El hombre que desafió a Mao — y vivió para contarlo

Fue uno de los pocos en la corte de Mao Tse-tung que se atrevió a discrepar del Gran Timonel, y pagó por ello con años de cárcel y trabajos forzados que no lograron doblegar su respeto a la verdad y a su conciencia. Li Rui, que fue secretario de Mao y denunció hasta el final el autoritarismo y las mentiras del Partido Comunista chino, murió el 16 de febrero en Pekín a los 101 años, una edad milagrosa para alguien que osó desafiar personalmente al mayor asesino de masas que conoce la Historia.

Li Rui nació en 1917 en el sur de China, seis años después de la caída de la dinastía Qing a manos de oficiales del ejército partidarios de modernizar el país. Siendo estudiante, Li organizó protestas contra los señores de la guerra que dominaban las regiones chinas en los primeros años de la República, y en 1936 fue detenido por posesión de libros marxistas bajo el gobierno nacionalista de Chiang Kai-shek.

Después de afiliarse al Partido Comunista, Li conoció por primera vez la represión roja en 1943, cuando fue encarcelado y torturado durante casi un año en el marco de las purgas conocidas como Movimiento de Rectificación, en las que fueron asesinados alrededor de 10.000 personas.

Tras salir victorioso de larga guerra contra la ocupación japonesa y en la guerra civil contra el Kuomintang de Chiang Kai-shek, el Partido Comunista de Mao llegó al poder. Li era uno de sus militantes de más solera, y desde el puesto de viceministro de Agua y Energía Eléctrica se opuso a la construcción de la Presa de las Tres Gargantas. Mao, que apoyaba el proyecto y no estaba acostumbrado a que le llevaran la contraria, quedó impresionado por la vehemente argumentación pública del viceministro, y en 1958 nombró a Li su secretario personal.

A finales de los años 50 Mao lanzó El Gran Salto Adelante, que debía colocar a China a la cabeza de los países industrializados del mundo. Además de movilizar a millones de chinos para trabajar de manera intensiva en las fábricas que el régimen creaba, Mao colectivizó por completo la agricultura. El campo chino debía producir lo suficiente para alimentar al país y exportar comida para pagar los elevados costes de la industrialización, pero los resultados fueron bien distintos. La producción colapsó, y hasta 40 millones de chinos, según algunos cálculos, murieron de hambre durante El Gran Salto Adelante.

Li fue uno de los que vio desde el principio que la transformación no resultaría, y así se lo hizo saber al Partido. La demostración de coraje de su secretario no gustó esta vez a Mao, y Li fue enviado a un campo de prisioneros durante dos años. A su vuelta a Pekín en 1961, su esposa se divorció de Li y le denunció por haber criticado a Mao en privado. Li fue desterrado a una región montañosa lejos de la capital. Cuando en 1966 Mao decretó el comienzo de la Revolución Cultural, su antiguo secretario fue encarcelado en una prisión de Pekín, en la que pasó en régimen de aislamiento casi una década. Para no perder la cabeza escribía poemas en los márgenes de las obras de Marx y Lenin.

No fue hasta 1978, con la llegada al mando de Deng Xiaoping, que Li fue readmitido en el Partido, que es hasta el día de hoy la única posibilidad de hacer política en China. Cinco años más tarde fue elegido como miembro del Comité Central, desde donde promovió la democratización del sistema. Hasta su muerte este mes de febrero, Li abogó mediante cartas a los líderes e intervenciones públicas por la implantación en China de un sistema constitucional y democrático al estilo del de los países occidentales.

En sus últimos años, Li pidió al Partido que condenara las políticas criminales de Mao y la masacre de estudiantes en la plaza de Tiananmen, y contribuyó a dar a conocer al mundo la verdad sobre el Gran Timonel con varios libros -todos prohibidos en China- sobre el que fuera su jefe directo. Li no se dejó deslumbrar por el poderío económico y tecnológico de la nueva China al que tantos se rinden en Occidente, y fue hasta el momento de su muerte crítico con el presidente Xi Jinping. Li le recriminó al actual presidente chino que haya eliminado el límite dos mandatos impuesto por Deng Xiaoping a propuesta del propio exsecretario de Mao, y rechazó el recrudecimiento de la persecución de las libertades de un Xi al que acusaba de promover un culto a la personalidad similar al que desplegó el padre fundador de la China comunista.

«Mao no le daba valor a la vida humana. La muerte de otras personas no significaba nada para él», dejó dicho Li, que aspiraba a ver el final del régimen de partido único y murió decepcionado por la escasa apertura que su país ha experimentado desde la muerte de Mao.

 

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