Con excepción de lo que sucederá a comienzos del año que viene en México, con el acceso al poder del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, el resto de América Latina parecería estar dejando rápidamente de lado las fracasadas recetas, típicas de la izquierda-populista regional, que sumieran a la Argentina, al Brasil y hasta a Chile en una suerte de paralizante anemia económica. En cada caso con sus propias características diferenciales. México es un caso distinto, desde que su economía está hoy íntimamente enlazada con la del resto de América del Norte. Y no puede entonces encerrarse sobre sí misma, precisamente por esa razón.
Con el acceso de Jair Bolsonaro a la presidencia del Brasil, que se impuso con amplitud en la segunda vuelta de la elección presidencial en curso, el centro del espectro político se afincará en el poder en la Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú.
Quedarán, en cambio, fuera de esa tendencia mayoritaria, tres naciones. Bolivia, que está en manos del populismo antidemocrático; la ya destartalada y hoy ciertamente autoritaria Venezuela; y el desacelerado Uruguay, país éste último que también aparece inmerso en un frustrante estado de semi-parálisis económica, del que previsiblemente procurará salir en cuanto los vientos de cambio político que ya soplan en la región se materialicen y el Frente Amplio, como consecuencia, se aleje del poder. Las encuestas están ya anticipando que los “blancos” derrotarían –por escaso margen- al Frente Amplio en una elección que, de pronto, tuviera lugar hoy mismo.
Salvo las tres excepciones aludidas, una etapa de menor intervencionismo estatal y mayor apertura económica y comercial está amaneciendo lentamente. Pero a la vista de todos, es cierto. Preanunciando el fin de la fórmula izquierdista y distribucionista de crecimiento que ha sido aplicada en la región, sin mayor éxito, en los últimos tiempos
Buena parte del subcontinente latinoamericano que en los últimos años ha quedado desacelerado económica y socialmente, podría entonces, de pronto, volver a crecer y acercarse nuevamente al mundo exterior para competir y comerciar activamente con él. En democracia, por lo demás, algo que a la luz de la historia no es poca cosa.
Los partidos políticos tradicionales de América Latina están, como sucede en buena parte del resto del mundo, perdiendo visiblemente el favor de la gente. Nuevos líderes, de perfiles contemporáneos, surgen y se consolidan, como son, por ejemplo: Mauricio Macri y Jair Bolsonaro.
La búsqueda acelerada de la eficiencia parece estar reemplazando a la retórica facilista perimida y dando comienzo a lo que luce como una posible etapa distinta: la de privilegiar –con realismo- la eficiencia.
Quien se quede atrás, pagará su error con creces. Quienes se animen, en cambio, a seguir el ejemplo de Chile, que ya tiene una inercia de crecimiento propia, muy particular y ciertamente positiva, podrán avanzar dinámicamente hacia el futuro sin continuar atrasándose, en términos relativos, como hasta ahora.
Se cierne entonces un momento que bien puede ser distinto. Más atractivo para quienes estén dispuestos a tomar ordenadamente los riesgos que siempre deben superarse cuando es necesario materializar un cambio de rumbo vivificante. Para salir de un pantano. Como ocurre hoy.
© El Diario Exterior