Hace dos años largos los europeos adoptaron una postura cómoda pero equivocada: arrodillarse ante el ansia del entonces presidente americano, Barack Obama, por alcanzar un acuerdo con Irán sobre su programa clandestino, ilegal e injustificable, nuclear. Los europeos dieron el visto bueno a una pantomima diplomática que, lejos de resolver el problema, un Irán atómico, tan sólo lo postponía unos años. Así, en 2015 se firmaba el oficialmente denominado Plan de Acción General Conjunto o JCPOA en sus siglas en inglés.Obama necesitaba ese acuerdo porque su plan era normalizar Irán y reintroducir ese país en la comunidad internacional.Los europeos querían quedar bien con el presidente norteamericano, ser vistos como relevantes en las grandes decisiones mundiales y, además, poder beneficiarse del levantamiento de las sanciones y empezar a comerciar con los iraníes.
El acuerdo, como ha dicho repetidamente el actual presidente, Donald Trump, fue “el peor acuerdo jamás negociado por Estados Unidos”, “una vergüenza” y “el producto de unos pésimos negociadores”. Y, efectivamente, si el objetivo era impedir de una vez por todas -y para siempre- que Irán si hiciese con un arsenal nuclear, el JCPOA es un absoluto fracaso. Ciertamente impone ciertas restricciones en el desarrollo del enriquecimiento de uranio y plutonio, pero no cierra la investigación ni la modernización de la infraestructura atómica. Y aún peor, establece que, pasados 10 años, Irán estará libre de emprender su carrera nuclear con total libertad. A cambio, Irán recibiría miles de millones de dólares congelados en sus cuentas en el extranjero y vería levantarse todas las sanciones económicas progresivamente.
No es de extrañar por tanto, que Irán se sintiera el ganador neto con este acuerdo y se envalentonase para proseguir su estrategia de expansión en toda la región, de Teherán a Beirut, pasando por Yemen, Irak y Siria. De hecho, nunca antes el régimen de los ayatolas, chiita, islámico, revolucionario, ye con ambiciones hegemónicas, ha estado tan presente en los países de Medio Oriente, jugando decisivamente a determinar su futuro. En Yemen, castiga con los Hutus, la retaguardia de Arabia Saudí; en Siria, sin sus milicias y asesores militares, el Assad habría caído hace tiempo; por no hablar del Líbano, un estado zombi poseído por la creación iraní del grupo terrorista Hizballah. Por otro lado, el régimen iraní ha acelerado en estos dos años sus investigaciones y ensayos de misiles balísticos de largo alcance así como los misiles de crucero, sin subterfugios ni engaños, a plena luz del día. No, Irán lejos de “normalizarse” sigue siendo un régimen revolucionario, fundamentalista, expansionista y enemigo de Occidente. Sólo que ahora, tras el acuerdo de 2015, con más dinero en sus bolsillos.
Cuando el pasado mes de octubre Donald Trump se negó a certificar que Irán cumplía con las condiciones del acuerdo, los europeos se llevaron las manos a la cabeza y se lanzaron a repetir la triste letanía, que se ha vuelto tradicional ya, de “el acuerdo funciona”. Y, teniendo mis reservas sobre el buen funcionamiento, habida cuenta de que el régimen de inspecciones requeridas no se ha podido poner en marcha por la negativa iraní, tengo que decir que aunque el JCPOA “funcione”, eso no quita para que sea un pésimo acuerdo, que es lo que en realidad es.
En enero, el presidente americano dio un nuevo giro de tuerca y declaró que daba 120 días a los europeos para alcanzar un acuerdo sobre cómo “arreglar” los fallos del acuerdo con Irán, especialmente el tema de las inspecciones y la fecha de caducidad, los 10 años, más conocida en el argot profesional como la “sunset clause”. Trump no quiere que en unos pocos años Irán se convierta en una potencia atómica. El problema es que lo que para los americanos son fallos del acuerdo, para los europeos son concesiones que hubo que hacer para que los ayatolas firmasen y les da auténtico pavor poner en peligro su gran obra diplomática. En cualquier caso, han preparado cuidadosamente una respuesta colectiva a lo que consideran un ultimátum del presidente americano, básicamente un acuerdo para sancionar el avance injustificable de misiles balísticos de largo alcance y poco más. Su apuesta es que la Casa Blanca se avenga a una reforma cosmética y que deje intacto el marco del JCPOA. Y es ahí donde los europeos vuelven a equivocarse: Trump puede que no se contente con un “fake fix”, un arreglo falso, y sí esté dispuesto a abandonar unilateralmente el acuerdo con Irán. Puede y tiene toda la legitimidad para
hacerlo. El 12 de mayo se acaba el plazo y si los europeos siguen sin querer encarar la revisión del JCPOA con seriedad, tendrán que hacerse a la idea de que se han quedado solos de la mano de Irán.
Hay quien cree que los europeos podrán respetar y sostener sin América el acuerdo con Irán, pero eso es una ilusión. Si Estados Unidos reintroduce sanciones contra Irán, todas las compañías europeas que hagan negocio con los iraníes y tengan intereses en los Estados Unidos se verán afectadas tarde o temprano por la nueva política americana. Tendrán que elegir entre sus intereses en Irán y sus negocios en América o condiciones a través del sistema financiero controlado por los bancos americanos. ¿Y dónde está el verdadero negocio? Ya se lo adelanto yo: no en las manos de la Guardia Islámica Revolucionaria iraní.
Hay quien sinceramente piensa que cualquier alternativa al JCPOA será peor y que lanzará a los ayatolas a acelerar su programa atómico. Pero tampoco parece muy probable. El régimen de Teherán nunca ha optado por hacerse con la bomba de la manera más rápida, sino de la manera más segura para su propia supervivencia. Y no es probable que cambie de táctica en un momento donde su debilidad interna se ve sacudida por continuas protestas de todo tipo en las calles de las principales ciudades. Es más, cualquier nueva provocación en materia atómica forzaría a los resignados europeos a poner fin también al acuerdo y a volver a imponer sanciones. No es eso lo que quieren los iraníes.
Es decir, no es lógico pensar que tras el JCPOA viene el Apocalipsis y sólo nos quedan opciones militares a considerar. En todo caso, la ceguera de los europeos nos volverá a colocar en una posición marginal en el mundo, contra las cuerdas y con más fricciones con Estados Unidos. Y todo ese coste sin lograr el objetivo de preservar el acuerdo, el mal acuerdo. Un triunfo más de nuestra preclara diplomacia.
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