decir que estos ataques se cometieron en respuesta a las pérdidas territoriales sufridas recientemente por el EI. Se dice que la organización terrorista ha perdido el 47 % de su territorio en Irak y el 20% en Siria. Los analistas (y algunos funcionarios del Gobierno de EE.UU.) sugieren que, en consecuencia, el EI está tratando de mantener su relevancia ampliando las operaciones fuera del núcleo de su califato. Podría ser. O podría ser también que el EI ha estado todo el tiempo planeando una campaña de atentados en el extranjero, al margen de que perdiese territorio o no. No sabemos lo suficiente como para ofrecer una respuesta definitiva.

Lo cierto sigue siendo que, incluso en sus actuales condiciones de debilidad, el EI es la organización terrorista más poderosa del planeta, y posiblemente incluso la más fuerte de la historia. Las autoridades de EE.UU. calculan que sus ingresos petroleros se han reducido a la mitad, pero aún así sigue generando 150 millones de dólares al año.

En cuanto a sus recursos humanos, el New York Times informó de lo siguiente:

Las filas del Estado Islámico en Irak y Siria se han reducido a entre 18.000 y 22.000 combatientes, desde un pico de unos 33.000 el año pasado, según las autoridades estadounidenses. Pero hay movilizados unos 20.000 militantes bajo la bandera del Estado Islámico en al menos ocho organizaciones afiliadas en Libia, Egipto, Afganistán, Pakistán y Nigeria, entre otros. al-Qaeda, en comparación, tuvo su pico en 2.000 combatientes.

En resumen: no demos por muerto aún al EI. Tiene potencial para causar estragos en los próximos años, en cualquier forma que adopte. Es obvio que sería enormemente ventajoso destruir su control físico del territorio en Irak y Siria, que es lo que posibilita su enorme flujo de ingresos (que provienen de los impuestos a las personas bajo su dominio y de sus enredos criminales, y de la producción de petróleo) y lo que le proporciona un espacio para entrenar y adoctrinar a sus reclutas, así como el aura triunfal que tanto ha contribuido a su atractivo para potenciales terroristas de todo el mundo.

Pero aunque destruir el califato reducirá sin duda la amenaza del EI, es probable que no la elimine. Como al-Qaeda, de la que una vez fue filial, el EI demuestra una desoladora capacidad para adaptarse a las adversidades: ya vimos cómo pudo resucitar tras las derrotas que sufrió en Irak en 2007 y 2008, cuando allí era conocido como al-Qaeda.

El hecho de que el presidente Obama haya ralentizado la campaña contra el EI –han transcurrido dos años desde que se restableció el califato– ha dado tiempo a la organización de Bagdadi para montar una red terrorista mundial que no será fácil eliminar. La continuada capacidad del EI para perpetrar o inspirar ataques terroristas en todo el mundo hace que la afirmación del presidente de que ha sido «contenida» resulte ridícula. Sí, casi: ha quedado suelto en el mundo un patógeno letal que no va a ser fácil erradicar.

Si hay algo positivo en la ofensiva mundial del EI es que podría unir a más países aún en la lucha contra él. En concreto, Turquía tiene la capacidad de causar un considerable daño al EI si la situación se agrava lo suficiente. El año pasado, el Gobierno turco ya tomó medidas contra el EI, lo que probablemente provocó el atentado en el aeropuerto de Estambul y los ataques previos. Esperemos que ahora Turquía redoble sus esfuerzos.

Pero aun en el caso de que la amenaza del EI acabara reduciéndose, hay otras organizaciones terroristas, como al-Qaeda, que aguardan entre bastidores. De hecho, los mayores beneficiarios de la campaña contra el EI en Irak y Siria podrían ser otras organizaciones terroristas suníes y chiíes ansiosas por llenar el vacío. La única manera de evitarlo es fomentar que haya gobiernos funcionales en Siria e Irak que puedan controlar su propio territorio, pero hay escasas esperanzas de lograrlo en un futuro cercano. Sigue siendo guerra larguísima, y no se ve ninguna luz al final del túnel.

 

© Revista El Medio – Commentary

 

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