Una de las características del populismo es la hegemonía cultural, necesitando del cambio de significado de las palabras para crear un discurso afín a la causa populista. Esto es lo que ocurrió, entre otras cosas, cuando se configuró el Foro de Sao Paulo en los años 90. La idea era clara: el «neoliberalismo» era el mal mundial y la causa de todos los males existentes (como expresó hace poco George Monbiot en un artículo en The Guardian).
La hegemonía se iba haciendo palpable, por tanto, haciendo ver qué es el «neoliberalismo», palabra con la que se refieren en todos los regímenes populistas latinoamericanos, sencillamente, a todo aquello que tenga que ver con reformas pro-mercado, liberalizadoras y que vaya en contra del socialismo del siglo XXI, como explica Axel Kaiser. Y haciendo ver, a su vez, que ese «neoliberalismo» es la causa de todos los males, por supuesto, también en Latinoamérica.
Venezuela cayó en las garras del chavismo hace casi 20 años. En este tiempo se ha ido destruyendo poco a poco el país, inoculando el veneno populista, que ha dañado la economía y la política, hasta el punto de parecer un país del Tercer Mundo. Con la excusa de ser “democrático” (referido a que fue escogido mediante las urnas; la única característica de la democracia que quieren entender), el régimen chavista ha ido anulando libertades, tanto económicas como políticas y civiles.
Venezuela es uno de los países con menos libertad económica del mundo, precisamente por la persecución a todo aquello que huela a mercado y liberalismo económico; imponiendo siempre la voluntad del gobernante, adorador del Estado, manejado a su antojo.
A eso le sumamos una moneda pésima, con una inflación galopante, que empobrece a los venezolanos mes a mes y la multitud de desabastecimientos en supermercados de todo el país (también de medicamentos en las farmacias y hospitales), consecuencia directa de la fijación de precios y el intervencionismo económico. Por ello, una familia necesita 21 salarios mínimos para poder comprar productos básicos, sumados a la espera de horas de cola para conseguirlos. El “paraíso” socialista. Venezuela es el ejemplo más claro de que la simple posesión de recursos naturales no hace rico a un país.
Políticamente Venezuela se ha convertido en un país autoritario con tintes totalitarios, llegando a matar en la calle a estudiantes por el mero hecho de protestar contra el régimen. Sumado a las múltiples encarcelaciones de opositores, sin cometer delito alguno (¿alguien se cree a una justicia que es un tentáculo más del régimen, donde no hay separación de poderes?), convierten a Venezuela en un horror dictatorial. Por otro lado, recuerden que es el país más violento del mundo, liderando el ránking de homicidios.
La expresidente argentina, Cristina Fernández de Kirchner, dijo hace unos años que su esposo Néstor Kirchner y Hugo Chávez eran “los fuegos de América Latina contra la desigualdad”. Tenía razón en que eran fuego, arrasando Venezuela y Argentina, países ricos en recursos naturales, pero destrozados por años de socialismo. Ese fuego es el infierno que es hoy Venezuela, pero no por culpa del «neoliberalismo», como decía Hugo Chávez y el Foro de Sao Paulo, sino por culpa del socialismo del siglo XXI, que es el mismo socialismo de siempre: muerte y destrucción.
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