Una de las estratagemas que los pensadores de izquierda repiten con frecuencia consiste en denunciar a los gobiernos de izquierda que no satisfacen sus expectativas como malos o falsos socialistas. La premisa básica de la idea es que existe un buen socialismo, benévolo, democrático, generador de riqueza, eliminador de la pobreza y un mal socialismo, donde las castas políticas se enriquecen a costas del pueblo, donde los gobiernos reprimen y maltratan a los ciudadanos, donde no existe democracia y no se permite la libertad de expresión, etc.
La historia, sin embargo, nos dice otra cosa. El mayor y más serio experimento socialista, la Unión Soviética, fue una fuente inagotable de abusos, represión y censura. El partido nacionalsocialista alemán con su líder Adolf Hitler a la cabeza llevaron a Alemania a la guerra y el Holocausto. El nazismo, en realidad es una variante del fascismo italiano, cuya característica central es que todo el poder debe estar en el Estado y el Estado debe dirigir los destinos y la economía de la nación, es decir, socialismo. China con Mao fue otro gran experimento socialista cuyas consecuencias no son muy diferentes de todos los experimentos socialistas: dictadura implacable, represión, pobreza y subdesarrollo. Todas las mejoras económicas en China desde los años 70 se deben a sus acciones para desmontar las políticas comunistas y reemplazarlas por mecanismos capitalistas de mercado. Camboya, otro experimento socialista, tuvo a Pol Pot como líder y genocida. Y podemos seguir nombrando a Alemania Oriental, Cuba, Polonia, Checoslovaquia, Rumania, etc. donde el socialismo fue siempre dictadura, matanzas, represión, partido único, prensa estatal, desapariciones.
Entonces no tiene sentido tildar de malos socialistas a Hugo Chávez, Rafael Correa o Evo Morales por atacar a la prensa, encarcelar a opositores o apalear indígenas. No tiene sentido tildarlos de malos socialistas por falsear la historia y ajustarla a su visión. En todo caso, tal vez es justificado llamarlos malos socialistas por no ser tan despiadados como lo fueron Lenin y Stalin, Mao y Pol Pot, Hitler y Mussolini, Castro y Guevara, para quienes matar era una nimiedad.