Solo el dióxido de carbono, el tan injustamente difamado CO2, puede paliar de alguna manera los efectos de las rachas de frío glacial que últimamente padece el planeta. Lo dicen los propios profetas del apocalipsis climático, cuando avisan de que el aumento de las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera nos llevan irremisiblemente a un aumento global de la temperatura media terrestre.
Eso es exactamente lo que necesita la humanidad, de las ancianitas de la Cordillera Cantábrica a los pobres de Varsovia pasando por los niños de Yakutia, un aumento de las temperaturas que evite inviernos de crudeza mortal. Si el CO2 es el responsable del aumento de la temperatura global, habrá que hacer un esfuerzo por promover la presencia de este gas en nuestra atmósfera. Es cierto que las emisiones provocadas por el hombre son el 10 por ciento de la concentración atmosférica global, pero por nosotros que no quede.
Además, en contra de lo que sugieren las piezas alarmistas que emiten en los telediarios, el CO2 no es un contaminante sino, por el contrario, uno de los responsable de que exista vida en la Tierra. Las plantas se alimentan de dióxido de carbono, su aumento en las concentraciones atmosféricas mejora las cosechas y, en caso de ser también el responsable del aumento de la temperatura terrestre, promueve más que ningún otro factor el bienestar del ser humano.
Es hora de acabar con la mala prensa que intencionadamente le han atribuido al CO2, gas decente, discreto y fecundo donde los haya, y salir valientemente en su defensa, porque eso nos beneficiará a todos, pero especialmente a “los de abajo”, o sea, “la gente”. Una Asociación de Amigos del Dióxido de Carbono sería un primer paso, pero exigiría fuertes desembolsos privados. Con la mala fama que le han dado los calentólogos y la cruzada en su contra de todos los partidos políticos no habría manera de trincar una subvención.