Primero fue el pueblo británico votando en referéndum del Brexit, el 23 de junio de 2016; luego vino la elección presidencial en Estados Unidos, del 8 de noviembre del mismo año, que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca; en marzo de 2018, los italianos también votaron por un cambio de rumbo; y ahora le ha tocado el turno al Brasil, donde con el 56% de los votos, Jair Bolsonaro, el candidato al que se ha tildado de extrema derecha (¿no les suena la misma cantaleta?), no sólo ha salido victorioso con un amplio respaldo popular, sino que augura una nueva etapa para ese país. Esto no sólo para arreglar un sistema corrupto sino para defender las oportunidades e ilusión de los trabajadores y la clase media, tan hartos de los acomodos de sus élites y tan castigados por la altísima inseguridad ciudadana. Nuestros dirigentes, o bien liberales o de extrema izquierda, correrán a decir que todos son casos aislados e inconexos, pero se equivocan. Hay dos elementos que los unen más allá de las idiosincrasias nacionales:
- Las personas reclaman su derecho a expresarse con libertad, en defensa de las opciones que más los representan, libres de miedos y chantajes políticos. Por primera vez en mucho tiempo, el pueblo no es un sujeto pasivo;
- Hay un sentimiento cada vez más extendido sobre la traición de las élites dirigentes. La globalización ha servido —y más que bien— a los intereses de los trabajadores del Tercer Mundo, donde, efectivamente, cientos de millones han logrado salir de la pobreza, pero ha castigado a millones de trabajadores de países con economías desarrolladas. Aún peor, ante la insensibilidad de una clase dirigente que también se ha vistió claramente favorecida por la globalización.
Como gusta decir Steve Bannon, el exjefe de estrategia de Trump, el actual “capitalismo de amiguetes y global se basa en extender el socialismo entre los pobres y entre los muy ricos y mantener la agresividad del capitalismo para los trabajadores y la clase media”. Esto es, que para los pobres hay subsidios públicos, para los ricos está la socialización de sus pérdidas (las pagamos entre todos, por ejemplo, la crisis bancaria), mientras que para el resto sólo espera más impuestos, peores salarios e indignas condiciones laborales.
A Bolsonaro se le ha acusado de ser el candidato de los ricos del Brasil desde periódicos como, por ejemplo, el diario español El País. Pero, a tenor del mayoritario apoyo popular, alguien debería realizar un ejercicio de autocrítica, salvo que se piense que en el Brasil el 56% de la población entra dentro de la categoría de “rica”.
Lo que en realidad ocurre es que las élites culturales y mediáticas, normalmente inclinadas o muy inclinadas a la izquierda, no son capaces de entender qué está pasando en el mundo. Resulta patético, por poner un ejemplo, ver cómo los bustos parlantes de la CNN en Estados Unidos y medios europeos, que nunca fueron capaces de ver que Trump iba a derrotar a todos sus contrincantes dentro del Partido Republicano y a Hillary Clinton, ahora explican sin ningún rubor, por qué Trump venció a todos. Aunque se siguen equivocando, ya que su justificación siempre recae en el error de “los deplorables” que votaron por él, unos 63 millones de americanos.
Y no importa quién sea si no es exponente de la visión autoritaria de izquierda o globalista de derecha. Aquel que no es partícipe del perverso juego político tradicional, es un populista o un facha. Pero no es así. Lo que Bolsonaro ha vuelto a poner en evidencia es que la mayoría de la gente está harta. Y no sólo de sus condiciones de vida, que también, sino, sobre todo, del paternalismo y del permanente desprecio de los líderes políticos y económicos. Hartos del “todo para el pueblo” pero sin el pueblo. Hartos de ver cómo disminuye progresivamente el dinero que pueden guardar en sus bolsillos tras el atraco tributario de un Estado que no los ayuda y que se gasta su dinero en subsidiar a inmigrantes, delincuentes, al sistema político y a organismos internacionales que no sirven para nada más que para garantizar los privilegios de quienes nos gobiernan.
Yo no sé si Bolsonaro podrá llevar adelante la agenda de transformación que ha prometido; ni siquiera estoy convencido de que Donald Trump salga victorioso de su enfrentamiento contra el sistema y el Estado administrativo y burocrático gestados durante décadas, tales son las resistencias internas. Pero de lo que si estoy seguro es que el genio está ya fuera de la botella y que la política ya se juega de manera distinta.
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