Después de no sé cuántos presidentes, décadas, y de muy poca vergüenza, por fin un presidente de Estados Unidos se dignará a firmar el tercer acápite de la Ley Helms-Burton, que es la ley que debió de ser firmada hace mucho tiempo, la que de verdad endurecerá el embargo y pondrá contra la pared a la tiranía castrista. Un embargo férreo y necesario, tal como fue ejecutado en su momento en contra del apartheid en Sudáfrica.
Grosso modo, la Ley Helms-Burton exige que las pertenencias esquilmadas y robadas a los cubanos sean devueltas (como ven, no es nada del otro mundo), además castiga con severas sanciones económicas a los terceros países que negocien y comercien con Cuba y además posean –es un decir– allí en la isla propiedades robadas a los cubanos, como es el caso del Hotel Habana Hilton, que fue un hotel construido con los salarios e impuestos de los sindicatos de trabajadores, que fabricaron ese mismo hotel para todos los cubanos, y que por supuesto no es el único.
Con la firma de este tercer acápite se les acaba el mulateo y el chuleo baratucho a los capataces europeos y canadienses. Se les termina entonces la relación de esclavitud que en colaboración directa con latiranía castrocomunista han establecido durante décadas con el pueblo cubano: marginándoles, pagándoles una miseria a través del Estado esclavista, y relegándolos en un apartheid social, vinculado exclusivamente al hecho de que deseen ser lo que les corresponde, ciudadanos cubanos que anhelan permanecer en su país y no exiliarse por razones político-económicas, y trabajar allí, vivir un poco mejor, como cualquier persona en este mundo. Fin de la ganga.
Como cubana del exilio, me siento muy feliz con esta decisión del presidente Donald Trump; como ciudadana española y francesa que soy, siento que por fin se hace justicia y que no pueden meternos a todos en el mismo saco de los españoles son esto o lo otro y los franceses también, y que si «los españoles compramos todo a la mitad con los cubanos». No, los españoles que compran en Cuba al castrismo, que no son todos los cubanos. Compran a la mitad, pero con la tiranía, con el régimen, y nunca con los verdaderos propietarios, a los que desde 1959 se les ha confiscado cada una de sus propiedades, y la principal: su libertad.
Me agradaría, entonces, que, ya que Estados Unidos firmará el acápite tercero de esa bendita ley, de paso firme el cuarto, y el quinto, y los que quedaran por firmar en caso de que los hubiere, con el propósito de que se acabe de un tajo con ese sistema abusador y criminal.