Hay que celebrarlo. Todo comenzó en 1948, tras el visto bueno de Naciones Unidas. No hubo veto. Washington y Moscú le dieron su aprobación, algo inusual en aquel tenso momento de la Guerra Fría. El gobierno de Truman, votó por la solución de los dos Estados por la legítima presión del lobby judío interno. El de Stalin, porque la URSS veía con cierta simpatía la experiencia socialista, aunque democrática, que entonces se forjaba con las leyendas de los kibutz.
Tras un final de infarto, el mandato de la ONU, después de una votación muy difícil, dado que requería las dos terceras partes del organismo internacional, entonces más de 31 votos, dispuso la creación de dos Estados independientes: uno judío y otro árabe. La buena voluntad de los latinoamericanos fue la clave. Entonces era el mayor bloque de naciones del planeta.
Hay que recordar a Guatemala y a su embajador Jorge García Granados, que lucharon dentro del Comité creado por Naciones Unidas para lograr el triunfo de la moción. Por la otra punta, tampoco puede olvidarse que el gobierno cubano de Ramón Grau San Martín, incomprensiblemente, se alineó con quienes se oponían a la resolución. Fue el único voto en contra de la creación de Israel en el bloque latinoamericano, el mayor de aquella ONU que recién comenzaba.
Parcialmente, voy a repetir por escrito lo que señalé en mis comentarios radiales. En ese breve periodo de 70 años, Israel se ha transformado en el mayor éxito social y político contemporáneo, mientras los árabes, empeñados en destruirlo, ni siquiera han conseguido crear su Estado. Lo que hoy existen son dos facciones enemigas que se entrematan frecuentemente: la Franja de Gaza, dominada por Hamas, y la Autoridad Nacional Palestina, cuya capital es Ramala, controlada por Al Fatah.
¿Por qué la diferencia tan notable entre el fracaso de los palestinos y el triunfo social y político de Israel? La pregunta es muy importante. Tanto, que los escritores musulmanes la han extendido al ámbito árabe y hoy debaten públicamente en sus diarios por qué Israel ha tenido un enorme éxito mientras los musulmanes continúan empantanados, no sólo en Palestina, sino en casi todas las naciones árabes.
Dori Lustron, una notable periodista judía que mantiene en Internet una página muy vista llamada PorIsrael, se ha tomado el cuidado de traducir y publicar lo que dicen los árabes de su propio fracaso relativo.
El trabajo es muy interesante, porque, al menos en la compilación de Lustron, han desaparecido los viejos y falsos argumentos árabes que le atribuían el éxito de los israelíes a los subsidios de Estados Unidos o al sionismo. Egipto ha recibido tanto o más de los árabes, e incluso de Washington.
Lo que ahora reconocen es que la fuerza del Estado israelí es la consecuencia de las instituciones de derecho y el combate abierto a la corrupción que ha permitido que un ex Primer Ministro israelí, Ehud Olmert, haya ido a la cárcel por haber recibido un soborno de unos pocos miles de dólares cuando era alcalde de Jerusalén.
Hoy los árabes admiten que las diferencias entre Israel y ellos son el resultado de la democracia para organizar la transmisión de la autoridad, el respeto a las minorías, y la libertad con que los ciudadanos examinan la obra de los gobernantes. Los más audaces se atreven a aceptar que las mujeres árabes-israelíes son las únicas realmente libres en todo el ámbito islámico.
Por otra parte, dicen los propios árabes, los israelíes invierten en educación y tecnología, que es una inversión en el futuro, lo que les ha permitido ser un pequeño gigante en materia industrial y científica, mientras los árabes continúan mirando obsesivamente al pasado.
Este es un nuevo análisis de los intelectuales árabes y es fundamental que prevalezca. Mientras los árabes permanezcan bajo la autoridad moral de unos santones religiosos empeñados en revivir las fantasías medievales que los llevaron y llevan a enfrentamientos sangrientos, es muy difícil que esos países prosperen y compitan.
Mientras los árabes no sean capaces de crear instituciones de Derecho que protejan a los ciudadanos y combatan la corrupción, están condenados a fracasar. Pero es magnífico que los árabes, setenta años después de la creación de Israel, entiendan el porqué de las diferencias entre el desempeño de unos y otros. No es la gente. Al fin y al cabo los judíos y los árabes son primos hermanos. Son las instituciones de la libertad.